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Judith aprende a esperar a Dios

[Para niños]

Del número de julio de 1967 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Judith se hallaba una mañana delante del espejo cepillándose el cabello. Era hora de que partiera para la escuela, pero ese día no quería ir.

— Oh mamá — dijo — ¿tengo que ir a la escuela hoy?

La mamá la ayudó a ponerse el abrigo. — Por supuesto que debes ir, querida — le respondió.

— Pero es que no quiero ir. Vamos a tener aritmética otra vez y yo no la sé hacer.

A Judith le gustaba mucho el grado en que estaba en la escuela. Le ofrecía la oportunidad de aprender y estudiar muchas cosas. Le gustaba leer, dibujar y pintar; también le gustaba deletrear y escribir, pero no comprendía la aritmética.

— Cuando la maestra la explica, yo no comprendo nada — dijo quejándose.

La mamá se puso a pensar por un momento. — ¿Por qué no le pides a Dios que te ayude? — preguntó.

Judith había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana que Dios está en todas partes. Cuando estaba en casa se sentía muy cerca de El. A menudo pensaba acerca de Dios y hasta hablaba con Él. Pensando en Dios se sentía segura y feliz.

Pero en la escuela Judith parecía que estaba demasiado ocupada para pensar en Dios. Durante el recreo lo pasaba jugando con sus compañeros en el patio, y en clase estaba ocupada con su trabajo. Se preguntaba cómo podía Dios estar en la escuela con ella y al mismo tiempo estar con su mamá en la casa.

— Mamá, ¿cómo puede Dios estar en todas partes? — preguntó.

— Porque Él es infinito — respondió su madre.

— Bueno, yo lo sé, pero ¿cómo se moviliza? — insistió.

Su madre sonriendo respondió: — Dios está en todas partes. Él es la Mente que nos suple con pensamientos buenos. Si Dios está en todas partes, Él no necesita moverse de aquí para allá, ¿no es verdad?

Judith sonrió.

Su madre entonces le explicó: — A medida que necesitamos pensamientos buenos éstos se nos revelan para ayudarnos. Aun cuando estés en la escuela o jugando, o en un cohete en camino a la luna, aun así, siempre estarás recibiendo estos pensamientos. Si escuchas lo que estos pensamientos te están diciendo, entonces podrás usarlos.

Judith comenzó a percibir que los pensamientos buenos podían acompañarla a cualquier parte que ella quisiera ir.

— Si no puedo hacer mi aritmética ¿me dará Dios el pensamiento que necesito? — preguntó.

— Por supuesto, si te detienes y escuchas — respondió la mamá.

Judith corrió a la cocina y tomó la cajita con su almuerzo. Al decir adiós a su madre se sintió mucho más contenta de que iba al colegio. Haría lo posible por no tener miedo de que no podría resolver su aritmética. Escucharía atentamente para que Dios la ayudara.

En la Escuela Dominical Judith había aprendido la historia de Moisés a quien Dios había escogido para que guiara al pueblo de Israel fuera de Egipto. Al principio Moisés se vio invadido por el temor de que carecería de la habilidad de hablar lo bastante elocuentemente como para que la gente lo aceptara como Guía. Pero Dios le dijo (Éxodo 4:11, 12): “¿Quién dió boca al hombre? ... ¿acaso no soy yo, Jehová? Ahora pues, vé, que yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que has de decir”. Judith comprendió que la misma Mente que había guiado a Moisés muchos años antes estaba con ella para ayudarla y guiarla. Recordó las palabras de Jesús (Juan 8:28): “No hago nada de mí mismo”.

Al principio no le fue fácil a Judith acallar el temor cuando recibía malas notas en sus tareas de aritmética, pero poco a poco aprendió a silenciar los pensamientos que no provenían de Dios — pensamientos de temor y confusión. Paulatinamente aprendió a escuchar quietamente los pensamientos que Dios le impartía. Muy pronto sus tareas de aritmética mejoraron.

Mrs. Eddy dice: “Cuando esperamos a Dios con paciencia y buscamos la Verdad con rectitud, El dirige nuestra jornada” (Ciencia y Salud, pág. 254). Judith no se desalentó. Aprendió a esperar a Dios con paciencia, a escuchar y a seguir Su dirección. Perdió mucho de su temor y de su confusión y tuvo más confianza en su habilidad para hacer bien su trabajo.

Finalmente llegó el día en que se repartieron las libretas de clasificaciones. Mientras se encaminaba a su casa con su amiguita Beth, abrió el sobre. ¡ Cuál no sería su sorpresa al ver que todas sus clasificaciones eran buenas! ¡ Y en aritmética tenía una de las mejores notas!

Judith corrió a su casa lo más rápidamente posible para darle las buenas nuevas a su mamá. No sólo había recibido buenas notas, sino que también había aprendido a esperar a Dios con paciencia. Había aprendido que Él está con nosotros todo el tiempo, dondequiera que vayamos y nos ayuda en todo lo que hacemos.

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