El libro de los Hechos registra que después de la lapidación de Esteban, que fue uno de los primeros cristianos, se levantó una gran persecución contra la joven iglesia cristiana en Jerusalén, y la mayoría de los creyentes se dispersaron por toda la región, huyendo para salvar sus vidas (véase Hechos 8:1).
A pesar de esta crisis, el libro de los Hechos continúa con relatos de estos seguidores de Cristo Jesús en los que compartieron su nueva fe, hicieron nuevos discípulos y sembraron las semillas de nuevas iglesias dondequiera que fueron. Lo que en muchos sentidos debe de haber parecido una situación desalentadora —huir de lo conocido y dirigirse hacia lo desconocido— fue, de hecho, un paso en una extraordinaria expansión de la iglesia que le dio al cristianismo un punto de apoyo en todo el Imperio Romano.
¿Qué podemos aprender hoy de estos primeros cristianos? ¿Pueden los desafíos que las iglesias filiales de la Ciencia Cristiana enfrentan hoy en día convertirse en catalizadores de la expansión?