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“Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden...

Del número de octubre de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:15). De niño tuve la felicidad de asistir a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Cuando tenía cerca de once años de edad tuve la oportunidad de demostrar por mí mismo la verdad que estaba aprendiendo allí.

Me aparecieron en las manos varias verrugas. La condición me resultaba tan bochornosa que en la escuela trataba en lo posible de esconder las manos atrás en la espalda o dentro de los bolsillos. Mi madre oró para obtener el pensamiento sanador y pidió ayuda a una practicista de la Ciencia Cristiana, pero aparentemente no había progreso. Finalmente, después de un tiempo mi madre me hizo ver que yo también tenía que participar en este tratamiento de la Ciencia Cristiana; que ya tenía la suficiente edad como para hacer mi parte. Tenía que dejar de quejarme y en cambio dirigir mis pensamientos hacia Dios. Me alentó a que hiciera yo mismo mi trabajo de oración para obtener la curación y me dijo que ni ella ni la practicista me darían tratamiento mediante la oración a menos que yo se los pidiera.

Esto era todo lo que necesitaba saber para comenzar a orar y reconocer la bondad de Dios y mi propia naturaleza como reflejo feliz de esta bondad — verdades que había aprendido en la Escuela Dominical. Las quejas y el bochorno desaparecieron, los cuales sólo habían grabado más firmemente en mis pensamientos la dificultad. En dos semanas también desaparecieron las verrugas — y jamás volvieron.

El haber sido alentado en mi infancia a orar por mí mismo y a ser mi propio practicista me proporcionó recientemente una ocasión para estar aún más agradecido.

Cuando un diente comenzó a dolerme después de haber mordido algo duro, fui al dentista creyendo que se me habría caído la tapadura. Fue desalentador saber, después que el dentista hubo examinado la radiografía, que el diagnóstico era muy diferente. Tenía un absceso. Consideró que por estar la condición muy avanzada, la única solución era extraer el diente y hacer una operación en la raíz de los dos dientes adyacentes. De inmediato me dio una cita para el día siguiente. Parte de mi temor se debía a mi ignorancia de lo que originaba la condición. El dentista dijo que no se podía precisar la causa específica de tal condición. Mientras me hablaba me vinieron al pensamiento las palabras “maldición... sin causa”. Recordé que eran del versículo bíblico (Proverbios 26:2) que dice: “Como el gorrión en su vagar, y como la golondrina en su vuelo, así la maldición nunca vendrá sin causa”. Estas palabras inmediatamente me confortaron infundiéndome confianza para pensar correctamente.

Me encontraba en servicio militar activo en el extranjero. Esto parecía que me dificultaría comunicarme con algún practicista de la Ciencia Cristiana. Tampoco estaba seguro de si podría conseguir posponer la operación para pedir tratamiento en la Ciencia Cristiana. Sientiéndome renuente a posponer la operación me di cuenta de que tenía que orar para mí mismo. A solas en mi habitación del cuartel comencé nuevamente a sentir mucho temor — y hasta un poco de resentimiento por tener que perder el diente. Así es que con la ayuda de las Concordancias leí devotamente pasajes de la Biblia y de las obras de la Sra. Eddy hasta que finalmente sentí una gran confianza al leer esta frase bíblica: “En quietud y en confianza será vuestra fortaleza” (Isaías 30:15). Percibí que no podía haber circunstancia, no importaba cuán deplorable pareciera ser la condición, capaz de perturbar mi íntima convicción de que una comprensión correcta de lo que es Dios curaría y efectuaría cualquier ajuste necesario para restaurar la armonía.

Orando ahora para comprender más acerca de esta verdad sanadora, encontré otro pasaje bíblico que me ayudó: “Sea llena mi boca de tu alabanza, de tu gloria todo el día” (Salmo 71:8). Aunque es indudable que el Salmista debe de haber estado pensando en canciones de alabanza cuando escribió esto, yo decidí interpretar este pasaje más o menos literalmente. Pronto me sentí en paz respecto a toda la situación y pasé una noche tranquila.

Al día siguiente el dentista nuevamente tomó una radiografía del diente antes de proceder a la operación. Al compararla con la del día anterior se quedó allí, estático, por un largo minuto. Finalmente, dirigiédose a mí, dijo: “¡Simplemente no puedo entender esto! De acuerdo con esta segunda radiografía no hay absolutamente ninguna necesidad de efectuar una operación: ¡No hay absceso alguno!” Todo lo que hizo fue aconsejarme, un tanto perplejo, a que volviera dentro de seis meses para el examen acostumbrado. Esto ocurrió hace varios años y no ha habido ninguna evidencia que indique que esta curación no haya sido completa y permanente.

Por esta curación y muchas otras, y por el despertar espiritual que me han aportado, estoy profundamente agradecido.


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