Cuando Moisés condujo a los hijos de Israel hacia el interior del desierto, vió la necesidad de un santuario que simbolizara a la mente primitiva del pueblo la continua presencia con ellos del Dios de sus abuelos. Por lo cual mandó construir un tabernáculo, una estructura a modo de tienda portátil. En el tabernáculo simbolizó la presencia de Dios con un candelabro de oro con seis brazos. Encima de la caña central y de los seis brazos colocó siete lámparas. Así fué simbolizada la naturaleza entera de Dios en los albores del progreso del monoteísmo.
En otras varias partes de la Biblia se hace referencia al candelabro con sus siete lámparas, destacadamente en Zacarías 4:2 en donde el emblema representa al “Señor de toda la tierra” y en Apocalipsis 4:5 en donde se declara inequívocamente que “había siete lámparas de fuego ardiendo delante del trono, las cuales son los siete espíritus de Dios.” Por lo cual se verá que la Biblia indica definitivamente la séptupla naturaleza de Dios, pero estaba reservado a Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Christian Science, formular los siete sinónimos de Dios atribuyéndoles sus respectivas funciones. Queda a las generaciones futuras la aptitud para evaluar la importancia que tiene para la humanidad esta encumbrada revelación de la naturaleza de Dios.
Mrs. Eddy enumera estos siete nombres primero en la página 115 del libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras,” bajo el epígrafe marginal de “Sinónimos divinos,” en este orden: “Dios: El Principio divino, la Vida, la Verdad, el Amor, el Alma, el Espíritu, la Mente.” En un capítulo subsecuente intitulado “Recapitulación” amplía su definición de Dios con estos sinónimos acompañados de los calificativos incorpóreos, divinos, supremos, infinitos (pág. 465). Y luego en el Glosario aparecen estos sinónimos en dos lugares, primero en la definición de Dios en la página 587 y después en la definición de Mente en la página 591. Es digno de notarse que en esta última cita se añade la palabra “substancia,” pero no con mayúscula como los sinónimos, dando así a entender que substancia no es un sinónimo, sino otro término para nombrar a la Deidad.
Para el inquiridor ordinario, el significado de casi todos estos términos es más o menos obvio. Así la función de la Mente es saber, mientras que la del Espíritu es indicar la omnipresencia de Dios y Su incorporeabilidad o libertad ilimitada. Pero el significado de Dios como Alma no es tan claro, especialmente para los que fuimos criados en la creencia de que cada mortal posee su alma individual que se salva o se pierde según él se porte en esta vida.
Quizá ningún autor ha sido tan esmerado o minucioso en su selección de palabras como Mrs. Eddy, y el hecho de que todos los siete sinónimos se emplean para definir a Dios en cuatro distintos lugares del libro de texto, prueba que ella consideró que cada sinónimo tiene su propia función en la galaxia o Via Láctea de los siete.
Mrs. Eddy contrasta con frecuencia el Alma con los sentidos en todos sus escritos. Los sentidos materiales falsifican los auténticos sentidos del Alma, que son espirituales. La función de estos sentidos es percibir, y los sentidos materiales parecen percibir un cuerpo material y un mundo material. Mejor dicho, los sentidos materiales perciben lo que concibe la mente mortal. Lo que percibimos con nuestros sentidos materiales son las creencias de la mente mortal exteriorizadas. Los sentidos del Alma, o sea los sentidos verdaderos del hombre, lo hacen que perciba el universo espiritual que es siempre perfecto. Son el don del Alma al hombre. No decaen ni se menoscaban como los sentidos materiales. No los afecta la vejez, antes bien se clarifican y aguzan mientras más se usan, porque “la senda de los justos es como la luz de la aurora, que se va aumentando en resplandor hasta que el día es perfecto” (Prov. 4:18).
Para los que piensan según la materia los sentidos espirituales son vagos y abstractos, pero el hecho es que constituyen el único medio por el cual los humanos pueden descubrir su estado real como hijos de Dios. Este estado verdadero del hombre lo explica claramente Mrs. Eddy en la página 477 de Ciencia y Salud en la que, en respuesta a la pregunta: “¿Qué son el cuerpo y el Alma?” dice en parte: “El Alma es la substancia, Vida e inteligencia del hombre, que está individualizada, pero no en la materia.” Y añade en el párrafo siguiente (págs. 477, 478): “El hombre es la expresión del Alma.” El párrafo termina así: “Separado del hombre, que expresa el Alma, el Espíritu carecería de entidad; el hombre, divorciado del Espíritu, perdería su entidad. Empero no hay ni puede haber tal desunión, porque el hombre es coexistente con Dios.” En consecuencia, el hombre es tan necesario a Dios como Dios lo es al hombre. Dios es la causa divina y el hombre es la expresión.
En esta relación perfecta no hay ni puede haber intermediario, mediación ni tercer elemento, como no se requiere ni podría existir entre la llama de una vela y la luz que emite. Esta es la verdad del ser. Cualquier pretensión de que se necesite un intermediario que ayude al hombre, o de algún poder hostil que se contraponga a su perfecta relación con Dios, es mera suposición fútil de la mente mortal.
¿Es un sacrilegio este concepto elevado del hombre? ¿Es irreverente considerarlo necesario a Dios? Dios tiene que expresarse o manifestarse a fin de ser Dios, y en la Christian Science se aprende que el hombre es tal manifestación. ¿Es sacrilegio que tú y yo nos identifiquemos como tal hombre que expresa a Dios? No, porque en realidad no tenemos otra identidad. Apropiémonos, pues, este concepto de nosotros mismos y procuremos demostrarlo habitualmente. Porque, citando otra vez Ciencia y Salud (pág. 470): “Si alguna vez hubiera habido un momento en que el hombre no expresara la perfección divina, habría habido entonces un momento en que el hombre no expresó a Dios, y por consiguiente un espacio de tiempo en que la Deidad no estuvo expresada — esto es, en que quedó sin entidad.”
Si el hombre es la expresión esencial de la Mente, entonces él expresa o refleja la Mente que nunca está perpleja, aturdida, preocupada o en duda. La omnisciencia lo sabe todo. Si nos hemos afanado bajo la impresión de que no somos muy diestros en tal o cual cosa, quizá hasta juzgándonos estúpidos, entonces hemos sido injustos con nosotros mismos. Hemos hablado falso testimonio contra nuestra entidad real. Cuando tales acusasiones siniestras revoloteen por nuestra mente hay que ejercitarnos en estar alertas a fin de rechazarlas inmediatamente, reafirmando nuestro estado perfecto y completo como la expresión que somos de la Mente omnipresente.
Además, Dios es la Vida del hombre. ¿Ha comenzado a susurrarte el error de los años de la mortalidad? Entonces hay que declarar con el Salmista (118:24): “Este es el día que ha hecho Jehová; ¡alegrémonos y regocijémonos en él!” Porque no es día de decadencia ni de deterioro, ni un día que nos acerque más al sepulcro. En verdad, podemos tomarlo como un día de más clara comprensión de la eterna unión que existe entre el hombre y Dios, su Vida eterna, incesante, ininterrumpida.
Siendo nuestra tesis que el hombre es la expresión de Dios, entonces Dios, la Verdad, emplea al hombre como testigo de esa Verdad divina e invariable. En consecuencia, por vacilante que sea nuestra actual percepción o demostración de la Christian Science, toca a cada uno de nosotros percatarnos de que en realidad somos la expresión perfecta y completa de la Verdad. Hacerlo así es solucionar el problema de la carencia de empleo. Aun humanamente nuestro negocio consiste en ser testigos de la Verdad en todos nuestros tratos o contacto con nuestros semejantes. Así cada hora, sea cual fuere la tarea que se nos depare o asigne y por más engorrosa que parezca, podemos glorificarla si comprendemos que, porque la hacemos para la gloria de Dios, ayudamos a establecer en la tierra el reino de la Verdad.
El hombre es la expresión también del Espíritu. Dios lo emplea para manifestar Su espiritualidad. Siendo el Espíritu incorpóreo y omnipresente, la expresión de esa presencia ilimitada nunca la restringen los límites de la materia. No tiene consciencia de nada que lo confine, que lo coarte o lo proscriba. Ni una tilde del bien espiritual le niega Dios al hombre, pues de otro modo el hombre no sería Su imagen y semejanza completa y perfecta.
Entre todos los sentidos espirituales del Alma, uno de los más preciosos es el que revela a Dios como perennemente invariable, el indefectible Legislador del bien, la fuente u origen de toda realidad, el poder regulador del universo. Sólo una palabra en su acepción científica encierra por completo este concepto: Principio. Principio divino es uno de los sinónimos esenciales de los siete antedichos. Porque el hombre es la expresión perfecta y cabal de Dios, nunca puede desviarse ni un ápice del Principio. Puesto que las ideas expresan únicamente la inteligencia que las concibe, nunca se contraponen ni interfieren entre sí, nunca se se contradicen, sino que cooperan unas con otras. Para los sentidos humanos, el pago de las infracciones de la ley divina puede parecer rudamente áspero a veces. Pero los que se arrepienten pronto comprenden que la observancia así impuesta forzosamente los constriñe a regresar a la senda de la rectitud. Porque el Principio divino es sinónimo del Amor divino.
Mucho se ha dicho, y con razón, de que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y ¿no implica ésto la necesidad de que nos aferremos mentalmente a la inseparabilidad de Dios y el hombre? Tener siempre presente cuán perfecto, cuán glorioso y aun bello es el hombre ante los ojos de Dios, es nuestro derecho y nuestro privilegio. También conviene recordar que Dios siempre nos ve tales como nos creó— Su propia expresión perfecta. Mientras más persistentemente nos veamos así tanto a nosotros mismos como a nuestros semejantes, más armoniosas serán nuestras relaciones humanas.
Más que todos los otros sinónimos, Alma indica el estado de consciencia o despertamiento del hombre real a su eterna inseparabilidad de Dios, como Su reflejo.