En la Christian Science Cristo es sinónimo de Verdad, y tenemos autoridad escritural para afirmar ésto. ¿No dijo Cristo Jesús (Juan 14:6): “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí?” Nadie puede encontrar ni comprender a Dios sino mediante el Cristo. Escribiendo en el libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras,” Mary Baker Eddy define al Cristo así (pág. 583): “La divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado.”
En la Christian Science, uno de los primeros propósitos es lograr una comprensión práctica del Cristo. Debemos aprender a reconocer, seguir y obedecer al Cristo en nuestra vida diaria. Nuestro primer paso consiste en entender el nombre Cristo Jesús, puesto que sin comprenderlo claramente, tampoco entenderemos bien la relación del hombre para con el Cristo como la comprendía Jesús.
En la Christian Science hay diferencia entre Jesús y Cristo, lo humano y lo divino, lo corpóreo y lo incorpóreo. Mrs. Eddy hace tal diferencia perfectamente clara en las páginas 332 hasta la 334 del libro de texto de la Christian Science. Para comprender la expresión Cristo Jesús es esencial un cuidadoso estudio de estas páginas. El humano Jesús como persona corpórea no está hoy con nosotros, pero el Cristo, la individualidad incorpórea o espiritual de nuestro Maestro sí que está con nosotros, “el mismo ayer, y hoy, y para siempre jamás.”
La relación entre Dios y Su Cristo es la que existe entre la Mente y su idea divina — en una palabra, inseparabilidad. Esta inseparabilidad entre Dios y Su Cristo es aplicable al hombre, puesto que Cristo revela la verdad respecto a Dios y la verdad referente al hombre, que es la imagen y semejanza de Dios. En la realidad de su ser, el hombre y la mujer son inseparables de Dios y expresan al Cristo en todo lo que se requiera.
El Cristo está en acción en todas partes. No hay lugar ni circunstancia en que no pueda hallarse el poder de la verdad y en que no se pruebe activo y efectivo inmediatamente para salvar y curar. Estando en acción en todas partes, Cristo, la Verdad, viene a nosotros dondequiera que nos hallemos en nuestra experiencia humana. Nadie que no se dé intencionalmente a la maldad está fuera del alcance o esfera de acción de la compasiva presencia del Cristo que regenera y sana. Esta Vida que existe de por sí se halla franca para todos: judío y cristiano por igual. Dondequiera que se perciba al Cristo en acción, tiene un efecto transformador y, de hecho, transfigurador. Por consiguiente, cuando se le acepta y atiende, eleva al humano que así lo haga al reconocimiento de la divinidad del hombre y lo constriñe a que cambie lo humano por lo divino.
El conocimiento o esclarecimiento del Cristo es tan escrutadoramente iluminante que penetra y disipa las negras sombras de la enfermedad y de la muerte. El amor de Dios que el Cristo manifiesta es tan translúcido que disuelve la creencia de que es material aquello de que estamos conscientes y revela que nuestro estado de consciencia es espiritual o divino, por emanar de lo que Dios es y conoce.
Sumergidos en la ignorancia de lo sensorio y del pecado, los mortales creen que todo es material; pero cuando se elevan más allá de la creencia de que la vida, la substancia y la inteligencia están en la materia, entonces se les revela la excelencia espiritual y eterna del hombre. Esta es la vista del hombre que indica claramente Mrs. Eddy cuando escribe en la página 14 de Ciencia y Salud: “Daos cuenta, aunque no sea más que por un solo momento, de que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales,— que no están en la materia ni proceden de ella,— y el cuerpo entonces no proferirá ninguna queja. Si estáis sufriendo de una creencia en la enfermedad, os encontraréis bien repentinamente.” Podemos adquirir esta percepción momentánea a cualquier hora y en cualesquiera circunstancias. La actividad del Cristo está disponible para todos nosotros. Los moribundos han recobrado vida y salud mediante esta comprensión. El pecador se ha regenerado instantáneamente. Los mostrencos o carentes de hogar han hallado uno, y los vagabundos desvalidos han encontrado un amigo.
La naturaleza misericordiosa de la Verdad la hace asequible para todos sean ellos quienes fueren o la religión que hayan tenido. El Cristo está siempre presente, siempre en acción. Aun cuando sean unos cuantos los estudiantes que comprendan su poder, su presencia y actividad, verán que se desvanece la supuesta consciencia del viejo Adán como la neblina del alba, revelando el glorioso esplendor del ser verdadero en todo su gozo, salud, pureza e inmortalidad.
A ninguna persona ni nación se le niega este conocimiento que sólo espera nuestra aceptación. Las naciones, como las personas, deben quedar convertidas por la Mente mediante la influencia divina del Cristo. ¡Oh con cuánto fervor debemos orar para ganar más del Cristo, no sólo esa visión pasajera de él que restaura la salud de un cuerpo enfermo, sino el trascendente poder que todo lo abarca y que ha de transformar y transfigurar al mundo!
El hombre vive para bendecir y ser bendecido. Vive en el reino del Espíritu, en el que toda vida se ve que es Dios y Su Cristo en armonioso movimiento perpetuo. Cristo manifiesta el poder y la actividad de Dios. Prosigamos con deseos a la manera del Cristo, reemplazando las pasiones carnales con devoción desinteresada en vez de tibia adhesión; con resuelta convicción, no con riesgosa transigencia.
Las barreras del tiempo se desmoronan a medida que se entiende mejor el Cristo: Los prejuicios nacionales disminuirán, la sofistería dejará de ser, se hallará que la filosofía humana no vale nada. Dios y Su Cristo están en acción. La comprensión espiritual provee toda substancia, conocimiento, sabiduría, ley y amor. Como dice uno de nuestros himnos (Himnario de la Christian Science, No. 202):
El Cristo rasga del error el velo
y de prisión los lazos romperá.