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Llevándonos bien con Dios

Del número de marzo de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Le cuesta a usted a veces llevarse bien con sus padres, con alguno de sus maestros o aun con “buenos amigos”? Si es así, quiere decir entonces que no es usted muy diferente del resto de todos nosotros. Si somos honestos respecto al asunto, probablemente admitiremos que de cuando en cuando la mayoría de nosotros se ve ante la necesidad de desenredar sus relaciones con los demás y armonizarlas. Pablo percibió la necesidad de exhortar: “Haced todo sin murmuraciones y contiendas”. Filip. 2:14;

Hay dos medios de enfocar este requerimento: dirigir nuestro esfuerzo personal hacia cambiar a la otra persona, o bien tratar de resolver el asunto sobre la base de nuestra relación con Dios. A menudo, por lo menos al comienzo, elegimos el primer enfoque. O, en el mejor de los casos, pedimos a Dios que haga cambiar a la otra persona.

El primer enfoque resulta de la suposición de que algo anda mal entre uno y el otro individuo. Mas, realmente, éste no es el problema básico. Las discrepancias, argumentos y falta de respeto — todo lo que esté involucrado en la dificultad — trataría de alejar nuestros pensamientos de Dios y fijarlos en la otra persona. Ésta es una manera muy falaz de actuar de la mente mortal. Apartar el pensamiento de lo que verdaderamente necesita es una de las formas de operar del magnetismo animal. Esta fraudulenta astucia arrancaría, o alejaría, el pensamiento de la verdad de que Dios es el centro de nuestra vida.

Hay una clase de pájaros que, cuando alguien se les acerca, a veces pretenden hacer creer que están heridos. Algunos, por ejemplo, comienzan a alejarse arrastrando un ala mientras se les sigue por el campo. El propósito es, por cierto, apartar la atención de su seguidor del nido que tienen en la tierra por allí cerca. En cierto modo, la mente mortal intentaría la misma divergencia de pensamiento en los problemas de relaciones humanas. Trataría de apartar nuestra atención de lo que realmente tenemos que hacer.

Lo que verdaderamente necesitamos hacer es enfocar el problema de la otra manera. Si no nos estamos llevando bien con los demás ello está acusando que no nos estamos llevando bien con Dios. En otras palabras, hemos dejado que la mente mortal empañe nuestra relación con Dios, con la Vida, la Mente, el Amor.

Una vez que nos damos cuenta de que la solución puede hallarse mejorando nuestras propias relaciones con Dios, entonces podemos comenzar a orar para el problema y aplicar eficaces ideas espirituales. A medida que escuchamos, el Cristo nos revela que la total y completa relación del hombre con Dios existe ahora mismo. En realidad, el hombre responde a Dios tan fielmente como responde a nosotros nuestra imagen en el espejo. Para decirlo científicamente, el hombre simplemente expresa a Dios. Refleja la bondad de Dios, Su pureza y Su gozo. Partiendo desde la base de la perfección, el hombre expresa algo más que relaciones armoniosas con Dios. Sin una sola excepción, el hombre refleja la perfección de Dios. “Pero, ¿qué decir acerca de aquellos que me están causando problemas?” podría uno preguntarse. “¿Cómo puedo armonizar mi situación con ellos si se supone que yo centre mi atención en Dios y en la relación del hombre con Dios?”

Quizás una ilustración aquí pueda ser útil. Tal vez usted haya aprendido en alguno de sus cursos de matemáticas algunas leyes básicas referentes a líneas paralelas. Supóngase que tiene usted tres líneas como las siguientes: Asumamos que sabemos que la línea A es paralela a la línea B. Sabemos además que la línea C es paralela a la línea B.

A ___________________

B _________________

C ____________________ ¿Qué podemos ahora decir sobre la relación entre las líneas A y C? Que son paralelas. ¡Siempre! Si hemos probado que la A y la C son paralelas a la B, entonces la A y la C inevitablemente serán paralelas entre sí. Ahora supongamos que las líneas A y C representan al hombre individualmente, y la B a Dios. Si nuestro razonamiento puede probar que el hombre, en su ser individual, está debidamente relacionado con Dios, entonces quiere decir, sin excepción, que cada persona está debidamente relacionada con la otra. Este ejemplo tiene sus limitaciones, pero puede servir para ilustrar que si comprendemos la relación básica que existe entre Dios y el hombre, entonces podemos probar que la relación que existe entre las personas es armoniosa.

Nuestra necesidad primordial es siempre la de dirigirnos directamente a Dios, la Mente divina. Cuando la Mente viene a ser el centro del pensamiento y acción de la persona, entonces su vida comienza a ser más armoniosa. La Sra. Eddy se refiere a un punto que la Ciencia Cristiana requiere de sus adherentes: “Deben precaverse contra la deificación de la personalidad finita. Cada pensamiento humano debe dirigirse instintivamente a la Mente divina como su único centro e inteligencia. Mientras esto no se haga, el hombre nunca se encontrará armonioso e inmortal”.Escritos Misceláneos, págs. 307–308.

No debemos perder nuestro tiempo ni malgastar nuestros esfuerzos yendo en pos de pájaros que pretenden hacernos creer que están heridos. En otras palabras, no debemos ir en pos de las personalidades humanas, deificándolas o sufriendo a causa de ellas. Lo que sí debemos hacer es comprender nuestra relación con Dios. Podemos darnos cuenta de que ahora mismo el hombre está, y siempre ha estado, perfectamente “alineado” con Dios. El Amor divino no sólo rodea al hombre — el Amor es el centro del ser del hombre. Esto es verdad acerca de la verdadera naturaleza de usted, y es la verdad acerca del hombre en general.

A medida que comienza usted a descubrir su relación individual con Dios, la relación correcta que existe entre usted y los demás empieza a manifestarse en su experiencia.

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