Con un corazón lleno de gratitud por el mensaje sanador de la Ciencia Cristiana, que ha bendecido nuestra vida con innumerables curaciones, deseo relatar cómo llegamos a esta maravillosa religión.
De recién casados nos mudamos a una región nueva que todavía estaba escasamente poblada. Los comienzos fueron difíciles. Como no estaba acostumbrada a trabajar tan fuerte, me enfermé. Fuimos a un médico, el que me examinó y encontró que había sufrido una lesión abdominal que, según él, requería una operación. También diagnosticó que tenía una enfermedad en los riñones que necesitaba tratamiento médico.
Cuando volvimos a nuestra casa, nos visitaron unos amigos que habían emigrado a esa localidad hacía poco tiempo y que conocían nuestra situación. Con mucha alegría nos dijeron que habían encontrado algo que podía curarme —“¡La Ciencia Cristiana!” Mi marido y yo aceptamos la oferta con regocijo. Sin demora fuimos a ver a un practicista de la Ciencia Cristiana que vivía en la ciudad.
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