Hoy en día, entre el billón y medio de niños que hay en el mundo probablemente la mayoría están cuidados y alimentados por padres y amigos que los quieren. Pero hay muchos que no lo están. Millones de niños desafortunados — algunos muy pequeños — son abandonados, explotados, maltratados, se abusa de ellos, viven en constante temor y en la miseria, y necesitan ayuda desesperadamente.
Es motivo de gratitud, por lo tanto, que durante este año se dará atención especial a este grupo de “gente menuda” de la población mundial. La Asamblea General de las Naciones Unidas ha designado el año 1979 como el Año Internacional del Niño y ha pedido a cada una de las ciento cincuenta naciones miembros que organicen grupos que trabajen para implementar programas que alivien la difícil condición en que se encuentran estos desamparados niños, y que establezcan los derechos básicos que ellos tienen de recibir un tratamiento humanitario, educación y oportunidades.
Debido a la importancia que tiene este problema para toda la población mundial, seguramente que todos nuestros lectores desearán orar sinceramente para vencer la injusticia, la crueldad y negligencia que sufren los niños. Esperamos, por tanto, publicar de tiempo en tiempo durante este año en las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana — en el Journal, Sentinel y en cada una de las trece ediciones del Heraldo— así como en la columna religiosa de nuestro diario The Christian Science Monitor, artículos que den soluciones espirituales concretas a los problemas que conciernen el bienestar de los niños. Estos artículos mostrarán cómo podemos orar eficazmente para ayudar a nuestros propios hijos y aquellos millones que están abandonados y maltratados, y que necesitan desesperadamente que se los ayude.
Es natural para los Científicos Cristianos orar por toda la humanidad. De acuerdo con las instrucciones de su Guía, Mary Baker Eddy, regularmente ellos acuden a Dios, el Padre y Madre de todos, con el deseo de ver Su reino establecido en la tierra como lo está en el cielo. Todos los días oran: “.. . haz que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y quita de mí todo pecado; ¡y que Tu Palabra fecunde los afectos de toda la humanidad, y la gobierne!” Manual de La Iglesia Madre, Art. VIII, Sec. 4; Con los afectos enriquecidos por medio de la acción del Cristo, la verdadera idea de Dios, todos los miembros de la raza humana — niños al igual que hombres y mujeres — se encontrarán en circunstancias mejores.
La Ciencia Cristiana demuestra que, en realidad, todos somos hijos de Dios, espirituales y perfectos. Moramos por siempre en Su universo espiritual, bajo el gobierno benévolo de Su ley de armonía, bendecidos por Su desborde de abundantes dones. Aun aquellas personas que para el sentido mortal parecen estar abandonadas, enfermas, desnutridas y destituidas, son, en verdad, los hijos espirituales e ideales de Dios e incluyen invariablemente las cualidades de su creador sublime y divino. Todos, desde los poderosos reyes hasta los niños abandonados y adolescentes fugitivos, pueden, mediante este razonamiento, ser identificados en su ser real y espiritual como el reflejo del Padre-Madre universal, Dios, el creador que es todo amor.
Esta verdad de la creación perfecta, espiritual, de Dios y de Su abundante cuidado amoroso, transforma la consciencia humana, disipando las imágenes mentales de discordia y privación. Entonces, puesto que la materia y todo el cuadro humano son estados subjetivos del pensamiento mortal, las condiciones tiene que mejorar para la persona y tiene que reconocerse y vivirse más totalmente la bondad de Dios en la tierra como en el cielo.
En la proporción en que oramos de este modo por toda la humanidad contribuimos a traer a la consciencia humana individual una mejor comprensión de la Verdad y el Amor. Los afectos se enriquecen con la comprensión a la manera del Cristo, y la vida se ilumina con un mejor concepto del cuidado del Amor divino. Los que son receptivos a la idea espiritual despiertan y se elevan para discernir el amor de Dios, para sentirlo y reconocer sus beneficios — y ninguna clase de persona es más receptiva al amor de Dios que los niños.
En la época del ministerio de Cristo Jesús, según nos dicen los Evangelios, los niños pequeños se acercaban a él sin temor. Cuando los discípulos les querían impedir que molestaran al Maestro, Jesús dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”. Mateo 19:14; Y la Sra. Eddy, que amaba y sanaba a los niños, escribe en Ciencia y Salud: “Jesús amaba a los niños pequeños a causa de su carencia de mal y su receptividad para el bien”.Ciencia y Salud, pág. 236;
Su receptividad a la idea-Cristo hace a los niños de hoy en día responder con igual prontitud a nuestras oraciones diarias por toda la humanidad. A medida que trabajamos de una forma general para el enriquecimiento de los afectos de toda la humanidad, podemos tener fe en que nuestras oraciones no son en vano. Tenemos derecho a reconocer que en su verdadero ser como manifestación de la única Mente divina, cada integrante de la extensa población de la tierra refleja inteligencia y la consciencia de la abundante bondad del Amor divino, y su constante y tierno cuidado. Podemos tener la seguridad de esto como la tuvo la Sra. Eddy cuando escribió: “Desde el interior de África hasta los confines más remotos de la tierra, los enfermos y los corazones hambrientos o que anhelan el cielo me están pidiendo ayuda y yo los estoy ayudando”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 147.
Oremos todos con una nueva visión por el enriquecimiento de los afectos de la humanidad. Y convenzámonos de que nuestra oración diaria recibe respuesta, y que los niños necesitados de todos los continentes recibirán una bendición.
