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Estímulo natural más bien que artificial

Del número de mayo de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Dios es infinito, siempre está presente, siempre activo. Él crea y sostiene a Su universo entero — el único universo que existe. Debido a que Dios es Espíritu, Su universo es totalmente espiritual. Debido a que Dios es la única causa, no puede haber otro efecto excepto aquel que emana de la perfección. El hombre es la manifestación de Dios. Es espiritual porque representa la naturaleza de Dios. Ilustra la perfección de Dios.

Dios, la Vida, es el poder verdaderamente natural que genera la existencia del hombre, y el único que es real. La Vida mueve al hombre a perpetua realidad. El Amor motiva la bondad. La Mente impele a la actividad. La entera naturaleza del hombre está espiritualmente vivificada y animada por nada menos que la presencia y el poder de Dios.

La materia no tiene vida. Es inerte. Es creencia mortal sin vida. El esfuerzo de los mortales por estimular a la materialidad, por despertarla, excitarla, aguijonearla, jamás la hará que realmente tenga vida.

La cuerda que se da a un juguete es posible que parezca animarlo temporariamente, pero, por supuesto, jamás se le dio aliento de vida. Similarmente, la creencia de que inspiramos existencia verdadera a la materia es un concepto equivocado — una creencia momentánea. Un espacio de vida que se dedica a tal esfuerzo no tiene nada que ver con la eternidad. Es posible que le demos cuerda una y otra vez, pero finalmente nos cansaremos de que nuestro títere marche a tono con la materia, y entonces despertamos para darnos cuenta de que la vida está siempre a salvo en el Espíritu.

En términos alegóricos la Biblia aclara la consecuencia inevitable de suponer que el Espíritu sopla aliento de vida en la materia: Adán, una vez que se le dio una seudoanimación como polvo, retorna a su elemento original. San Pablo comprendió la falacia de la suposición de la mortalidad del hombre. Él indicó la verdadera naturaleza del hombre semejante a la del Cristo, establecida permanentemente como la expresión misma de Dios. “Porque así como en Adán todos mueren”, observa, y luego concluye, “también en Cristo todos serán vivificados”. Cor. 15:22; El esfuerzo de los mortales por estimular a la materia, por establecer sustancia, inteligencia y vida en ella — por hacerla sentir, conocer y gozar — tiene que fracasar.

El uso de algunas drogas fomenta la creencia de que la materia tiene poder para animar y vivificar el cuerpo y sus sentidos materiales. Desde el uso difundido de la cafeína, el tabaco y el alcohol hasta la creciente aceptación de la marihuana y el trágico enviciamento a la heroína, el esfuerzo por estimular a la materia — darle lo que no posee ni puede poseer — es un esfuerzo fútil. Tampoco la murmuración, la sensualidad o la violencia son capaces de estimular a los sentidos físicos. La materia, en la forma en que se presente, jamás apoya la capacidad de accionar o responder. La materia, sencillamente, está muerta — no tiene sustancia verdadera.

Si la materia, en cualquiera de sus formas, no es afectada por la materia, ¿qué es entonces lo que parece estimular y lo que parece responder al estímulo? La materia es la objetivación de la mente mortal, la creencia en una mente independiente de Dios, una errada voluntad personal. Esta mente quisiera formular la mentira de que la sensación existe en su dios, la materia. La Sra. Eddy llama a esta falacia magnetismo animal. Tanto el falso estímulo como la respuesta a él residen en la mente mortal, no en la materia.

Específicamente, la supuesta voluntad personal acciona como estimulante, y la misma voluntad responde a sus propias creencias preconcebidas. Pero sobre esta base tanto el estímulo como la respuesta son artificiales. Descansan sobre una mente sintética. Son fabricadas más bien que naturales.

La fuerza de voluntad humana, con su sutil representación gráfica de vida en la materia, quisiera robar al incauto el estímulo verdaderamente natural, “las energías divinas de la Verdad”. La Sra. Eddy aconseja: “Un paciente bajo la influencia de la mente mortal sólo es curado al quitar la influencia que sobre él ejerce esta mente, vaciando su pensamiento del estímulo erróneo y de la reacción del poder de la voluntad y llenándolo con las energías divinas de la Verdad”.Ciencia y Salud, págs. 185-186; Para quienes procuran liberarse del moderadamente seductivo estímulo que ofrece la cafeína hasta el esclavizante estímulo que engendra la heroína, la Ciencia Cristiana les muestra lo que tiene que ser eliminado: la voluntad mortal. Encontramos nuestra libertad en la medida en que aceptamos que la voluntad de Dios es la única voluntad verdadera.

La solución tanto para el uso como para el uso inmoderado de estímulos artificiales, descansa en la comprensión de la falta de poder — de hecho, la irrealidad — de esta llamada fuerza de voluntad. Es nuestro creciente amor a la voluntad de Dios lo que nos capacita para renunciar a toda sumisión a estímulos materiales. De hecho, estamos dejando atrás la voluntad mortal, la mentira de que la materia tiene una capacidad inherente de pensar y sentir, de accionar y responder.

Todo esfuerzo mortal por estimular un cuerpo material o sus sentidos físicos es artificial. Es un esfuerzo estéril por infundir vida y actividad donde nunca la habrá. Pero es conveniente estar completamente vigorizado. Animados con amor. Elevados. Sentir el impulso del Alma. La Mente divina bendice de tal manera nuestro ser, incluso nuestro concepto presente del cuerpo. La Sra. Eddy escribe: “El hecho de que la Verdad vence tanto la enfermedad como el pecado reafirma la esperanza deprimida. Imparte al cuerpo un estímulo saludable y regula el organismo. Aumenta o disminuye la acción, según lo requiera el caso, mejor que cualquier medicina, alterante o tónico.

“La Mente es el estímulo natural del cuerpo; pero las creencias erróneas, aun las mejores, no promueven ni la salud ni la felicidad”.ibid., pág. 420.

A medida que despertamos de las creencias de vida en la materia, empezamos a comprender que Dios crea al hombre enteramente espiritual. Es Su voluntad la que vivifica al hombre, acciona su ser, vitaliza su naturaleza, le da gozo, animación, libertad y poder espiritual.

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