La Ciencia Cristiana enseña que el hombre es el reflejo de Dios. En la página 200 de Ciencia y Salud, Mrs. Eddy escribe: “La gran verdad en la Ciencia del ser de que el hombre real era, es, y siempre será perfecto, es incontrovertible; porque si el hombre es la imagen o el reflejo de Dios, no está invertido ni subvertido, sino que es recto y semejante a Dios”. Un reflejo es inseparable de su fuente fuera de sí mismo; es una manifestación natural de una causa de la cual el reflejo depende completamente. Por lo tanto un reflejo nunca puede ser separado de aquello que lo produce.
El mismo razonamiento puede aplicarse al hombre, el cual siendo una expresión de la divinidad creadora no posee nada que no proceda de Dios.
La Biblia nos asegura que Dios es nuestra luz. ¿Creemos esto? Tenemos que creerlo si deseamos disfrutar de la felicidad que resulta de ser el reflejo del Todopoderoso. Reconozcamos entonces la sabiduría de Isaías que escribió (60: 19): “El sol no será más tu luz de día, ni para resplandor te dará la luna su luz; porque Jehová mismo será tu luz eterna, y tu Dios tu gloria”.
Quizás nos sintamos tentados a preguntarnos: “¿Qué podemos hacer entonces para que esta condición tan deseable se haga tangible en nuestra vida?”
Podemos preguntarnos también: ¿Debemos crear nosotros el origen del cual procedemos? ¿O debemos forzarnos por unirnos a la fuente de nuestra existencia? Entonces podremos ver cuán fácil resulta ser el reflejo de Dios, cuán felices debiéramos ser debido a esta realidad y cuán agradecidos debiéramos estar a la Ciencia Cristiana por capacitarnos para comprender que en realidad somos el reflejo de Dios.
Los mortales no son el reflejo de Dios, porque nada que procede de la materia tiene relación alguna con Dios, el cual es Espíritu.
Sería bueno, por tanto, dejar asentado que cuando pensamos acerca de las formas, límites y dimensiones que caracterizan a los mortales, no debiéramos confundirlas con el hombre real, el cual es reflejo espiritual. Pero esto no impide que cada uno de nosotros demuestre en cierta medida por medio de su estudio de la Ciencia Cristiana, el gozo indescriptible que siempre acompaña a la comprensión de que el hombre no es un mortal, sino que es la expresión misma de Dios.
Es entonces cuando en las palabras del Salmista podemos decir (Salmo 17:15): “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho, cuando despertare a tu semejanza”. Y así comprendemos estas palabras de Cristo Jesús (Juan 5:19): “No puede el Hijo hacer nada de sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque cuanto éste hace, esto hace el Hijo también de igual manera”.
Es evidente que para estar conscientes de nuestro estado como reflejo de Dios, necesitamos expulsar resueltamente de nuestro pensamiento muchos hábitos y conceptos que parecen formar parte de nuestra naturaleza básica. Muchas veces a través de los años, desde que el autor de este artículo diera sus primeros pasos en la Ciencia Cristiana, ha tenido que comprender que debía cambiar radicalmente aquellos conceptos acerca del hombre que había adquirido bajo el sistema de la educación tradicional que se basan en la creencia de que la materia es real, y de ese modo obtener una apreciación correcta de sí mismo como imagen de Dios. Ahora disfruta de verdadero gozo al comprender mejor que es por medio de la oración ferviente y de la consagración sincera a la realidad espiritual de la creación, que las personas pueden liberarse a sí mismas del pesado yugo de las tales llamadas leyes materiales, y experimentar el indescriptible embeleso que proporciona el conocerse a sí mismo como reflejo de Dios.
Nuestra felicidad aumenta a medida que perseveramos en nuestro estudio de la Ciencia Cristiana y desarrollamos día a día dentro de nosotros mismos la convición de que, como lo dice Mrs. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 258) “El hombre es algo más que un cuerpo material con una mente adentro, la cual tiene que escapar de su ambiente para ser inmortal. El hombre refleja lo infinito, y este reflejo es la idea verdadera de Dios”.
