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Vida indestructible

Del número de julio de 1952 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La vida no viene y se va, porque la Vida es Dios, y toda cosa viviente existe en esta Vida, dando testimonio del creador eternamente consciente. La Christian Science revela la incesante presencia de todo lo que realmente vive. Dice Mary Baker Eddy en Unity of Good (La Unidad del Bien, pág. 61): “El venir e ir pertenecen al estado de consciencia mortal. Dios es ‘el mismo ayer, y hoy, y para siempre jamás.’ ” Porque Dios es Vida indestructible y siempre presente, Su expresión, el hombre, está eternamente presente y vivo. Lo que hace falta es el refinamiento espiritual para percibir ésto.

El hecho es que el venir e ir de la carne, su nacimiento, sus condiciones y aun su muerte, son ilusiones que nunca tocan la vida auténtica que parecen ocultar. Lo que de bueno se ve en los seres humanos nos da un indicio de lo que es realmente el hombre — gozo e inteligencia individualizados y todas las características y las actividades divinamente derivadas. Estos elementos vivientes del hombre real nunca pueden extinguirse porque la fuente de que emanan es inextinguible. No son adherentes sino inherentes al hombre, puesto que lo constituyen. Irradian de Dios, la Mente imperecedera, y son inseparables de su fuente de irradiación. El resplandor crepuscular de una vida consagrada al bien, dejando su indeleble impresión en la consciencia de la humanidad, da una vislumbre de la eterna presencia del hombre espiritual individual.

Esa evidencia de la vida verdadera es lo que, impregnando la opacidad mental de la existencia material conforme a los sentidos personales, eleva las asociaciones humanas a encumbrados niveles espirituales, dando así lugar al advenimiento del reino de los cielos. Sólo el sentido espiritual percibe la evidencia de la presencia del hombre inmortal, y para tal sentido no puede perderse esa evidencia. El hombre existe en la Mente divina como su idea, y para estar consciente de la presencia del hombre precisa que uno esté consciente de la presencia de Dios.

La Christian Science trae estas verdades a quien lamente la pérdida de algún pariente y le quita su agobio que es el resultado de su creencia ignorante de que la personalidad física es el hombre y de que el ir y venir de la carne es verídico. Las palabras de Pablo a los corintios (II Cor. 5:16): “De ahora en adelante, no conocemos a nadie según la carne,” exigen que abandonemos todo concepto carnal del hombre y que entendamos la vida en Cristo, en la que el hombre se conoce tal como Dios lo hizo, inmune a la muerte y sin sentidos físicos.

La identidad verdadera nunca está ausente, aléguese lo que en contra se alegue humanamente. Así lo probó Cristo Jesús cuando entró en el cuarto en que yacía “muerta” la hija de Jairo, cuando encontró a la viuda dolorida de Naín y cuando oró en voz alta para que oyeran los que estaban frente a la cueva en la que habían sepultado a Lázaro. Dice Mrs. Eddy en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 555): “Jesús, nuestro gran modelo, pudo restaurar la manifestación individualizada de la existencia, que parecía desvanecerse en la muerte.” La presencia incesante de la identidad inmortal era más real para el Maestro que el venir e ir de la carne, de ahí la autoridad que él tenía sobre la ilusión de la muerte. Tan vivo estaba en el Espíritu que pudo rechazar la mala sugestión de que la vida estaba ausente.

¿Quién, entre los que presenciaron las pruebas escrutantemente arrolladoras del Maestro de que la vida es indestructible, pudo volver a creer jamás que la muerte sea algo más que una despiadada ilusión de los sentidos? La lección fué enseñada entonces, y su significado permanece fresco aún en la actualidad para quienes estén dispuestos a comprenderlo. La vida nunca puede ser destruida. La carne no tiene dominio sobre ella.

El autor de los Proverbios comprendía que la prueba de que la vida es indestructible depende de la rectitud que uno viva en práctica realidad, y escribió (12:28): “En la senda de la justicia [rectitud] está la vida, y en el camino de su sendero no hay muerte.” Por lo tanto, el grado de vida que uno viva debe medirse por el bien espiritual que haya expresado más bien que por el número de años que se haya prendido a la carne o por las sensaciones agradables y desagradables que haya albergado en ese período.

La Christian Science explica que la muerte física no liberta a la humanidad de su aparente prisión de la carne, puesto que la carne es una creencia mortal de cuya naturaleza errónea hay que percatarnos, un falso estado mental que ha de persistir hasta que la Ciencia lo disipe. Cada paso en el camino de la vida impecable en el Espíritu debe demostrarse sea en esta esfera de la existencia o en otra antes de que nos desprendamos de la carne y se nos revele el ser verdadero ya no sujeto a morir.

En la página 77 de Ciencia y Salud nuestra Guía habla del tiempo que ha de requerirse para despertar del sueño de la vida en la materia, y dice: “Este tiempo será de mayor o menor duración, según la tenacidad del error.” Y añade: “¿De qué provecho sería entonces para nosotros, o para los que se han ido, prolongar el estado material y prolongar de este modo la ilusión ya de un alma inerte o de un sentido sufriente y pecador,— una supuesta mente encadenada a la materia?”

Cuando el Científico Cristiano se esfuerza por impedir la muerte mediante la demostración de la Ciencia, no lo impele el deseo de prolongar la presencia de la personalidad física, sino la obediencia al mandato de la Verdad de que la Vida nunca cede ante la muerte, sino que es inmortal ahora y eternamente. La vida agranda sus proporciones cuando se aclara nuestro concepto del hombre como la expresión pura e inmortal de Dios, y así disminuye el temor de la separación pasajera. Entonces nuestra meta viene a ser nuestro dominio sobre el pecado, más bien que la prolongación de la supuesta vida de la carne. Entonces vencer la muerte mediante el incremento de nuestra rectitud se vuelve una responsabilidad moral, una exigencia del Principio.

Cuando medimos la vida por el amor y la veracidad, la sabiduría, justicia e inteligencia individualmente expresados y por el poder espiritual manifestado, el desarrollo del bien ocupa el primer lugar en nuestra evaluación de la vida que es digna de vivirse. El venir e ir de la carne viene a ser de menos importancia para nosotros, y si el irse deploramos, ya no es con el espíritu de lástima de uno mismo y de frustración emocional, sino de arrepentimiento de que la existencia mortal nos haya parecido tan real y la perenne presencia de la Vida y del hombre tan brumosa. Esa manera de lamentarnos nos hace luego estar más firmemente resueltos a vencer todo lo que tienda a oponerse a la Vida y a ocultar o desvirtuarnos del bien que tiene dominio sobre la muerte.

La resurrección y ascensión final del Maestro más allá de todo lo que es mortal se fundamentaron en la demostración de la rectitud que es vida eterna. A medida que los que van en pos de él, las ovejas de su rebaño, se compenetran del significado de sus palabras y de sus hechos, la materia se les vuelve irreal. Atienden al Espíritu, no a la carne, al buscar evidencias de la vida, y se apresuran hacia la plena revelación del hecho de que la existencia del hombre según la Ciencia es impecable e indestructible

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