Como la mujer de que nos habla la Biblia (Marcos 5), yo había consultado a muchos médicos por varios años sin que pudiera recobrar mi salud sino que antes me ‟iba peor.” Hace más de treinta y seis años me sometí en Salt Lake City, Utah, a una grave operación quirúrgica que me dejó extenuada y nerviosa a tal grado que tuve que venirme a recuperar en California, y luego se hicieron los arreglos del caso a fin de que reingresara en el hospital de Salt Lake City para que me volvieran a operar. Pero nunca ingresé por segunda vez en el hospital, porque con la ayuda de una amiga me interesé en la Christian Science, compré un ejemplar de Ciencia y Salud por Mrs. Eddy, y comencé a estudiar.
Al principio parecía que yo adelantaba lentamente, pero con el transcurso del tiempo y mi estudio incesante yo embebí las verdades que estudiaba en el libro de texto y hallé que se efectuaba un cambio en mi modo de pensar y que el poder curativo de Cristo, la Verdad, se manifestaba en mi cuerpo. Era tan palpable el cambio en mi físico que la gente lo notaba y me preguntaba qué estaba haciendo yo.
Fructíferos han sido los años que han intervenido desde entonces en la vida mía. Muchas curaciones hemos tenido en nuestra familia. En 1918 mi hijo padeció influenza y meningitis dorsal. Cuando cayó enfermo yo estaba fuera de casa y pasaron varias horas antes de que regresara; entretanto, mi esposo había llamado a los mejores médicos del lugar.
Durante dos semanas esos médicos hicieron cuanto pudieron por nuestro hijo. Finalmente llamamos a un especialista que después de un examen completo y cuidadoso dijo que había sólo una esperanza: la de inyectarle suero en la espina dorsal. Pero ese tratamiento había dado resultados fatales en otros ocho casos idénticos en dos semanas, por lo cual no consentimos en que se le inyectara. Entonces lo desahuciaron los médicos declarando su caso incurable. Nuestro hijo estuvo en estado de coma desde el domingo en la mañana hasta la noche del miércoles.
En esa hora de la desesperación fué cuando mi esposo consintió por fín en que llamáramos a una practicista. Esta amable Científica Cristiana se sentó al lado de nuestro hijo y veló toda la noche en su tratamiento, y a eso de las cinco de la mañana ya respiraba él normalmente, aunque todavía incapaz de moverse ni de hablar.
Cada ley mortal de las que se supone atañen a tal caso fué denegada en provecho de él, y al cabo de tres meses durante los que la practicista siguió trabajando devotamente, sanó por completo. Un año después, estudiando en una escuela secundaria, nuestro hijo se sometió a un examen físico-militar y fué pronunciado en perfecto estado de salud; ni una traza del error antedicho se le halló, y su curación ha sido permanente.
Quiero expresar mi gratitud también por una curación que tuve hace varios años cuando servía de Segunda Lectora en una iglesia filial de la Christian Science. Se me habían hinchado mis pies y mis piernas con una inflamación. Me dolían tanto que apenas podía usar zapatos o estar de pie; pero yo sabía que, puesto que Dios, el Principio divino, me había asignado ese puesto para que proclamara Su Palabra, El me sostendría y me apoyaría infaliblemente.
Una practicista trabajó en provecho mío en la Christian Science durante unas tres semanas en las que mi estado empeoraba. Cada semana sentía cierto alivio, pero al llegar el domingo era cuando el dolor era casi insoportable. En tal estado, no me había sido posible gobernar mi automóvil ni a corta distancia, pero un día la practicista, que me venía dando tratamientos en ausencia, me suplicó tomara mi automóvil y fuera a recibir tratamiento en su presencia. Su consultorio estaba a unos veintiocho kilómetros. Yo obedecí, aunque durante la vectación el dolor se intensificó tanto que sólo declarando la presencia y el poder de Dios pude yo continuar. Al llegar, la practicista me dió un tratamiento en tan útil visita y luego volví a manejar mi automóvil de regreso a casa, muy mejorada.
Eso pasó el jueves. El sábado se agravó mi estado. Yo sabía que tenía que ocupar mi puesto el domingo en la mañana. Toda la noche de ese sábado trabajó la practicista en mi favor, pero el dolor y la inflamación de mis pies y piernas aumentaban. A las siete de la mañana del domingo, sabiendo yo que tenía que ponerme de pie a las once en la plataforma de la iglesia, oré devotamente: ‟Dios mío, estaré en mi puesto aunque tenga que ir descalza, porque yo sé que ‘el lugar en que estoy, tierra santa es.’ ” Desde ese mismo instante amenguó el dolor.
Ese domingo en la mañana yo ocupé la tribuna como de costumbre sin sentir nada de dolencia ni incomodidad, usé las zapatillas que siempre uso, y estoy segura de que nadie en la congregación notó que había ocurrido tal inarmonía, pues leí durante el servicio en perfecta calma. Esa noche volví a la iglesia y leí otra vez, completa y definitivamente curada. No he tenido ninguna recaída.
Agradezco mucho haber recibido instrucción facultativa de la Ciencia y ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial. La Christian Science ha sido mi único remedio o medicina por muchos años, respondiendo siempre a toda necesidad mía. Doy gracias a nuestra amada Guía, Mrs. Eddy, por haberle dado al mundo esta verdad que cura y bendice a toda la humanidad.—Santa Mónica, California, E.U.A.