Editoriales
Sólo hay una manera de demostrar la verdad científica del ser, y ésa es adhiriéndose a ella. Esto significa reconocer firmemente la acción y obras perfectas de Dios, sin tomar en cuenta lo que parezca estar negando la presencia de éstas.
El Cristo es un poder redentor en la consciencia humana. Es una presencia salvadora que extingue los ardientes sentidos mortales.
En el invierno de 1898, cuando residía en Concord, New Hampshire, la Sra. Eddy hizo venir a su aposento a una de las personas que la secundaban en su casa y le comunicó algunos de los inspiradores pensamientos que le habían venido la noche anterior.
Las obras de ingeniería, las artes y artesanías, mejoras en la agricultura.
¡Cuán grande es la bondad de Dios! Él es el Amor divino, y con ilimitada generosidad vuelca dones espirituales sobre todos Sus hijos en abundancia inimaginable. Aun cuando esto pueda parecer quimérico a los millones de seres que padecen hambre en el mundo, ésta es la realidad.
La pena capital es sólo la cúspide de un iceberg. Es sólo parte de un tema más amplio que podríamos denominar la pena de muerte.
Existe un deseo generalizado de erradicar la enfermedad de la vida humana. En el campo médico grandes recursos humanos de tiempo, energía y dinero se han dedicado — y se están dedicando — para lograrlo.
Aquellos que recurren devota y sinceramente a las enseñanzas de la Ciencia Cristiana aprenden a sanar la enfermedad. Las verdades espirituales son medios poderosos de curación.
Siempre hay algo que podemos hacer para ayudar a otros en tiempos de tribulación. Esto es verdad aun en situaciones en que los observadores puedan creer que las condiciones son tales que no es posible ayudar, o que sería presuntuoso intervenir en los asuntos de otros.
El terror — ya sea como aparente causa o efecto — puede aminorarse. Puede ser controlado y eliminado pues el terror es simplemente tensión elaborada, magnificada y expandida por el pensamiento mortal.