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[Original en español]

Cuando conocí la Ciencia Cristiana*, tenía muchas enfermedades...

Del número de noviembre de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando conocí la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), tenía muchas enfermedades físicas que creía se debían a la edad. Había aceptado la creencia de que después de cierta edad la salud desmejoraba, y me había resignado a ello. Además estaba atormentada por pesares del ánimo y no tenía deseos de vivir. Un día una amiga me dijo: “Conozco un lugar y te voy a llevar, a ver si te gusta”. Me llevó a la Iglesia de Cristo, Científico, más cercana. Me gustó tanto que estaba deseando que llegara el culto del domingo siguiente, y después la reunión vespertina del miércoles, para poder ir. No sabía que allí se curaban los enfermos de sus enfermedades físicas, pues yo buscaba consuelo espiritual; pero en pocos meses me di cuenta de que estaba curada de reumatismo, dolores de cabeza y sinusitis.

Desde hacía dos años, había notado que un lado de mi cuello era diferente al otro. Esto no me molestaba y por eso no le hice caso. Pero una noche me desperté dolorida. Por la mañana me vio una vecina quien me dijo: “Ve al médico, ¿qué esperas?” pero le dije: “No voy a ir; Dios me va a curar”. Esto sucedió un jueves. Muy temprano el domingo siguiente fui a la iglesia. No conocía a nadie, pero, al ver mi necesidad dos personas de la iglesia, que viajaban en el mismo ómnibus que yo, me dijeron que iban a presentarme a una practicista de la Ciencia Cristiana. Y así lo hicieron. El lunes fui a casa de la practicista. Ella me habló con mucho amor y me explicó que para Dios nada malo me había pasado. La practicista me tranquilizó mucho. Gracias al amor de Dios y a las oraciones de la practicista, en veinte días estaba bien. El gran bulto en mi cuello había desaparecido.

También me gustaría relatar otra experiencia. Unos años después sufrí de lo que se llama culebrilla (aunque no tuve diagnóstico médico). Me preocupaba una situación. Unas personas me habían acusado de algo de lo que era absolutamente inocente. Fue tanta la injusticia y tan inesperada que creí que no podía olvidarla y encontré muy difícil incluso el ir a la iglesia. Al final fui a hablar con la misma practicista, quien me tradujo el artículo escrito por Mary Baker Eddy en Escritos Misceláneos, titulado “Amad a vuestros enemigos” (págs. 8–13). Este hermoso artículo me hizo ver el error en mi pensamiento que tenía que corregir; lo corregí por medio de la oración y aprendí a amar más. Sané rápidamente de la enfermedad de la piel.

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