Desearía relatar acerca de una curación que contribuyó a que comprendiera mejor la Ciencia Cristiana [Christian Science]. Mi esposo, yo y nuestros dos hijitos y otra familia que no era Científica Cristiana hicimos en cierta ocasión un paseo al bosque. Poco antes de volver, nuestro hijito menor, que se hallaba justo en la edad en que gateaba, se volcó encima un tarro que contenía agua muy caliente que recién había sido retirado del fuego. El agua se le derramó sobre una pierna desde la rodilla hasta el tobillo y sobre los dedos del otro pie.
En ese mismo momento dos autobuses llenos de turistas se detuvieron delante del sitio en que estábamos y el llanto del niño atrajo la atención de los turistas. Dándome cuenta que las amables ofertas que nos hacían eran una expresión de afecto pude permanecer completamente tranquila.
Me sentí muy agradecida hacia la familia que estaba con nosotros, pues a pesar de que no sabían exactamente cómo actuaban los Científicos Cristianos en tales circunstancias, tranquilamente se llevaron a los otros niños a pasear y nos dejaron solos a mi esposo, al niño y a mí. Luego y mientras los demás empaquetaban nuestras cosas, yo llevé al niño al bosque y allí declaré firmemente la verdad.
Apenas nos pusimos en camino de vuelta, el niño se sentó y se puso a jugar con su hermanito. Cuando llegamos a casa algunas horas más tarde, llamé por teléfono a un practicista rogándole que nos ayudara. Nadie más que yo vió la quemadura una sola vez, después de lo cual me rehusé a mirarla nuevamente. No le apliqué absolutamente nada a la pierna o a los dedos por que no deseaba apoyarme en lo más mínimo en la materia.
Estudié muy sinceramente el artículo por Mrs. Eddy titulado: “La materia no existe” que aparece en su obra Unity of Good (Unidad del bien, págs. 31–36), al mismo tiempo que me aferraba al pensamiento acerca del cual había leído en una de nuestra publicaciones periódicas, y que se refería a la curación de una quemadura: “Si habiendo iniquidad en tus manos, la alejares de ti.... alzarás entonces tu rostro sin mácula” (Job 11:14, 15). Aparté por cierto el error de mí y me regocijé sintiendo que Dios estaba cerca de nosotros.
El niño no volvió a llorar después que nos apartamos del bosque, y al tercer día andaba gateando de nuevo. Cuando mi esposo lo vió dijo: “Ya está del otro lado.” Se corrigió al momento diciendo: “El hijo de Dios jamás ha estado en ningún lado malo; siempre ha sido perfecto.” A los dos o tres meses al niño no le quedaba ni la más mínima señal, y tampoco hoy se le nota nada. Fue por cierto una curación maravillosa y por la cual me siento profundamente agradecida.
En otra ocasión mientras hacíamos una excursión al campo con unos amigos, noté que mi esposo se hallaba experimentando una dificultad física a pesar de que no lo había mencionado. En voz baja le dije: “Declararé la verdad,” y me retiré a un lado por unos momentos sin ser notada. Claramente percibí que Dios oye instantáneamente nuestras oraciones, de modo que no hay necesidad de rogarle; la única cosa que debemos hacer es conocer a Dios correctamente.
Cuando llegó la hora de emprender el regreso, ofrecí manejar el coche, pero mi esposo dirigiéndose a mí y como si repentinamente recordara algo, dijo: “Oh, me siento lo más bien ahora. ¡ El malestar ha desaparecido completamente!”
Cuando recuerdo esta experiencia, percibo que el sanador personal no tiene nada que ver con el asunto, tampoco es necesario tener conocimiento de la enfermedad, puesto que la verdad es poderosamente efectiva.
Mucho agradecemos a Dios por la verdad científica que había permanecido escondida en la Biblia durante tantos años y que Mrs. Eddy nos ha revelado tan desinteresadamente. — Edendale, Southland, Nueva Zelandia.
