Creo que ese día llevaba pantalones vaqueros y un suéter. Lo que sí recuerdo con certeza es que hacía frío afuera, tenía que caminar más de tres kilómetros después de salir del metro, y nunca se me pasó por la cabeza que sería incorrecto llevar jeans. Pero cuando llegué a la iglesia, uno de los miembros me miró de reojo.
“¿Jeans en la iglesia?”, preguntó, levantando una ceja.
No hacía mucho que era miembro de esa iglesia. Acababa de salir de la universidad, entusiasmada por ayudar, y la iglesia me había parecido el lugar perfecto para ofrecer mis oraciones y energías. Pero ese momento me desanimó. De repente, me encontré preguntándome si ese era realmente mi lugar correcto.
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