Relatos de curación
En 1941 viajé a los Estados Unidos. Al terminar el año me sentí muy mal con un dolor muy fuerte en el corazón.
Durante cerca de cuarenta años traté de encontrar la verdad estudiando teología, filosofía y metafísica. Pero en 1973, mientras visitaba por primera vez una Iglesia de Cristo, Científico, mis ojos fueron abiertos.
“Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Salmo 127:1). Edificar nuestro propio hogar puede ser una empresa aterradora y abrumadora, pero cuando se trabaja con verdades espirituales, puede ser una alegre y satisfactoria oportunidad.
Poco después de cambiarme a San Francisco, fui de visita a lo que en ese entonces era la Christian Science Benevolent Association en la costa del Pacífico. Más tarde necesité de esta hermosa institución para la curación espiritual.
En el Salmo 23 leemos: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”. Y en Ciencia y Salud la Sra.
Cuando conocí la Ciencia Cristiana yo era atea. Comencé la lectura del libro de texto Ciencia y Salud por la Sra.
Mi hija tenía nueve años de edad cuando nuestra familia pasó algunos días de vacaciones acampando a orillas del lago de Constanza. Debido al mal tiempo, regresamos a casa al poco tiempo.
Hace unos veintidós años la vida de nuestra hija menor fue salvada sólo por medio de la Ciencia Cristiana, después que la encontré tendida en el fondo de nuestra piscina. Escribo este testimonio porque creo que es importante que otras personas sepan cómo ocurrió esta curación.
Estoy muy agradecido porque hace muchos años me presentaron la Ciencia Cristiana cuando tuve que solucionar un problema en mi profesión. Al resolver esta dificultad tuve que cambiar por completo mi manera de pensar acerca de Dios, de mí, y del significado de la oración.
Cuando nací le dijeron a mi madre que, debido a que el nacimiento había sido prematuro, yo no viviría. Ella conocía la Ciencia Cristiana y se aferró firmemente a Dios.