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El Cristo y el enviciado

Del número de abril de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El asunto no es si el enviciado puede sanar. Puede sanar con certeza. El asunto es, más bien, saber cuánto amor tenemos por el Cristo. Ni una sola persona que tenga algún vicio está más allá del alcance de la gracia de Dios, el poder redentor del Cristo, la Verdad.

Todo vicio se basa sobre la premisa de que el materialismo tiene un poder irresistible. Pero el hecho es, que ninguna forma de materialismo ha tenido jamás la capacidad intrínseca de abrumar a una persona. La materia no tiene poder. La mente mortal, la creencia en una mente aparte de Dios, es la culpable. Alimenta al materialismo dándole la única atracción que parece tener. Sólo el Cristo es poder. Aniquila la creencia material al atraer al individuo a la irresistible perfección del Espíritu.

Podemos ayudar a otros mediante nuestra respuesta al Cristo. Podemos reconocer su supremacía. Cuando lo hacemos, podemos sanar al que tenga algún vicio. Jesús sanó el pecado tan eficazmente como sanó la enfermedad. Comprendió que es el Cristo — el mensaje del Amor a la consciencia humana — el que es irresistible y no la materialidad, en ninguna de sus formas. La realidad no está constituida del bien y del mal, vociferando cada uno para que lo obedezcamos. La materia y todas sus pretensiones tienen que someterse al Espíritu y a sus infinitas e irresistibles exigencias de perfección. La Sra. Eddy escribe: “Sólo hay una atracción real, la del Espíritu”.Ciencia y Salud, pág. 102;

Dios es nuestro verdadero Padre-Madre. El hombre es el linaje espiritual de este Padre eterno. No existe elemento de Dios, del Alma o del Espíritu, del cual el hombre pudiera haber heredado malas tendencias. Él es el receptor de la bondad y pureza que vienen de Dios.

Los vicios de esta época puede ser que tengan una nueva peculiaridad — una nueva droga, una nueva jugada, una nueva e “irresistible” forma de atracción — pero sus naturalezas fundamentales no cambian. A pesar de que San Pablo jamás había oído hablar del “polvo de ángel” (la droga PCP) o el efecto estupefaciente que alguna persona puede ser que halle en ver televisión, pudo, sin embargo, escribir con exactitud sanadora: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres: mas fiel es Dios, el cual... proveerá... la vía de escape”. 1 Cor. 10:13 (según Versión Moderna);

La Ciencia Cristiana revela las verdades espirituales que nos capacitan para escapar. Este Cristo, la Verdad, viene al individuo liberándolo hasta de los vicios más fuertes. La Sra. Eddy demostró decisivamente la potencia de lo que ella enseñaba. Por ejemplo, en tres días sanó a una persona que se había entregado a una droga durante veinte años (ver Escritos Misceláneos, pág. 242). Todavía más significativo, sin embargo, es el hecho de que sus enseñanzas acerca del irresistible poder del Cristo pueden ser empleadas eficazmente por otros. De un ex farmacéutico, que era uno de sus alumnos, escribe la Sra. Eddy: “... antes de terminarse la clase se hizo cargo de una paciente totalmente adicta al uso del opio — si prescindía de él por veinticuatro horas padecía delirio — y en cuarenta y ocho horas la curó totalmente de este hábito, sin efectos resultantes nocivos, mas con visible mejoramiento de salud”.Esc. Mis., págs. 242–243.

Todo aquel que quiera traer curación significativa al pensamiento humano por entero, puede hacerlo mediante la aplicación de las enseñanzas de la Sra. Eddy, las cuales ponen en claro la disponibilidad del Cristo. La Ciencia Cristiana emplea en la guerra contra el vicio una estrategia del todo diferente. La Ciencia del Cristo va directamente a la raíz del problema. En lugar de tratar de salvar al individuo del objeto que cree que ama o que lo esclaviza, el Cristo lo salva de la creencia misma. En vez de luchar con el síntoma, el Cristo disuelve la causa — la creencia de satisfacción en la materia. El enviciado necesita un cambio radical de consciencia. Esfuerzos humanos persuasivos o drogas substituyentes pueden temporariamente sustraer el pensamiento de su falsa dependencia. Pero sólo el Cristo regenera verdaderamente. El Cristo literalmente transforma el pensamiento. Eleva al adicto sacándolo de las creencias temporarias e ignorantes de que la materialidad es irresistible.

La oración que acepta al Cristo, la verdadera idea de Dios, nos despierta a la satisfacción verdadera. En cierta medida libera al pensamiento humano de sus falsos conceptos. Aun cuando algunas personas no busquen una salida de su jaula, otros sí.

Un joven empezó a tomar a edad temprana. Para cuando terminó su turno militar en Vietnam se había vuelto un alcohólico. Una serie de sucesos, entre ellos un divorcio y transgresiones a la ley, culminaron en una sentencia de cinco años de prisión. Entonces decidió someterse al tratamiento de la Ciencia Cristiana sobre una base regular. El sicólogo de la prisión no dejó de expresar su asombro por el progreso del joven. En el curso de diez meses, la junta de libertad condicional consideró que su rehabilitación había sido tan genuina que fue puesto en libertad. Había aprendido algo del poder irresistible del Cristo. Fue atraído al Cristo — su identidad pura y original — más bien que a una mentira en cuanto a él mismo. Más importante que su libertad de la prisión fue su liberación del vicio de la bebida. Ahora lleva una vida normal y productiva.

La creencia de que no hay una curación verdadera, permanente y completa para el enviciado, es impugnada por el poder del Cristo. Esta presencia sanadora revela en la consciencia el hecho primitivo de que el hombre jamás ha estado separado de Dios — jamás atraído fuera del Espíritu. El descubrimiento espiritual de esta verdad eterna rompe las cadenas de la creencia y libera al enviciado.

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