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[Original en español]

Conocí la Ciencia Cristiana* a mediados de 1973, pocos días antes...

Del número de octubre de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Conocí la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) a mediados de 1973, pocos días antes de contraer matrimonio. Siempre había buscado una respuesta inteligente a todas las preguntas que con frecuencia me hacía acerca de Dios, del hombre y del universo. Mi búsqueda me había conducido a leer mucho, pero con resultados pocos positivos. Esta Ciencia, como el mejor regalo de bodas, fue la luz que abrió para mí la esperada puerta del entendimiento espiritual.

Durante los años que han transcurrido, el estudio de la Biblia bajo este nuevo enfoque espiritual, y de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, ha ido corrigiendo, limpiando y transformando mi pensamiento con las aguas purificadoras de la verdad. A través de un camino no siempre fácil ni rápido, muchos conceptos que había aceptado acerca de mí misma como verdaderos y definitivos cedieron ante conceptos más espirituales que siempre nos aseguran y nos hablan de nuestra perfección espiritual y real.

Por eso es que deseo hoy expresar mi inmensa gratitud por la curación específica de la tristeza y del temor a la muerte. Cuando la Ciencia Cristiana llegó a mi vida, yo me encontraba sufriendo a causa de estos angustiosos sentimientos, que se manifestaban en el pesar que sentía por la enfermedad que aquejaba a mi madre, en relaciones personales discordantes, y en el temor intenso a que ella pudiera un día desaparecer de mi vista para siempre. A medida que avanzaba en la comprensión de las nuevas enseñanzas y me esforzaba por aplicarlas, apoyada por el trabajo metafísico de una practicista de la Ciencia Cristiana, comencé a sentir la liberación que se experimenta al reconocer la realidad espiritual de la creación.

El aceptar a Dios como el único Padre-Madre de todos Sus hijos fue muy importante, así como lo fue el comprender que yo era en realidad una individualidad espiritual completa, poseyendo todas las ideas correctas de Dios y, por lo tanto, capacitada para hacer frente adecuadamente a toda situación. En ningún momento era, o había sido, un mortal que se encontraba solo, luchando con precarios medios personales contra la adversidad, y falto de dirección o protección. Paulatinamente, en la medida en que comprendía y cedía a estas verdades, la alegría, la serenidad y un mayor deseo de vivir, fueron reemplazando la pesada carga de la responsabilidad personal. Al obtener un concepto más espiritual de libertad, las relaciones personales se volvieron más armoniosas.

Puedo decir con gratitud que cuando mi madre falleció yo estaba tan imbuida del sentimiento regocijante que la ternura y el amor divinos abrazaban todo mi ser, que pude elevarme por encima del cuadro humano. Pude sentir y comprender en cierto grado la gran realidad de lo que declara la Sra. Eddy en Ciencia y Salud, donde escribe acerca del: “Principio divino, el Amor, que subyace, cobija y rodea todo el ser verdadero”. El párrafo comienza (pág. 496): “Todos tenemos que aprender que la Vida es Dios”. La frase final de este párrafo dice: “Mantened perpetuamente este pensamiento, — que es la idea espiritual, el Espíritu Santo y Cristo, que os capacita para demostrar con certeza científica la regla de la curación, basada en su Principio divino, el Amor, que subyace, cobija y rodea todo el ser verdadero”.

Debo decir también que los efectos de esta experiencia sanadora han sido tan completos y permanentes que en la actualidad, cuando pienso en mi madre, lo hago con la firme y serena confianza de su vida gozosa en Dios; sé que “contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz” (Salmo 36:9).

Agradezco a quienes me ayudaron a caminar por este sendero; a la persona que me habló por primera vez sobre esta maravillosa Verdad que es Amor; a Cristo Jesús, quien predijo la venida del Consolador, la Ciencia divina, expuesta en Ciencia y Salud; y a la Sra. Eddy, quien recibió las enseñanzas y pudo demostrarlas. También estoy agradecida por toda la literatura de la Ciencia Cristiana, especialmente por la edición en español del Heraldo.


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