Un libro de un destacado profesor de The Wharton School, la escuela de negocios de la Universidad de Pensilvania, identifica a algunos individuos como “dadores” —aquellos que dan sin preocuparse por lo que puedan recibir a cambio— y a otros como “tomadores” —los que quieren recibir más de lo que dan y “ganar” en cada transacción—. El autor, Adam Grant, investigó qué tipo de orientación traía más éxito, tanto a los individuos como a sus esfuerzos. Al final, descubrió que los que tenían mejores resultados eran los dadores, especialmente a largo plazo.
Aunque quizá no sea lo que cabría esperar, este resultado tiene sentido. Es natural valorar el dar a los demás y sentirse satisfecho y bendecido por ello. Como Cristo Jesús instruyó a sus discípulos: “De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8). Y el apóstol Pablo escribe: “Acuérdate de las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35; KJV).
La Biblia está llena de ejemplos del amor que se expresa al dar desinteresadamente: Cuando su esposo falleció, Rut se comprometió a permanecer con su suegra, Noemí, en lugar de dedicarse a sus propias necesidades (véase Rut 1:16); la viuda pobre dio todo lo que tenía al arca de la ofrenda de la iglesia (véase Marcos 12:42); en una de las parábolas de Jesús, un buen samaritano cuidó de un hombre que encontró herido al costado del camino (véase Lucas 10:30-35); y Jesús mismo dio desinteresadamente de su tiempo, oración y atención cristiana al sanar dondequiera que iba y lavar los pies de sus discípulos. Al final de su carrera, incluso dio su vida a través de la crucifixión para demostrar el poder de la vida eterna mediante su resurrección.