El objeto de la Christian Science no es únicamente emplear el amor como un método o medio de traerle armonía a la humanidad, sino para probar que el Amor es Todo. Sólo el Dios que es Amor pudo haber producido al hombre perfecto y el universo espiritual. Sólo el Dios que es Amor pudo haber dotado imparcialmente a Sus descendientes de bondad y poder. La misma perfección del Amor es lo que lo hace omnipotente y Todo.
Cristo Jesús ejemplificó el hombre real, la emanación del Amor, y sus obras mostraron el poder que acompaña a la comprensión de que el Amor llena u ocupa todo el universo y que no hay otra Mente que la que es Amor. La falsa teología enseña que el Maestro sufrió a fin de aplacar la cólera de un Dios personal, pero Mary Baker Eddy da la interpretación científica del propósito de su vida cuando dice en “No y Sí” (pág. 35): “Jesús sufrió, no para aplacar la ira de Dios sino para mostrar que el Amor es Todo y que el odio, el pecado y la muerte no son nada.”
La percepción que tenía el Maestro de que el Amor es Todo es lo que lo capacitaba para mantener su amor a todos los hombres. Y es también lo que le daba poder para soportar el odio del mundo sin titubear, y para probar paso a paso la naturaleza mitológica del mal hasta que todo el falso sentido de la existencia se disipó en él sin que diera él ya testimonio de tal sentido falso. Su amor era constante porque él conocía la constancia del Principio divino. Dijo (Juan 15:9): “Como el Padre me ama a mí, así también yo os he amado a vosotros: permaneced vosotros en mi amor.” En su concepto del Amor no había lugar para el mal.
Para adorar a Dios como Amor, y para probar que el Amor es Todo, tiene uno que ser consecuentemente amable. Debe reconocer que no sólo sus amigos, sino también sus supuestos enemigos, son efectivamente el linaje perfecto de Dios. Debe defender a todos imparcialmente contra lo que pretende la que acusa falsamente o sea contra la creencia de que el hombre es un mortal pecador. El Maestro enseñó que debemos perdonar no sólo siete veces, sino hasta setenta veces siete, que debemos aferrarnos a la perfección del hombre según la Ciencia, completa e invariablemente, siempre. Y como dice nuestra Guía en sus Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 11): “Debemos amar a nuestros enemigos en todas las manifestaciones en que y mediante las cuales amamos a nuestros amigos, debemos hasta procurar no exponer sus faltas, sino hacerles bien siempre que hallemos la ocasión.”
Esta es la prueba de nuestra comprensión de que Dios todo lo constituye: defender, no únicamente a nuestros amigos sino también a los que parecen nuestros enemigos, contra las fuerzas del mal que tratan de posesionarse de ellos. Nunca multiplicar la carga que a los otros les imponen sus pecados relatando sus errores innecesariamente y así atrayéndoles el apoyo de mucho falso creer, sino antes bien anular tal apoyo en nuestros corazones, es obedecer la ley del Amor, que exige reconozcamos que el Amor es Todo y que probemos que el mal es irreal.
El amor genuino no es tonta sentimentalidad, ciega a los modos del mal. El que más se da cuenta de que el Amor es Todo, es el primero en notar el más insignificante error que trate de contradecir que el Amor es infinito. Y por ser el Amor lo que lo impulsa, él nunca está dispuesto a cejar mientras no se demuestre el poder del Principio divino, mientras no se haga justicia y se pruebe que no existe el error. Esto puede requerir franco reproche como el de nuestro gran Maestro a los que se le oponían y trataban de pervertir las verdades que él enseñaba.
Reprochar el error es generalmente desagradable y exige mucho amor, pero tenemos la amonestación de Pablo a Timoteo (II Epístola 4:2): “Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.” El amor es no sólo misericordioso sino también justo; y una reprimenda merecida tiene su efecto salutífero cuando se basa en la doctrina verídica de que el Amor es Todo y, por tanto, el mal ni es de Dios ni tiene en que apoyarse.
A no ser que el Amor impulse la vida de los hombres, poco progresan en la inmolación de uno mismo que la Ciencia exige. Pero los que están inspirados por el Amor se aprestan a servir al Amor consagrándose a la obra sanativa y sacrificándose a sí mismos por esforzarse en sacar a luz la Verdad. Ellos han percibido el universo real, han palpado su gloriosa substancia, sintiendo su paz y su gozo, y están dispuestos a encararse con el amor propio y la carnalidad que pretenden anublar su presencia, y los destruyen basándose en que el Amor es Todo.
Escribe Mrs. Eddy en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (pág. 181): “El progreso es la comprensión que ya madura del Amor divino.” No puede haber progreso sin ese madurar de nuestra comprensión. Nuestro concepto de que el Amor es Todo madura a medida que el Amor se demuestra en nuestro carácter constantemente purificado y lo llevamos a cabo en nuestra labor compasiva por el esclarecimiento de los hombres. Nuestra obediencia a los Diez Mandamientos, a la Regla Aurea y a la prescripción de la Christian Science de que descartemos toda creencia en la materia y en la enfermedad y el pecado marca el progreso que ganamos en la comprensión de la supremacía e infinidad del Amor.
El Amor divino es Todo. Todo lo produce, todo lo gobierna y lo sostiene todo. Su presencia es poder al que nada puede ofrecer resistencia. Su ternura, su benignidad y el bienestar que imparte están aquí para desvanecer toda amargura, para embellecer las vidas desoladas, para ahuyentar toda pena, para hacer justicia. Cuando amemos a la luz de que todo lo constituye el Amor veremos el fin de la existencia de que se jacta el error. Pero hay que amar si hemos de sacar a luz la realidad de que el Amor es Todo y ver desaparecer las sombras que finge la mortalidad.