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Cuando fui a la universidad tuve una compañera de cuarto muy...

Del número de septiembre de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando fui a la universidad tuve una compañera de cuarto muy amorosa que era estimada por todos sus compañeros. Era Científica Cristiana, la única que yo había conocido hasta ese momento. Las dos nos casamos después de graduarnos. Yo tuve tres hijos y ella una nena y un varón.

En 1960 hubo una gran escasez de maestros, y yo fui nombrada para llenar una vacante en una escuela primaria. Fue mientras estuve ocupando este puesto que se me presentaron muchos problemas y tuve que probar lo que afirma la Sra. Eddy: “Las pruebas son señales del cuidado de Dios” (Ciencia y Salud, pág. 66). Me enfermé y me vi forzada a dejar de enseñar a mitad de año. Me llevaron a un hospital pero parecía que nada me ayudaba. Un año después me enteré que el doctor le había dicho a mi marido que yo tenía esclerosis múltiple y que no había remedio conocido para mi dolencia. Mi hijo menor tenía dos años en esa época. Me dejaron volver a mi casa con órdenes estrictas de descansar a intervalos regulares de tres horas.

Un sábado por la noche sonó el timbre de la puerta, y allí estaba mi buena compañera de la universidad con dos Christian Science Sentinels en la mano. Le dije: “Betty, si yo tuviera tu religión, estoy segura de que me mejoraría”. Ella nunca antes me había mencionado la Ciencia Cristiana, pero mi amiga vino a mí en el instante que supo de mi necesidad y me ofreció el regalo más preciado del mundo. Me respondió: “Cualquiera puede estudiar esta religión”. Dos días después me llegó una carta invitándome para que me quedase con su madre mientras mi amiga estaba fuera de la ciudad enseñando. ¡Qué experiencia tan maravillosa! Su madre había sido estudiante de la Ciencia Cristiana por muchos años. Ella me hizo notar la observación que hizo la Sra. Eddy en una oportunidad: “En la actualidad, la mayor parte de los casos agudos es asignada a los médicos, y sólo aquellos casos declarados incurables son encomendados al Científico Cristiano” (Escritos Misceláneos, pág. 6).

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