El deseo que siente la humanidad de disfrutar de más alegría en la vida, a menudo parece vacilar debido a la monotonía de la rutina diaria. Con la queja “Oh, si sólo tuviese más tiempo”, el ser humano termina por más o menos resignarse a la falta de alegría en su experiencia cotidiana. Los placeres en que se indulge de vez en cuando, muy rara vez hacen posible el encontrar distracción o descanso verdaderos, ya que la verdadera felicidad en la vida jamás se encuentra meramente en las diversiones. La alegría de vivir resulta del entusiasmo de la vitalidad espiritual que se origina de nuestra relación con Dios.
Días de prosperidad y una experiencia que brinde esplendor a nuestra vida y a nuestro ambiente, pueden obtenerse por medio de la Ciencia del Cristo. Cada Científico Cristiano sincero reconoce agradecido esta realidad y se dedica día a día al estudio de la Ciencia Cristiana.
Una mujer que trabajaba como profesora en una universidad y que pasaba sus días ocupada en un sinnúmero de obligaciones relacionadas con su trabajo, sintió el deseo de ser miembro de una filial de la Iglesia Científica de Cristo. Aun cuando sabía que este paso le proporcionaría verdadera felicidad, se presentaron dudas en su pensamiento de si sus ya numerosas obligaciones profesionales le permitirían participar fielmente en las actividades de la iglesia. Sabía que además de la asistencia metódica a los servicios, el ser miembro de una iglesia filial requiere también la asistencia a las reuniones y exige trabajo consagrado en los diferentes comités. Pero su fe en que el trabajar para la casa de Dios nunca produce daño ni ocasiona falta de tiempo eliminó completamente sus dudas. Encontró que la participación activa en el trabajo de la iglesia fortalecía la disciplina mental y que de este modo podía ocuparse más fácilmente de sus otras responsabilidades diarias.
Mrs. Eddy dice en el Manual de La Iglesia Madre (Art. VIII, Sección 4): “Es deber de cada miembro de esta Iglesia orar diariamente: ‘Venga Tu reino’; haz que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y quita de mí todo pecado; ¡ y que Tu Palabra fecunde los afectos de toda la humanidad, gobernándoselos!” Los Científicos Cristianos encuentran que esta oración establece la base para un día lleno de satisfacción.
¡ “Venga Tu reino”! Estas palabras pertenecen al Padrenuestro, la oración que Cristo Jesús diera a sus discípulos cuando éstos le dijeron: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1). Estas palabras expresan un deseo por obtener la comprensión, deseo que es siempre bendecido por nuestro afectuoso Padre-Madre Dios. La misericordia de Dios alcanza a toda devoción verdadera y produce la revelación de la realidad espiritual, la revelación del reino de Dios.
La revelación es semejante a la luz de la mañana que ilumina el universo con gloria creciente. El resplandor de la revelación amplía la comprensión espiritual y eleva el pensamiento humano a una percepción más alta. Enriquecida por la substancia divina, la mente humana se enfrenta a los acontecimientos del día desde un plano más elevado. En esta forma la Verdad y el Amor divinos se convierten en la base de la percepción y de la acción. Como lo dijo el sabio (Prov. 4:18): “Pero la senda de los justos es como la luz de la aurora, que se va aumentando en resplandor hasta que el día es perfecto”.
Toda revelación conduce a una demostración, es decir, a una comprensión más espiritual de la realidad y al reconocimiento de la omnipotencia y omnipresencia divinas.
La revelación y la demostración son componentes del día espiritual. En Ciencia y Salud por Mrs. Eddy leemos (pág. 584): “Los objetos del tiempo y de los sentidos desaparecen bajo la iluminación del entendimiento espiritual, y la Mente mide el tiempo de acuerdo con el bien que se va desarrollando. Este desarrollo es el día de Dios, ‘y no habrá ya más noche’”.
El desarrollo de la realidad espiritual continúa hasta que el pensamiento descansa en la amplitud del Espíritu y encuentra inspiración en la lozanía del Alma. “Éste es el día que ha hecho Jehová; ¡alegrémonos y regocijémonos en él!” (Salmo 118:24).
