En el Evangelio de San Mateo se relata que Cristo Jesús “llamando a sí a sus doce discípulos, les dió autoridad sobre los espíritus inmundos, para echarlos fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia” (10:1).
¿En que consistía este poder dado por el Maestro? ¿Era acaso un poder misterioso, reservado y conferido a unos pocos? La Ciencia Cristiana refuta tal suposición. Mantiene y demuestra que este poder era un estado espiritual de pensamiento que la Ciencia Cristiana ha recuperado de nuevo y cuyos resultados esta gran Ciencia ha traído con éxito a la era presente. La instrucción primaria en la Ciencia Cristiana prepara al discípulo para demostrar, en cierta medida, el poder sanador que fue comprendido y utilizado por Jesús y por sus discípulos.
Esto quizás podría parecer una pretensión extravagante si los resultados no se hubieran presentado para probarlo, pero los tenemos, y en gran abundancia. Cuando el Científico Cristiano le habla con autoridad al pecado o a la enfermedad, lo hace con la autoridad de la Verdad que poseía Cristo Jesús y así obtiene resultados similares. Probablemente, una explicación demasiado sencilla del componente principal de este poder lo sea el conocimiento que el Científico posee acerca de la totalidad completa de Dios, el Alma, el Espíritu, así como también de la nada absoluta de la creencia en el pecado, la enfermedad y aun en la de la muerte misma.
El propósito de la enseñanza primaria en la Ciencia Cristiana es el de instruirnos a andar con firmeza en el camino de la Verdad. Mantenerse en comunicación continua con el maestro después de finalizado el período de clase es de mucha ayuda para lograr este fin. Repasar con frecuencia el capítulo “Recapitulación” en Ciencia y Salud por Mrs. Eddy es recomendable para mantener siempre presente en la memoria aquello que se nos ha enseñado.
Las verdades que se aprenden en clase nunca pueden convertirse en anticuadas. La Verdad es por siempre nueva. Y por supuesto, la fiel asistencia a las reuniones anuales de la Asociación elevará nuestro pensamiento al nivel del cual podría haber caído debido al contacto con el mundo.
En Ciencia y Salud nuestra amada Guía da las siguientes instrucciones a los maestros de la Ciencia Cristiana (pág. 454): “No despidáis a vuestros alumnos al terminar el curso, creyendo que ya no tenéis que hacer más por ellos. Apoyad sus débiles pasos con vuestros bondadosos cuidados y consejos hasta que vuestros alumnos anden seguros en el camino recto y estrecho”.
Por medio del consejo y de la dirección del maestro, los “débiles pasos” del estudiante se fortalecen con la práctica, del mismo modo que los pasos débiles y tambaleantes de un niño que está aprendiendo a caminar son al principio inseguros, pero poco a poco se vuelven estables y firmes. Todos los que han recibido instrucción en clase han aprendido a cómo sanar a aquellos que están enfermos y a los que experimentan otras clases de discordancia ya que, después de todo éste es el propósito de esta instrucción. Cada curación llevada a cabo por medio de la Verdad fortalece al estudiante y lo capacita para intentar otra quizás más difícil.
De esta manera los años posteriores a la clase deberían ser fructíferos ya que el estudiante está más consciente de su unidad con Dios. Su conocimiento de la Ciencia ha sido bien organizado. Sabe su posición en cualquier circunstancia que pueda presentarse. Está mejor preparado para expresar el amor puro del Amor, la radiante percepción de la Verdad, y la vigorosa realidad de la Vida.
Anteriormente puede que el estudiante soñara que vivía en un mundo que era en parte material y en parte espiritual, pero ahora ha despertado a percibir el glorioso universo de la libertad y felicidad espirituales. Es como si todo lo que anteriormente contemplara hubiese estado oscurecido por un telón o una cortina, similar a lo que a veces se usa en producciones teatrales.
Ahora la afluencia de la luz está sobre el mundo de la realidad. El estudiante ve la gran bondad de Dios; y Su perfección, Su poder, y Su brazo protector se le revelan.
La instrucción en clase debiera considerarse como algo preliminar a todo lo que Dios nos llame posteriormente a hacer. Esta instrucción no es una meta de por sí, mas es un paso hacia muchas metas diferentes, algunas de las cuales y aun mayores puede que todavía no nos hayan sido reveladas. No importa cuál sea nuestra experiencia individual, el esfuerzo de aplicar con más diligencia nuestro conocimiento consciente de la totalidad de Dios, de la nada de la materia, y de la relación eterna y permanente del hombre con Él, enriquece nuestra experiencia.
La instrucción en clase debiera alentarlo a uno a alistarse en una verdadera e intensa búsqueda de Dios, y así ahondar la profundidad misma de la Verdad y lograr aquel estado de mente que nos capacita para resistir todas las pretensiones de la materia y del mal, y demostrar su nada por medio de la comprensión de la totalidad de Dios.
Refiriéndose a algunas curaciones extraordinarias, Mrs. Eddy dice en “La Unidad del Bien” (pág. 7): “A propósito de estas experiencias, ciertas proposiciones que se prueban por sí mismas invaden mi pensamiento expectante; he aquí una de estas convicciones: que un reconocimiento de la perfección del infinito Invisible confiere un poder que ninguna otra cosa puede conferir”.
El propósito de la instrucción en clase es el de convertirnos en hacedores de la Palabra. Al recibir esta instrucción el estudiante debería imponerse la tarea de utilizar el poder que Cristo Jesús empleó y confirió a sus discípulos.
