El deseo que siente la humanidad de disfrutar de más alegría en la vida, a menudo parece vacilar debido a la monotonía de la rutina diaria. Con la queja “Oh, si sólo tuviese más tiempo”, el ser humano termina por más o menos resignarse a la falta de alegría en su experiencia cotidiana. Los placeres en que se indulge de vez en cuando, muy rara vez hacen posible el encontrar distracción o descanso verdaderos, ya que la verdadera felicidad en la vida jamás se encuentra meramente en las diversiones. La alegría de vivir resulta del entusiasmo de la vitalidad espiritual que se origina de nuestra relación con Dios.
Días de prosperidad y una experiencia que brinde esplendor a nuestra vida y a nuestro ambiente, pueden obtenerse por medio de la Ciencia del Cristo. Cada Científico Cristiano sincero reconoce agradecido esta realidad y se dedica día a día al estudio de la Ciencia Cristiana.
Una mujer que trabajaba como profesora en una universidad y que pasaba sus días ocupada en un sinnúmero de obligaciones relacionadas con su trabajo, sintió el deseo de ser miembro de una filial de la Iglesia Científica de Cristo. Aun cuando sabía que este paso le proporcionaría verdadera felicidad, se presentaron dudas en su pensamiento de si sus ya numerosas obligaciones profesionales le permitirían participar fielmente en las actividades de la iglesia. Sabía que además de la asistencia metódica a los servicios, el ser miembro de una iglesia filial requiere también la asistencia a las reuniones y exige trabajo consagrado en los diferentes comités. Pero su fe en que el trabajar para la casa de Dios nunca produce daño ni ocasiona falta de tiempo eliminó completamente sus dudas. Encontró que la participación activa en el trabajo de la iglesia fortalecía la disciplina mental y que de este modo podía ocuparse más fácilmente de sus otras responsabilidades diarias.
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