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El camino de la ascensión

Del número de abril de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En nuestra verdadera identidad somos seres espirituales, reflejos del único Ser Divino. No somos, como las falsas creencias mortales insisten, criaturas limitadas y físicas ancladas en una tierra material. Dios, el Alma, es nuestro creador, y Él nos ha hecho espirituales y perfectos. Dios, el Espíritu, es el bien infinito y nada existe fuera de Él.

Ésta es la verdad, y podemos demostrarla tanto para nosotros mismos como para los demás a medida que nuestros pensamientos se elevan por sobre la creencia en la materia y el mal y descansan en la consciencia que reconoce el bien espiritual y omnipresente como la única realidad, y la vida en Dios como la única Vida.

No es fácil para los mortales cambiar sus pensamientos del concepto material de las cosas por lo espiritual cuando la materia y las formas físicas parecen tan sólidas. Con los sentidos físicos vemos, sentimos, olemos y gustamos la materia. Aparentemente de continuo somos afectados por ella. ¿Cómo podemos negarla y afirmar que sólo el Espíritu es sustancia? ¿Cómo podemos negar que el mal existe cuando oímos hablar de tantas cosas malas que ocurren en el mundo?

El simple esfuerzo personal no es suficiente para liberarnos del mesmerismo del sentido físico. Pero no estamos solos. Mediante la gracia divina, el Cristo, la verdadera idea espiritual, viene a nosotros como guía y socorro, y el poder del Cristo es innegable. Ilumina y eleva el pensamiento y trae curación cuerpo.

Esta influencia divina, el Cristo, se encuentra en todas partes y está siempre a la puerta del corazón humano. Si le abrimos la puerta y lo dejamos entrar permitiéndole, aunque sea en pequeña medida, que eleve nuestro pensamiento por sobre el sentido material — aun cuando nuestros comienzos sean tímidos, pero sí honestos, en nuestra negación de las pretensiones de la materia y del mal y en nuestra afirmación de la naturaleza espiritual y perfecta del universo y del hombre — nuestra consciencia se ilumina y se eleva, y entonces discernimos la belleza, grandeza y abundancia espirituales que están a nuestro alcance y que ni siquiera habíamos imaginado antes. Éste es sólo el punto de partida de nuestra jornada de ascensión, pero una vez comenzada debe continuar. La ley divina de la atracción espiritual la asegura.

La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Los mortales tienen que gravitar hacia Dios, espiritualizando sus afectos y propósitos, — tienen que acercarse a interpretaciones más amplias del ser, y obtener un concepto más acertado del infinito,— para poder desechar el pecado y la mortalidad”.Ciencia y Salud, pág. 265; Y cuando el Cristo, la idea espiritual, está presente en el pensamiento humano, comienzan a ocurrir cosas maravillosas. Obtenemos un sentido más amplio de la Vida y sus posibilidades; el temor se desvanece en la comprensión de que sólo el Amor divino tiene poder; la materia pierde el terror y la atracción que parecen ejercer; y la consciencia de la creación espiritual de Dios, intacta y perfecta, comienza a desarrollarse en nosotros y nos hallamos en paz.

Este desarrollo es gradual y requiere dedicación para seguir en el camino ascendente. Cristo Jesús lo señaló para guiarnos, y la Ciencia Cristiana contribuye a apresurar nuestra gravitación hacia Dios — esto es, la espiritualización del pensamiento — al afirmar constantemente que la Verdad y el Amor eternos son una realidad presente, y al señalarnos cómo podemos alcanzar la demostración de esta realidad celestial por medio de la ley divina.

Cristo Jesús alcanzó el punto culminante de su misión en la tierra cuando su consciencia se elevó de tal modo con la comprensión de la realidad espiritual que los sentidos materiales ya no pudieron continuar tentándolo. El Evangelio según San Lucas narra el momento en que sacó a sus discípulos “fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo”. Lucas 24:50, 51;

La total liberación de Jesús de las cadenas terrenales no se produjo al comienzo de su carrera. Él se ganó esa liberación paso a paso a través de años de consagración a la idea del Cristo. Fue tentado, amenazado, ridiculizado, odiado, traicionado, maltratado físicamente y crucificado, y, sin embargo, no vaciló en su obediencia a Dios, dando siempre testimonio de la presencia de la Vida y del Amor.

En verdad, el origen divino del Maestro y su naturaleza pura lo capacitaron para alejarse del mundo en cualquier momento que hubiera querido y presentarse solamente en su verdadera identidad espiritual a la semejanza de Dios. Sin embargo, a fin de beneficiar a la humanidad y mostrarle el camino a seguir se empeñó en amargas luchas contra las creencias y pretensiones de la materia y el mal, y demostró progresivamente en la experiencia humana que el verdadero ser es divino.

Todos los que siguen su ejemplo negando el sentido material y viviendo fielmente de acuerdo con la idea espiritual de Dios pueden esperar ascender finalmente, elevarse por sobre la creencia de las pretensiones de la materia, como él lo hizo. Sin embargo, no debieran inquietarse si la demostración final del ser que es del todo espiritual llega gradual y no rápidamente a su vida. Cuando el Cristo, la Verdad, actúa en nuestra consciencia, la gravitación hacia Dios es segura. El Cristo transforma nuestro pensamiento de manera natural, y su actividad va acompañada de inequívocas señales de nuestra aproximación al cielo.

A medida que gravitamos hacia el Espíritu se neutraliza la supuesta ley de la gravitación material. Somos sacados de situaciones que metafóricamente clasificamos como una horrible cisterna, un horno de fuego ardiendo o un foso de leones. Nos encontramos caminando sobre las aguas agitadas en lugar de hundirnos en ellas. Podemos restaurar al enfermo — y progresivamente incluso a los muertos — a un estado de salud y actividad. Nos sentimos elevados. Nos sentimos libres del peso terrestre de la ambición desmesurada y del temor. Expresamos alegría en vez de depresión mental. En lugar de sentirnos agobiados por las responsabilidades y caminar pesadamente, podemos esperar caminar con paso ligero, como “en el aire”.

El camino que nos lleva al cielo exige sacrificar todos los lazos terrenales: tanto de los placeres como de los dolores del sentido material. Pero todo el camino resplandece con promesa, y somos ricamente recompensados, aun antes de alcanzar la cima de la ascensión. Entonces, finalmente, como lo dice la Sra. Eddy, probaremos que “al subir más alto, los mortales cesarán de ser mortales. El Cristo habrá ‘cautivado la cautividad’ y la inmortalidad habrá sido sacada a luz”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 110.

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