El relato de Eliseo y la sunamita que contiene el capítulo cuarto del libro II de los Reyes ha inspirado a la humanidad a través de los siglos, enseñándole gráficamente el valor de una fe inquebrantable en Dios, el bien infinito. Recordaráse que esta sunamita tenía un hijo que se enfermó y que, por cuanto se veía, había fallecido. No obstante lo cual, la madre no titubeó en su adhesión al hecho espiritual de que la bondad de Dios nunca varía. Hasta a su marido que le preguntaba a qué venía su prisa en ir a ver al profeta le contestó: “Estará bien.”
Divisando a esa mujer que iba a verlo, Eliseo mandó a su criado a encontrarla y a preguntarle: “¿Te va bien a tí? ¿le va bien a tu marido? ¿le va bien al niño?”
Con la respuesta inteligente que Dios le inspiró: “Está bien,” ella ilustró perfectamente la actitud y altitud mental del Científico Cristiano cuando se halla frente a lo que parece una situación mala, frente al pecado, la enfermedad o la muerte. ¿No vislumbró en cierto grado la madre sunamita la gran verdad de que sólo lo semejante a Dios es real, y que lo que niegue la naturaleza de nuestro amante Padre-Madre Dios, Vida, Verdad y Amor — la causa del universo y del hombre — no es real, sino mera ilusión de los falsos sentidos mortales? Una ilusión tiene que desaparecer del pensamiento que se fije en la verdad del ser. Cuando uno reclama el hecho espiritual de que el hombre siempre está a una con Dios y que todo está siempre bien con él, se le manifiesta la prueba de que esta es de veras la realidad, como se le evidenció a la sunamita cuando la habilidad espiritual del profeta satisfizo su necesidad humana reviviéndole a su hijo.
En “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” Mary Baker Eddy nos dice (pág. 395): “Es charlatanismo mental hacer de la enfermedad una realidad — considerarla como algo que se ve y se siente — y entonces tratar de curarla por medio de la Mente. Es igualmente erróneo creer en la existencia real de un tumor, un cáncer o pulmones afectados, mientras argüís contra la realidad, que lo es para vuestro paciente sentir estos males en la creencia material. La práctica mental, que considera la enfermedad como una realidad, fija la enfermedad sobre el paciente, y ésta puede aparecer en otra forma más alarmante.”
A veces se dice que los métodos mentales empleados por algunos médicos son análogos al tratamiento de la Christian Science. Lo contrario es exactamente lo cierto. Basándose en la creencia de que el hombre puede enfermarse, estos métodos médicamente mentales llevan a la conclusión de que ciertas cosas lo enferman. Tales métodos presuponen que si el paciente ha de sanar, habrá que cambiar ciertas fases mentales inculcando en su ánimo otras creencias que el médico espera produzcan un efecto contrario.
La Christian Science enseña que toda enfermedad es ilusión o falsa creencia respecto a la creación de Dios, y que puede curarse o corregirse únicamente sabiendo la verdad. El tratamiento de la Christian Science ataca los problemas de la enfermedad y el pecado desde el punto de vista de que Dios es Todo y que el mal no es nada, precisamente como lo ha revelado nuestra Guia. El practicista cristiano científico entiende que por ser el hombre el reflejo de Dios, no está enfermo, nunca lo ha estado, y que ni la enfermedad ni el pecado son posibles bajo el gobierno del Dios Todopoderoso. Comprende que Dios ha dotado al hombre de dominio, por lo cual a su debido tiempo explica al paciente que uno cumple con la exigencia de Dios de que sea impecable ejemplificando estricta moralidad. Cuando el paciente acepta estas verdades, su creencia de que era pecador o que estaba enfermo desaparece de su estado mental y, por consiguiente, de su experiencia.
La experiencia humana es el estado objetivo de la consciencia humana, la manifestación externa de lo que abriga el pensamiento humano. Aunque estas falsas creencias pueden resultar objetivamente en pecado, enfermedad, carencia, etcétera, la experiencia humana en que prevalecen es y sigue siendo siempre primordialmente producto del pensamiento humano. Los conceptos mortales y materiales parecen objetivos únicamente porque así los concebimos. Pero el hecho de que uno puede pensar algo prueba que alberga ese algo en su mente, y la mente albera sólo pensamientos. Puede ser que uno no haya creado los falsos conceptos que se conocen como enfermedad y pecado, pero nunca forman parte de su experiencia humana sin que primero los acepte como reales, consciente o inconscientemente.
Nosotros debemos corregir con el Cristo, la idea verdadera de Dios, los errores que parezcan haberse vuelto objetivos en nuestra vida diaria tales como el pecado, la enfermedad, la carestía, etcétera. Dios mismo no necesita curarse de nada. El hijo de Dios no requiere curación, pero la humanidad sí que necesita curación y redención, y las obtiene cuando la actividad del Cristo, la idea de Dios en la consciencia humana, reemplaza los erróneos conceptos humanos con conceptos espirituales.
Si bien es cierto que la compasión verdadera es siempre cristiana, tal compasión no debe derivarse de la creencia errónea de que aceptar como reales la enfermedad o el pecado y condolerse por eso ha de ayudar a los que sufren. Con su reconocimiento de la irrealidad del mal, la Christian Science es la verdad que siempre ayuda a consolar a la humanidad, elevándola a la salud y armonía.
Es evidente que una multitud de errores asedian a la humanidad. Escribe Mrs. Eddy en Ciencia y Salud (págs. 450, 451): “¿Quién que haya experimentado las peligrosas creencias de vida, substancia e inteligencia separadas de Dios, puede decir que no hay creencias erróneas? Conociendo la pretensión del magnetismo animal,— que todo el mal se combina en la creencia de que hay vida, substancia e inteligencia en la materia, la electricidad, la naturaleza animal y la vida orgánica, ¿quién negará que estos son los errores que la Verdad tiene que aniquilar y aniquilará?” Los Científicos Cristianos, pues, están tratando con creencias erróneas de las que están despertando a la humanidad. Lo que la humanidad ve como materia es su propia creencia falsa de que hay una substancia desemejante al Espíritu, cuando el universo del Espíritu es necesariamente una expresión de substancia espiritual. La Christian Science despierta a la humanidad de su creencia en que la materia es substancia con la comprensión de que el Espíritu constituye la substancia de todo ser.
Si uno que viviera en América soñara que estaba en Africa y que lo perseguía un león, ¿sería necesario para auxiliarlo luchar con un león o hallar el medio de traer a tal persona a la tierra en que vive? Por supuesto que no. Lo que habría que hacer sería despertarlo de su pesadilla, y entonces él podría exclamar: “!Pues no estaba en Africa, en lo absoluto, ni había león alguno!” De igual manera no existen los leones de la mente mortal, las bestias del mal, el pecado y la enfermedad. Aconseja Pablo (Efesios 5:14): “Despiértate tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo.”
Todos los errores que parecen enfrentársenos se originan en el sueño profundo en que cayó Adán. No hay constancia de que Adán haya despertado jamás, pero Mrs. Eddy nos da estas gozosas nuevas (Ciencia y Salud, pág. 534): “El Hijo de la Virgen madre reveló el remedio para Adán, o el error; y el Apóstol Pablo explica esta lucha entre la idea del poder divino, que Jesús presentó, y la inteligencia material mitológica, titulada energía y opuesta al Espíritu.”
Cristo tiene la habilidad para obrar, la habilidad para corregir y la habilidad para curar porque Cristo es la manifestación de la actividad de Dios. En el instante en que le abra uno su pensamiento al Cristo, que está siempre a la puerta de la consciencia humana esperando se le admita, halla en su propia vida los resultados del Cristo. ¡Cuán admirable es saber que, sin que importe cuántas veces lo hayamos rechazado en nuestra experiencia, todavía está el Cristo a la puerta de la consciencia humana, dispuesto a darnos hoy cuanto hay de bueno! Cristo es el poder divino de Dios. Está dondequiera que uno se encuentre, eternamente asequible para curarlo y salvarlo. Isaías describe su venida en estas palabras (52:7): “¡Cuán hermosos sobre las montañas son los pies de aquel que trae buenas nuevas, del que publica la paz; que trae buenas nuevas de felicidad, que publica la salvación; que dice a Sión: Tu Dios reina!”
