Una experiencia por la cual pasé hace algún tiempo me hizo sentir humildemente agradecida por la verdad que nos libera, aun en una emergencia. Estaba terminando de adornar una torta cuando inadvertidamente introduje los dedos de una mano en la batidora eléctrica que estaba usando y me oí pidiendo ayuda. Los dedos se hallaban sujetos firmemente y cuando al fin quedaron libres el aspecto que presentaban no era nada bueno.
Me envolví la mano en una toalla y traté de negar en lo posible la realidad del dolor, de los accidentes, del descuido y demás, y de substituir el error con la verdad. En ese preciso momento llegó mi hijo y le pedí que me llevara a la casa de mi profesora de la Ciencia Cristiana y a quien le llevé un pedazo de torta. Me vió la mano vendada así es que yo le conté lo que me había ocurrido.
Ella empezó inmediatamente a declarar la verdad tan clara y positivamente que me vi libre del dolor. Mi visita duró menos de media hora. Tan pronto salí de su casa me quité el vendaje y noté que solamente quedaba una pequeña señal de lo que había sido una grave lesión. Mi hijo, así como dos vecinos que sabían lo que había ocurrido, quedaron muy impresionados.
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