El libro de Lucas en la Biblia informa que diez personas con lepra le pidieron ayuda a Jesús, quien había estado demostrando el poder sanador que acompaña a la comprensión de Dios. Los sanó a los diez (véase Lucas 17:11-19). Sin embargo, solo uno de los diez regresó para agradecerle. Es decir, los diez fueron bendecidos, pero solo uno reconoció la bendición.
¿Qué ganó el que regresó que perdieron los demás? Es decir, ¿qué diferencia hay si expresamos gratitud por el bien que recibimos? La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, responde a esa pregunta con este sencillo pasaje: “¿Estamos realmente agradecidos por el bien ya recibido? Entonces aprovecharemos las bendiciones que tenemos y así estaremos capacitados para recibir más” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 3).
Nueve de los leprosos tomaron la bendición que habían recibido y se alejaron, sin interés en lo que los había sanado. Al regresar, el que dio gracias mostró que su mirada se había vuelto hacia el cielo, hacia el Principio, Dios, la fuente misma de toda curación. Los otros nueve leprosos eran como mineros que buscan oro en un arroyo. Fueron sanados: encontraron algunas hojuelas y pepitas que habían sido arrastradas río abajo desde su fuente. Pero el agradecido no estaba satisfecho con tamizar el barro para ver qué restos podía encontrar. Se volvió hacia la fuente misma, la vena de la que habían venido las hojuelas de oro, la curación.