Cuando yo tenía cuatro años de edad, se decía que mi madre se estaba muriendo de tuberculosis, problemas cardíacos y muchas otras dolencias. Un día, después que el médico se despidió de ella, y comprendiendo lo que él iba a decirle a sus vecinos, levantó los brazos y dijo: “Ahora, Dios, acudiré a Ti.” Con esto ella no quiso decir que estaba preparada para la muerte, sino que estaba dispuesta a tratar medios espirituales para su curación. Una vecina le había ofrecido la Ciencia Cristiana pero mi mamá la había rechazado. Ahora, al cambiar de opinión, se las arregló para vestirse.
Apoyándose en todo lo que podía asirse, ella llegó hasta el tranvía abierto. De pronto se sintió libre; su pensamiento se elevó. Recordó unas declaraciones de su vecina, que ahora era practicista de Ciencia Cristiana y vivía al otro lado de la ciudad. “El hombre es, y eternamente ha sido, el reflejo de Dios” (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy, pág. 471), fue una de las declaraciones que recordó. Un versículo de la Biblia la fortaleció (Salmo 73:26): “Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre”.
Mi padre, al ver a su esposa parada en la puerta de su oficina, la levantó en sus brazos, llamó un taxímetro, y la llevó “para ser sanada”.
Cuando mi mamá llegó sin anunciarse, la practicista estaba preparando el almuerzo para unos invitados. Le entregó a mi mamá un ejemplar de Ciencia y Salud para que lo leyera mientras ella le daba un tratamiento, y le pidió que descansara después de leer un poco, diciendo: “Voy a estar orando por usted y la llamaré para el almuerzo”. Riéndose ante la idea de leer cuando ella apenas si podía ver; de dormir, cuando no había dormido por tanto tiempo; o de comer, cuando le habían prohibido la mayoría de los alimentos, mi madre abrió el libro. Con gran esfuerzo leyó las primeras dos líneas en el Prefacio (pág. vii): “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones”. Meditando en estas palabras, cerró el libro lentamente; luego descansó y durmió. Más tarde, cuando escuchó que la llamaban para almorzar, mi mamá exclamó: “¡Estoy curada! ¡Y tengo hambre!”
La alegría y la gratitud se transformaron en un poder real en nuestro hogar. Le dedicábamos cada momento libre a esos preciados libros, la Biblia y Ciencia y Salud. Apenas tres meses más tarde, cuando mi hermanito y yo sufrimos de serios casos de escarlatina, mi mamá pudo apoyarnos con éxito por medio de la oración en la Ciencia Cristiana.
Pero un día, cuando yo tenía siete años, las autoridades de la escuela me mandaron a casa diciendo que necesitaba usar lentes; después me mandaron a casa porque no podía oír bien. Luego mi habla se hizo confusa. Mi mamá estaba orando para ver al hombre perfecto del que habla la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, págs. 476–477): “Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que se le aparecía allí mismo donde los mortales ven al hombre mortal y pecador. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios y este concepto correcto del hombre curaba al enfermo”. Pero nuevamente fui enviada a casa con una advertencia: “Esta niña no puede ver, oír, hablar ni caminar normalmente. Póngala en buenas manos inmediatamente”.
Al día siguiente me llevaron en brazos a la oficina de una practicista de la Ciencia Cristiana. Cuando mi mamá se disponía a salir, la practicista le dijo: “No se vaya. Usted es la que necesita el tratamiento”. Mamá se quedó. La practicista oró en silencio. Nuestro temor se acalló. Finalmente la practicista se levantó. Mi mamá se levantó. Yo me levanté, y salí de la oficina ¡caminando! “¿Cuándo tenemos que volver?”, preguntó mi mamá, con lágrimas de alivio y gratitud corriendo por sus mejillas. “Si necesitan volver, háganlo en cualquier momento”, fue su respuesta.
¡Estaba curada! No había necesidad de volver. En una semana estaba saltando a la cuerda. Y podía ver, oír y hablar.
Después de todos estos años en los que he experimentado tantas curaciones, no puedo encontrar palabras que expresen toda mi gratitud a Dios por Cristo Jesús, el cristiano por excelencia, y por la Sra. Eddy, a quien Dios reveló la Ciencia Cristiana. Estoy agradecida por todos los incansables practicistas y enfermeros de la Ciencia Cristiana en todo el mundo, y por la instrucción en clase.
Des Plaines, Illinois, E.U.A.