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Perspectiva

Del número de julio de 1952 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En corros dispersos la gente deambulaba a la orilla de un lago. Observando la deslumbrante senda de luz crepuscular que el sol le sol le desdoblaba por sobre el agua y hasta sus pies, una Científica Cristiana rememoró la estrofa inicial del Himno 64 del Himnario de la Christian Science.

De lo sensorio al Alma es mi sendero,
de inquieta sombra a dulce claridad;
el alba de lo real brota en mí; quiero
gloriarme: ¡He hallado la Verdad!

Pensó ella luego en la definición de “sol” que da el Glosario del texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy (pág. 595): “El símbolo del Alma gobernando al hombre,— de la Verdad, la Vida y el Amor.”

El rútilo sendero parecía simbolizar el curso verdadero de uno, su tarea adquisitiva de una comprensión tal del designio de Dios que se resuelva en el desenvolvimiento espiritual de su propio ser verdadero. Meditando estas cosas, la Científica Cristiana se dió cuenta de que cada uno de los que estaban parados ante el lago podía ver el reguero de luz llegando directamente hasta sus pies. Pero nadie sino ella misma podía ver el sendero suyo, ni podía ella ver el sendero de algún otro espectador: cada sendero era estrictamente individual.

Las verdades de la Christian Science, entendidas correctamente, libran a quien luche contra la frustración o contra las circunstancias y lo hacen ver el curso que le corresponde, su senda rutilante de éxito provechoso, feliz y progresivo. Le enseñan a posesionarse de su herencia natural como hijo de Dios.

La creación espiritual no es algo que aconteció hace siglos; sucede sin cesar, eternamente. Leemos en nuestro libro de texto (págs. 502 y 503): “Esta creación consiste en el desarrollo de ideas espirituales y sus identidades, que están comprendidas en la Mente infinita y la reflejan por siempre. Estas ideas se extienden desde lo infinitesimal hasta lo infinito, y las ideas más elevadas son los hijos y las hijas de Dios.” Luego nuestro curso ha de desplegar nuestra identidad verdadera como idea espiritual en la Mente. Apenas hemos vislumbrado la gloria y el propósito del hombre según los revela la Christian Science, pero ya podemos percibir algo del hecho divino de que el desenvolvimiento infinito, la belleza, el desarrollo y el progreso son la ley de su ser.

Que quien esté insatisfecho con su medio ambiente o con sus circunstancias rechace la mentira de que el hombre es un mortal que sufre, peca y se enferma y reemplazca tal mentira con la verdad sencilla pero científica de que el hombre a imagen y semejanza de Dios es sano e impecable, y pronto verá que ocurren cambios favorables en sus asuntos. Pero hay que estar dispuesto a sacrificar voluntariamente todo plan o ambición preconcebida, cediendo todo deseo propio a lo que determine la Mente. Y luego hay que regocijarse en ser gobernado por la Mente. Este gozo es de lo más importante. Incluye fe, esperanza, gratitud, e implica plena confianza en que el futuro que Dios dispone no puede reservarnos más que el bien o lo bueno. Entonces encuentra uno que su vida diaria se vuelve mucho más feliz y armoniosa y que su carrera humana se fija definitivamente, volviéndose más útil, libre e inefablemente satisfactoria.

A veces encontramos difícil prescindir de nuestros planes, y otras veces suele persistir alguna reserva oculta en lo recóndito de nuestro ánimo, quizá un temor en acecho, una secreta timidez, un apego a alguna inclinación favorita. Pero cuando oramos: “¡Señor, utilízame!” a eso debemos estar resueltos sin reservas mentales, sin tratar de escatimar ante la Mente ningún deseo nuestro.

A cierta mujer que había lamentado con exceso la pérdida de un deudo en la primera guerra mundial, alguien le dijo veinte años después: “Fomentar la pesadumbre en algún secreto repliegue mental es falta de honradez.” Sobrecogida y desalentada al oír eso, pronto recapacitó: “¡Pues es cierto! Y es lo que he venido haciendo todos estos años. ¡He venido fomentando y aun alimentando mi dolor — reteniéndolo furtivamente en un recodito de mi consciencia para que no penetrara hasta allí la luz de la Christian Science! He venido quebrantando el Primer Mandamiento de amar a Dios con toda mi mente.” Cuando esta verdad iluminó todo su estado de consciencia, no tardó en sanar por completo. A fin de progresar, debemos estar dispuestos a que la luz de Dios brille en cada deseo que alberguemos y que alumbre y dirija cada pensamiento nuestro.

La edad no cuenta ni descuenta en la aceptación de nuestro curso verdadero. Podemos emprender tal curso cuando niños, disfrutando entonces de protección y guía durante toda nuestra experiencia; o, si no abrimos los ojos para percatarnos de él sino hasta después de haber pasado de los setenta años, todavía nos pertenece el curso verídico, y mientras más pronto lo reconozcamos como nuestro y nos regocijemos de seguirlo, más felices seremos, y más disfrutaremos del privilegio de ser útiles, de paz, armonía, seguridad y satisfacción.

Dice Mrs. Eddy en Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 185): “Renunciar espontáneamente a todo lo que constituye el supuesto hombre mortal, y reconocer y lograr uno su identidad espiritual como hijo de Dios, es la Ciencia que abre las meras compuertas del cielo, de donde fluye el bien por todas las fases del ser, purificando a los mortales de toda inmundicia, disipando todo sufrimiento, y demostrando la verdadera imagen y semejanza.” El logro o aprovechamiento de nuestra identidad espiritual revela cuán sublime, cuán bella y cabal es, pero aun antes de lograrla del todo podemos comprender cuán resplandeciente es su reflejo, tan resplandeciente como la senda de luz del sol sobre las aguas del lago.

Una vez emprendida nuestra jornada a esa meta, habremos entrado en la senda de que hablaba Isaías cuando profetizó (35:8, 10): “Y habrá allí una calzada y camino, que será llamado camino de Santidad:” explicando luego que no podrá uno cometer yerros en tal camino, y termina: “¡Alegría y regocijo recibirán, y huirán el dolor y el gemido!”

Cierta mujer que no veía ninguna probabilidad de mejorar su situación y que en cambio se hallaba cada vez más comprometida en sus negocios, anhelaba crecientemente contar con más tiempo disponible y con una oportunidad de estudiar y practicar la Christian Science. Un día le sorprendió escuchar que una amiga le dijo: “Dios te reserva delicioso trabajo Suyo para lo futuro.” De momento no acertaba a creer semejante cosa, pero al cabo de dos o tres años resultó ricamente cierta esa declaración, y el “delicioso trabajo” ha continuado deparándosele. Tales palabras son igualmente aplicables a cada uno de nosotros que estemos dispuestos a aceptar nuestro curso verdadero, excluyendo todo plan humano o deseo puramente personal. Dios te reserva delicioso trabajo Suyo para tu futuro.

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