Leemos en el Manual de La Iglesia Madre por Mary Baker Eddy (Art. VIII, Sección 4): “Es deber de cada miembro de esta Iglesia orar diariamente: ‘Venga Tu reino;’ haz que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y quita de mí todo pecado; ¡y que Tu Palabra fecunde los afectos de toda la humanidad, gobernándoselos!”
Esta oración se divide en tres partes integrantes, pero toda ella se basa en la petición con que empieza: “Venga Tu reino.” Para utilizarla inteligentemente, hay que comprender que es ese reino y dónde está. Leemos en la Biblia que Jesús declaró que el reino de Dios está cerca, tan cerca como nuestros propios pensamientos. Y Pablo lo define como “justicia y paz y gozo [en] el Espíritu Santo” (Romanos 14:17). Sabemos que es el gran don que Dios otorga a Sus hijos, puesto que el Maestro dijo: “No temáis, manada pequeña, porque al Padre le place daros el reino” (Lucas 12:32). La Christian Science enseña que este reino es el de la Mente infinita, el ambiente del Alma, la morada del Espíritu — un reino que ya vino y existe ahora como una realidad.
El Científico Cristiano se da cuenta de que es necesario dejar que el reino de la Verdad divina domine en su consciencia de modo que no penetre a ella ninguna de las sugestiones de la falsedad, ninguno de los cuadros de los sentidos que mienten, ni nada de temor del mal. En el reino de la Verdad se encuentran los atributos de la exactitud, la eficiencia y la confiabilidad. Ni equívocos ni descuido pueden entrar en el reino de la Verdad. El Científico sabe que este reino de la Verdad está dentro del hombre, y cuando lo demuestra halla que no hay nada en él que puede oponerse al poder de la Verdad. La consciencia que de sí misma tiene la Verdad nunca puede contaminarse con pensamientos de inmoderación, mal humor ni hipocresía.
Una integridad absoluta caracteriza el pensamiento del hombre. No hay ambigüedad ni evasivas en lo que el hombre profiere, porque en él reina la Verdad. La Verdad es eterna, y nada es verdadero sino lo eterno. Dios siempre sabe la verdad respecto a Su obra, y El nos capacita para que sepamos y expresemos esta verdad. El mandato de Dios es absoluto, sin dejar ni tiempo ni ocasión ni identidad para la mente mortal o sus mentidas sugestiones.
El hombre vive en el ambiente de la Verdad, la Vida y el Amor y está consciente sólo de las verdades de Dios y Su manifestación. El imperio de la Verdad excluye todo error por ser omnipotente la Verdad.
El establecimiento en nosotros del reino de la Vida significa que no podemos dar cabida a ninguna intrusa creencia en la muerte ni a mención alguna o temor de que esté ausente la Vida. En el universo de Dios nunca ha habido un mortal y, por tanto, jamás ha habido un nacimiento ni una muerte. Como hijos del único Padre, coexistimos en la única gran familia en la que no hay ir ni venir. Cristo, la idea verdadera de Dios, nos trae este gozoso concepto de la existencia que las flaquezas de la mente mortal no pueden desbaratar ni interrumpir. La comprensión de que Dios es la Vida incesante del hombre muestra y prueba la naturaleza insubstancial del error.
El hombre está consciente del reino de la Vida en el que no hay inactividad ni retardo de pensamiento ni de movimiento. Todo funcionamiento es adecuado, ordenado y armonioso. El Principio divino gobierna toda actividad y no hay acción inmortal ni desmán. En el reino de la Vida divina no existe causa para que haya acción retardada ni substancia que sufra ese error. La continuidad de la Vida jamás se interrumpe. No hay falsa pretensión que haga presa de ninguna especie bajo, el nombre de ataque cardíaco ni fulminante, ni golpe capaz de afectar la perfección de Dios y del hombre. No hay acción errátil. Nada puede detener la omniactividad de la Vida ni interponerse o estorbar el ser o la actividad del hombre. Nunca se interrumpe la manifestación de Dios por ser eterna la continuidad del bien. Dios tiene que expresarse, y Su expresión, el hombre, está constantemente en punto de la perfección. Esta perfección es incesante e inalterable. No ocurre cambio en la vida, porque la Vida nunca cambia. Regocijémonos perennemente en la continuidad de la Vida armoniosa.
En el reino radiante de la Vida nunca hay falta de oportunidad ni de habilidad, porque ambas ideas están activamente presentes sin que pueden separarse jamás. El reino de la Vida infinita quita del pensamiento individual toda tentación de creer en que haya carencia alguna del bien.
Cuando el reino del Amor divino se establece en la consciencia humana, se desechan los prejuicios y el antagonismo, porque donde hay Amor, no halla admisión el odio, ni puede dominar la animadversión o el afecto meramente personal. En la presencia benigna del Amor no hay mordacidad de curiosidad persistente u ociosa, ni imposición descuidada o deliberada. Las ideas del Amor no se imponen unas a las otras ni se prestan a que algo se les imponga. Hay en el reino sosegado del Amor una tranquilidad que destierra todo cansancio. Sereno e inmutable se halla el hombre en su seguridad, sin que jamás lo abrumen ni las mortales emociones del dolor o la ira ni los afectos sentimentales. En este reino no entran ni el temor de la soledad ni el de ser mal entendido, porque el Amor divino no se da cuente sino de su propia infinitud y siempre atiende solícito a lo suyo. Un gozoso y constante estar consciente de estos hechos espirituales es de valor inestimable para anular la creencia en el odio o en la guerra.
Mrs. Eddy, la perpetua Guía de la Causa de la Christian Science, nos da en sus escritos excelentes consejos acerca de la falsa pretensión de la personalidad. Nos limitamos a nosotros mismos en la proporción en que moremos mentalmente en la personalidad finita ya se trate de Dios o de nuestros semejantes. Por contra, experimentamos rápidos y gloriosos resultados en nuestra labor curativa cuando aprendemos a perder de vista la personalidad material y a contemplar los hechos espirituales de la existencia.
Cuando quede establecido en nosotros el reino del Amor divino, veremos a todos en su ser verdadero. En todo el universo de Dios cada idea participa de la perfección de Dios. Cada individualidad es una idea infinita del Amor y manifiesta la pureza, la hermosura e integridad del único YO SOY. No aceptamos ninguna impresión material de lo pasado o de lo futuro, sino que nos gozamos en el orden presente y eterno del reino del Amor. Esa devota cualidad mental que se conoce como amor desinteresado es propiedad esencial de la oración que cura. En la alocución con que se despedía uno que dejaba de Ser Presidente de La Iglesia Madre, dijo que la Christian Science “nos enseña a elevarnos por encima del afecto sentimental que admira amigos y aborrece enemigos para albergar el cariño fraternal que es justo y bondadoso hacia todos e incapaz de fomentar ninguna enemistad” (The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany por Mary Baker Eddy, pág. 41).
La petición inicial en “La Oración Diaria” según el Manual es para reconocer la omnipresencia del reino de Dios. Puede decirse que la segunda parte de la oración hace resaltar la importancia de la redención individual. En el Evangelio según Mateo, tanto Jesús como Juan Bautista recomendaban a sus adeptos que se arrepintieran “porque el reino de los cielos se ha acercado.” Este reino se encuentra mediante el arrepentimiento o correcto pensar. Cristo, la Verdad, siempre está adviniendo en la consciencia humana, revelando el reino de Dios.
Después de orar fervientemente por su propia purificación, el estudiante devoto de la Christian Science piensa en lo que necesiten sus semejantes. Cuando cada miembro de La Iglesia Madre deja que la Verdad, la Vida y el Amor divinos reinen en su modo de pensar, se encuentra bien preparado para orar por el mundo, por que los deseos y las miras de todos en general se espiritualicen y sean gobernados por la Palabra de Dios. Utilizando “La Oración Diaria” con frecuencia y reverentemente, uno se alía con el poder deífico, contribuyendo substancialmente de esa manera a que resurja el reino en la consciencia de la humanidad entera.
Es no sólo nuestro privilegio, sino también nuestro deber orar y darnos cuenta diariamente de que los pensamientos de toda la humanidad los gobiernan y dirigen la Verdad que destruye toda creencia en las falaces sugestiones de la mente mortal; la Vida que aviva y protege la compresión de que nunca ha habido muerte; y el Amor que es el disolvente imparcial y universal del error. No hay problema que pretenda surgir en la experiencia individual, en la familia, los negocios, las agrupaciones religiosas o en los asuntos cíviles o mundiales, que pueda resistir al poder del omnipotente Amor divino.
Los Científicos Cristianos dan gracias a Dios por Su bandera de la Verdad, la Vida y el Amor por siempre desplegada sobre todo miembro de La Iglesia Madre y sobre todo miembro de la familia humana.