El relato de Eliseo y la sunamita que contiene el capítulo cuarto del libro II de los Reyes ha inspirado a la humanidad a través de los siglos, enseñándole gráficamente el valor de una fe inquebrantable en Dios, el bien infinito. Recordaráse que esta sunamita tenía un hijo que se enfermó y que, por cuanto se veía, había fallecido. No obstante lo cual, la madre no titubeó en su adhesión al hecho espiritual de que la bondad de Dios nunca varía. Hasta a su marido que le preguntaba a qué venía su prisa en ir a ver al profeta le contestó: “Estará bien.”
Divisando a esa mujer que iba a verlo, Eliseo mandó a su criado a encontrarla y a preguntarle: “¿Te va bien a tí? ¿le va bien a tu marido? ¿le va bien al niño?”
Con la respuesta inteligente que Dios le inspiró: “Está bien,” ella ilustró perfectamente la actitud y altitud mental del Científico Cristiano cuando se halla frente a lo que parece una situación mala, frente al pecado, la enfermedad o la muerte. ¿No vislumbró en cierto grado la madre sunamita la gran verdad de que sólo lo semejante a Dios es real, y que lo que niegue la naturaleza de nuestro amante Padre-Madre Dios, Vida, Verdad y Amor — la causa del universo y del hombre — no es real, sino mera ilusión de los falsos sentidos mortales? Una ilusión tiene que desaparecer del pensamiento que se fije en la verdad del ser. Cuando uno reclama el hecho espiritual de que el hombre siempre está a una con Dios y que todo está siempre bien con él, se le manifiesta la prueba de que esta es de veras la realidad, como se le evidenció a la sunamita cuando la habilidad espiritual del profeta satisfizo su necesidad humana reviviéndole a su hijo.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!