Un miércoles experimenté cierta bella curación mientras asistía a una reunión testimonial vespertina en nuestra iglesia filial de la Christian Science.
Cuando se anunció el primer himno, me dí cuenta de que había olvidado mis lentes. Como había tomado un curso de óptica, sabía que mi defecto visual era lo que llaman presbicia. Declaré mentalmente que yo era una Científica Cristiana y por lo mismo no creía en la debilidad muscular ni en la senectud. Luego alcé la cabeza y leí en la pared la inscripción: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Ciencia y Salud por Mrs. Eddy, pág. 494). Al tiempo de cantar ya podía ver los más pequeños caracteres de imprenta.
Esperé dos semanas antes de dar este testimonio en la iglesia a que concurría, pero me sentía tan agradecida que no pude menos que telefonear a mi hija para decirle de mi curación. Ella respondió: “¡Pues yo también sané!” Al preguntarle cuándo, me contestó que hacía dos semanas; que mientras limpiaba sus lentes, había comprendido que no eran más que pedazos de vidrio y que ella en realidad no creía que tenía que usarlos para poder ver. Tenía un alto grado de astigmatismo miópico. Simultáneamente sanó de presbicia mi nieta.
Mi hija me había encomendado varias veces las ayudara con tratamiento porque ambas sufrían fuertes dolores de cabeza cuando dejaban de usar lentes. No sanamos sino hasta haber entendido la percepción, o sea que la vista es espiritual, sin depender de la materia, o de lo material.
Mediante tratamientos de los practicistas yo he tenido muchas curaciones en la Christian Science, tales como las de insolación aguda, de los efectos de un accidente automovilístico, de excesiva presión de la sangre, y también tuve un alumbramiento sin dolor.
Una mañana se me resbaló un pie en el hielo al pasar por en medio de la calle que atravesaba. Caí de espalda golpeándome un hombro contra el pavimento, y temía mucho a los automóviles que se aproximaban porque no podía levantarme. Entonces me vino la idea como de alguien fuera de mí: “Voltéate pecho abajo.” Lo hice así y luego pude levantarme, prosiguiendo en mi camino.
Poco después de haber llegado a mi oficina me visitó un amigo. Al levantar mi brazo para estrechar su mano me di cuenta de que tenía un hombro y la clavícula fracturados. Como el visitante y mi consocio se oponían a la Christian Science, me instaban a que viera a un doctor. Pero yo me aferré al consejo (ibid., pág. 392): “Poneos en guardia a la entrada del pensamiento. Admitiendo sólo las conclusiones que deseáis ver manifestadas en el cuerpo, os gobernaréis armoniosamente.” Resolví obedecer el mandato de Mrs. Eddy (ibid., pág. 495): “No permitáis que nada sino Su semejanza more en vuestro pensamiento.” Eso sucedió un miércoles; ya para la mañana del viernes había sanado mi hombro, pero la clavícula parecía torcida. Esto comenzó a infundirme temor. Salí de viaje entonces, y el domingo concurrí a un servicio de Comunión en una iglesia Científica de Cristo de ese otro lugar, quedando completamente sana durante el servicio.
Durante los servicios de nuestra iglesia local, yo he tenido muchas curaciones instantáneas incluso las de cálculo biliar, fuertes jaquecas que duraron dos años e influenza.
Agradezco mucho ser miembro de La Iglesia Madre y de una filial, y haber recibido instrucción facultativa. Estoy sumamente agradecida porque Mrs. Eddy reveló al mundo esta verdad. — St. Louis, Missouri, E.U.A.