Un escritor escribió en cierta ocasión lo siguiente: “La muerte es sólo un horizonte, y un horizonte no es otra cosa que el límite de nuestra visión”. La Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens., al igual que muchas otras religiones, enseña que aquellos que aparentemente han pasado más allá de este horizonte material continúan viviendo. El estudio de esta Ciencia nos provee, sin embargo, con el discernimiento que penetra más allá del límite de la percepción mortal y nos capacita para comprender que en realidad la muerte no existe.
La Ciencia Cristiana enseña que Dios es Vida y que la Vida no puede ser confinada a un cuerpo material o limitarse a un período mortal. También enseña que Dios es Espíritu, y dado que el hombre ha sido creado a la imagen y semejanza de Dios, el hombre debe ser espiritual, no material. De manera que el ser individual del hombre no puede terminar ya que Dios no puede ser extinguido.
Una mujer abrigaba en su juventud un temor ingobernable acerca de la muerte. Pero cuando empezó el estudio de la Ciencia Cristiana aprendió que la muerte existe sólo en el pensamiento de aquel que cree que es verdadera, y percibió además que la muerte es una ilusión que no tiene poder para destruir nada que sea verdadero. Este conocimiento la liberó del terror a la muerte.
Cuando falleció su padre, se tornó a la obra “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras”, por Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana; y, al principio de la página 275 leyó lo siguiente: “La materia no tiene vida que perder, y el Espíritu nunca muere”. Una gran sensación de paz llenó su consciencia y se vio libre de la pena y de una sensación de separación. Se regocijó en la realidad de que existe sólo un Padre-Madre, es decir Dios, y de que el hombre jamás puede sufrir pérdida alguna o ser separado de su parentesco divino.
Cristo Jesús denominó la muerte como enemigo. Jamás la aceptó como algo inevitable, por el contrario, la venció. Resucitó al hijo de la viuda, devolvió la vida a la hija de Jairo y llamó a Lázaro a que saliera de la tumba después que había estado muerto ya cuatro días. En su triunfo final y el más conclusivo sobre la muerte y la tumba, Jesús resucitó tres días después de haber sido crucificado. ¿Qué otras pruebas necesitamos de que la muerte no es una realidad a la cual uno debe someterse sino que, por el contrario, constituye una creencia falsa que debe ser vencida?
Al aprender a vencer la creencia en la muerte, hallaremos que es importante percibir que la muerte no nos libra de todas las dificultades humanas como parecerían creer muchos. Este concepto falso induce a aquellos que lo aceptan a considerar la muerte como algo deseable. En Ciencia y Salud (pág. 426) leemos lo siguiente: “Cuando se aprenda que la enfermedad no puede destruir la vida, y que los mortales no se salvan del pecado o de la enfermedad por la muerte, este entendimiento nos despertará a una vida nueva. Vencerá tanto el deseo de morir como el terror a la tumba, y destruirá así el gran temor que acosa la existencia mortal”.
La existencia humana ofrece una oportunidad continua de llevar a cabo nuestra propia salvación. Es el viaje que nos lleva de los sentidos al Alma; una grandiosa aventura que nos permite conocer a Dios como el Todo-en-todo; y este viaje, esta aventura, no se detiene ni atrasa debido al proceso llamado muerte.
¿Qué es lo que aparenta morir? ¿No es acaso meramente la creencia falsa de vida en la materia lo que se pierde o destruye? Cada expresión individual de Dios es vital para Él. Si Dios no fuera expresado continuamente por cada idea espiritual individual, habría un momento o un lugar en que Dios carecería de expresión. Esto daría lugar a que Dios fuera algo menos que omnisciente, omnipresente y omnipotente; lo que sería una imposibilidad evidente de por sí.
Cuando pensamos acerca de un ser querido que se encuentra lejos, ¿es su apariencia física o son sus características mentales lo que recordamos más vívidamente? ¿No pensamos acaso acerca de él en términos del amor que expresaba? ¿No recordamos acaso tales cosas como la consideración y la amabilidad; y, quizás, un sentido del humor? ¿No son la comprensión, integridad, sabiduría y justicia las cualidades que amamos? Éstas son indicaciones de lo que es verdadero y duradero en cada expresión individual de Dios.
Cristo Jesús dijo (Juan 10:10): “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. ¿Qué significa tener vida en abundancia? Primeramente significa que en realidad poseemos la energía, la vitalidad y la constante renovación que son cualidades de la Vida, Dios. Somos seres espiritualmente mentales, no mortales carnales. Expresamos a Dios en nuestro ser verdadero y este ser es eterno e inmortal.
A medida que adquirimos una comprensión espiritual de Dios y de la relación del hombre con El, nos tornamos más conscientes de que en nuestro ser verdadero somos uno con Dios como Su expresión. Cuando Jesús oró por aquellos a quienes enseñaba y por los que aceptarían al Cristo por medio de la palabra de sus discípulos, su petición fue “que todos ellos sean uno; así como tú, oh Padre, eres en mí, y yo en ti, para que ellos también sean uno en nosotros” (Juan 17:21). Este reconocimiento de la unidad del hombre con Dios aclara lo que escribió Pablo “Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3), y “en él vivimos, y nos movemos, y tenemos nuestro ser” (Hechos 17:28).
Con una aseveración así podemos trabajar y orar confiadamente para crecer en gracia y justicia y para vivir gozosamente. Podemos hacerlo, pues sabemos que no abandonamos este concepto humano de la existencia para adoptar otro enteramente diferente. Nos conviene llevar a cabo todo el bien que podamos cada día y así recibir las bendiciones que están disponibles para nosotros ahora y eternamente.
En un artículo titulado “¿Es que no existe la muerte?”, Mrs. Eddy escribe (La Unidad del Bien, pág. 41): “La dulce y sagrada sensación de unidad permanente del hombre con su Hacedor puede iluminar nuestro ser actual con una presencia y un poder continuo del bien, abriendo de par en par la puerta que conduce de la muerte a la Vida; y cuando esta Vida aparezca ‘seremos semejantes a El’ e iremos al Padre, no por medio de la muerte sino por medio de la Vida; no por medio del error, sino por medio de la Verdad”.
A medida que aceptemos para nosotros mismos y para todos esta unidad con nuestro Hacedor podremos mirar más allá del horizonte de la materia y comprender que aquellos que parecen haberse ido no han muerto realmente. De este modo habremos demostrado nuestra comprensión de una verdad fundamental de la Ciencia Cristiana, a saber, que la muerte no existe.