Un miércoles experimenté cierta bella curación mientras asistía a una reunión testimonial vespertina en nuestra iglesia filial de la Christian Science.
Cuando se anunció el primer himno, me dí cuenta de que había olvidado mis lentes. Como había tomado un curso de óptica, sabía que mi defecto visual era lo que llaman presbicia. Declaré mentalmente que yo era una Científica Cristiana y por lo mismo no creía en la debilidad muscular ni en la senectud. Luego alcé la cabeza y leí en la pared la inscripción: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Ciencia y Salud por Mrs. Eddy, pág. 494). Al tiempo de cantar ya podía ver los más pequeños caracteres de imprenta.
Esperé dos semanas antes de dar este testimonio en la iglesia a que concurría, pero me sentía tan agradecida que no pude menos que telefonear a mi hija para decirle de mi curación. Ella respondió: “¡Pues yo también sané!” Al preguntarle cuándo, me contestó que hacía dos semanas; que mientras limpiaba sus lentes, había comprendido que no eran más que pedazos de vidrio y que ella en realidad no creía que tenía que usarlos para poder ver. Tenía un alto grado de astigmatismo miópico. Simultáneamente sanó de presbicia mi nieta.
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