Crecí en Alemania Oriental antes de que llegara el momento decisivo en 1989, el que llevó a la reunificación de Alemania. Durante muchos años, un profundo deseo de propósito y significado dio forma a mi vida. En la escuela nos formaron según una doctrina comunista, donde no parecía haber lugar para Dios, pero participé en las enseñanzas del cristianismo por intermedio de mis padres, quienes pertenecían a una iglesia protestante. Esto me permitió familiarizarme con la Biblia.
Desafortunadamente, la predicación que escuchaba a menudo afirmaba que Dios nos enseña por medio de la enfermedad y el sufrimiento, lo cual yo encontraba muy triste. A menudo tenía miedo de este Dios que parecía esperar a que cometiéramos errores. Mi búsqueda de una mejor comprensión de Dios y del significado de la vida me llevó en varias direcciones religiosas nuevas, pero sentí que ninguna de ellas cumplía lo que prometía.
Cuando me enteré acerca de la Ciencia Cristiana hace casi 24 años, descubrí una visión completamente nueva de la vida. Estaba familiarizada con el pasaje de la Biblia donde Jesús dice: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha” (Juan 6:63), pero hasta ese momento no había descubierto ninguna enseñanza que me lo aclarara.