Me crie en una religión cristiana tradicional. Pero cuando estaba en la universidad, comencé a darme cuenta de que realmente nunca había satisfecho mis necesidades. De hecho, cuanto más lo pensaba, toda la noción de un Dios “allá arriba” en algún lugar parecía un poco tonta. Llegué a la conclusión de que Dios realmente no existía y que la vida debía ser gobernada por el azar o la suerte. No obstante, mantuve la mente abierta, afortunadamente.
Con el tiempo, se me ocurrió que había habido sucesos, como la crisis de los misiles cubanos y la Segunda Guerra Mundial, en los que la humanidad parecía estar al borde de la destrucción, pero se salvó. Me pareció curioso. Si las cosas fueran realmente aleatorias, cada resultado posible debería ser igualmente probable y, a largo plazo, debería suceder con aproximadamente la misma frecuencia. No obstante, esto no parecía ser el caso. ¿Cómo podía la humanidad seguir siendo tan afortunada? Parecía haber una tendencia hacia el bien. También había otras cosas que no tenían sentido para mí, como la bondad y el amor. ¿En qué se basaban en un mundo de arbitrariedad o azar? ¿Y cómo podría explicarse la predisposición hacia el bien? ¿Podría ser porque había un Dios? Tal vez Dios no se parecía en nada a lo que me habían enseñado cuando crecía.
Pensé mucho en esto. Traté de inventar nuevos conceptos de cómo podría ser Dios realmente y los etiqueté como “conceptos no estándar de Dios”. Llegué a la conclusión de que probablemente había un poder superior de algún tipo, pero uno que era muy diferente del que me habían enseñado.