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Original Web

Reconocer con gratitud nuestras infinitas bendiciones

Del número de noviembre de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 24 de noviembre de 2025 como original para la Web.


El libro de Lucas en la Biblia informa que diez personas con lepra le pidieron ayuda a Jesús, quien había estado demostrando el poder sanador que acompaña a la comprensión de Dios. Los sanó a los diez (véase Lucas 17:11-19). Sin embargo, solo uno de los diez regresó para agradecerle. Es decir, los diez fueron bendecidos, pero solo uno reconoció la bendición.

¿Qué ganó el que regresó que perdieron los demás? Es decir, ¿qué diferencia hay si expresamos gratitud por el bien que recibimos? La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, responde a esa pregunta con este sencillo pasaje: “¿Estamos realmente agradecidos por el bien ya recibido? Entonces aprovecharemos las bendiciones que tenemos y así estaremos capacitados para recibir más” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 3).

Nueve de los leprosos tomaron la bendición que habían recibido y se alejaron, sin interés en lo que los había sanado. Al regresar, el que dio gracias mostró que su mirada se había vuelto hacia el cielo, hacia el Principio, Dios, la fuente misma de toda curación. Los otros nueve leprosos eran como mineros que buscan oro en un arroyo. Fueron sanados: encontraron algunas hojuelas y pepitas que habían sido arrastradas río abajo desde su fuente. Pero el agradecido no estaba satisfecho con tamizar el barro para ver qué restos podía encontrar. Se volvió hacia la fuente misma, la vena de la que habían venido las hojuelas de oro, la curación.

Una vena material de oro finalmente se agotará. Pero las bendiciones que Dios otorga son infinitas. Si nuestra mirada y nuestra confianza se dirigen hacia la tierra, hacia la materia y el materialismo —lo que sea que pretenda ser lo opuesto al bien o la ausencia de él— estamos negando a Dios como el único creador y fuente de todo ser verdadero. Buscar sustancia y poder en la materia limitará inevitablemente el bien, incluso en el plano humano de la existencia, que somos capaces de percibir. No es que el bien no esté allí, siempre lo está. Lo que ocurre es que nos cegamos y no podemos verlo.

Cuando reconocemos algo, aceptamos que existe o es verdad. Antes de que podamos ver las bendiciones de Dios manifestadas plenamente en nuestras vidas, debemos reconocer que tanto Dios, el Amor divino, como esas bendiciones son reales, que existen. En la medida en que creemos en la realidad de la materia, no creemos en el bien que Dios otorga. Pero cuando comenzamos a comprender que la existencia es completamente espiritual, completamente semejante a Dios, y que el hombre, la expresión de Dios, es por lo tanto también completamente espiritual, nuestra fe en la materia comienza, por más lentamente que sea, a disolverse.

¡Por supuesto, a estas alturas ninguno de nosotros ha renunciado por completo a nuestra creencia en la realidad de la materia! No obstante, cuando nos volvemos a Dios en humilde receptividad, permitimos que el Cristo, la verdadera idea de Dios, opere en nuestra consciencia para comenzar a destruir nuestra fe en la materia y abrir nuestros ojos al bien siempre presente de Dios que nos abraza en perfecta salud y seguridad. Una definición de perfecto es “no carecer de nada esencial para el todo” (The American Heritage Dictionary of the English Language). La Sra. Eddy escribe: “... un reconocimiento de la perfección del infinito Invisible confiere un poder que ninguna otra cosa puede conferir” (La unidad del bien, pág. 7).

Es por eso que la gratitud por el bien que Dios, el Amor divino, proporciona —un reconocimiento de lo que es el Amor y lo que hace por nosotros— es tan poderosa. La gratitud nos afianza en la bondad de Dios, fortaleciendo nuestra comprensión de su presencia y poder a cada momento. Disminuye nuestro temor cuando enfrentamos desafíos, porque sabemos que Dios, el Espíritu, es capaz de satisfacer cualquier necesidad que podamos estar enfrentando. Y es fortalecedor comprender que esto es cierto para nosotros porque es lo que es cierto para todos.

Una vez comencé a sufrir de lo que parecía ser un caso grave de alergias estacionales, algo que nunca antes había experimentado. Mientras oraba por liberarme del problema, de repente me di cuenta de que incluso mientras trabajaba para ver por mí misma que las alergias no son parte del reino de Dios, inconscientemente aceptaba la pretensión de que este era un problema que otras personas tenían. Necesitaba reconocer que Dios era realmente perfecto y que toda Su creación expresaba esa perfección. De repente me llené de una sensación de asombro y admiración por la magnitud de la obra de Dios, seguida inmediatamente por un profundo sentimiento de gratitud. Los síntomas de la alergia comenzaron a desaparecer. En unos días —aunque las mismas plantas seguían produciendo polen— los síntomas desaparecieron y jamás regresaron.

El libro de texto de la Ciencia Cristiana comienza diciéndonos que, cuando nos apoyamos en Dios, nuestros días están “[llenos] de bendiciones” (Ciencia y Salud, pág. vii). Apoyarse en Él es reconocerlo, y reconocerlo es estar agradecido. Si la gratitud es el precio de las bendiciones, ¡parece que vale la pena!

Lisa Rennie Sytsma, Redactora Adjunta

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