Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

El Amor divino es nuestro refugio seguro

Del número de octubre de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En 1989 La Organización Internacional del Trabajo, un organismo de las Naciones Unidas, publicó un estudio que estimaba que treinta y cinco millones de africanos estaban viviendo fuera de sus propios países. El estudio destacaba que de cada cinco emigrantes africanos uno era refugiado, y de cada dos refugiados en el mundo uno era africano. En vista de los acontecimientos mundiales ocurridos desde que se realizó ese estudio, no cabe duda de que ahora las cifras han de ser más altas.

La situación angustiosa de la gente que huye de la violencia, el hambre y la inestabilidad política en el mundo, nos afecta a todos, aun si vivimos en zonas donde existe relativa estabilidad económica y libertad política. Las organizaciones de socorro, los gobiernos y grupos privados a menudo hacen intentos heroicos para aliviar el sufrimiento de los refugiados. Pero aun estos esfuerzos sumamente necesarios son en general insuficientes para atender a los millones de personas que han sido forzadas a abandonar sus hogares. ¿Existe, entonces, razón para pensar que nosotros individualmente podemos contribuir a la vasta tarea de curación que es necesario llevar a cabo? ¿Dónde podemos encontrar protección y un refugio seguro para todos?

Para mí, estas preguntas no son para nada teóricas. Durante una revuelta política en mi país, descubrí que la promesa bíblica de la ayuda inmediata de Dios es mucho más que retórica religiosa.

En 1982, piquetes comandados por comunistas tomaron por asalto mi oficina ubicada en un cuarto piso. Debido a que yo había tomado una posición contraria a la política oficial, fui capturado y arrastrado de los pies hacia abajo por ocho tramos de escalera, golpeando mi cabeza contra cada escalón hasta la planta baja. Allí fui sometido a una severa paliza antes de ser llevado a los cuarteles militares para que me interrogaran. Después me torturaron aún más.

En esa época yo era relativamente nuevo en el estudio de la Ciencia Cristiana. No obstante, me sostuvo la sólida convicción espiritual de que Dios, el bien, es una fortaleza siempre presente en tiempos de tribulación, convicción que adquirí durante los tres años previos, al estudiar a diario las Lecciones Bíblicas como se indica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana.

Al cabo de veinticuatro horas me pusieron en libertad. Unos días después, cuando por medio de la oración me había recuperado totalmente de las lesiones sufridas, volví sin temor alguno a mi oficina. Más tarde ese día fui nuevamente secuestrado y me llevaron con los ojos vendados a un cementerio. Mis captores me ataron a una tumba y me dejaron allí en la oscuridad, diciendo que volverían a la mañana siguiente.

Sabía que la intención de los secuestradores era aplicarme una tortura psicológica. Lo que no sabían era que las arraigadas supersticiones locales asociadas con los cementerios y los fantasmas no tenían efecto alguno sobre mí. Cuando comencé a estudiar la Ciencia Cristiana dejé atrás tales creencias. Sabía que no existe poder aparte del poder de Dios. Los espíritus malos o fantasmas son el producto de la imaginación humana que se basan en temores falsos y en la ignorancia. El estudio de la Ciencia Cristiana destruye todas esas nociones equivocadas.

Sabiendo que ningún transeúnte respondería a mis llamados de auxilio debido a tales tabúes, me volví a Dios sin reservas, reconociendo Su omnipresencia y omnipotencia. Hasta el día de hoy no sé cómo me las ingenié para librarme de las cuerdas que me habían atado y sujetado tan fuertemente. Posteriormente me fui exiliado a otros país.

Pero a medida que transcurrían los días, me inquietaron los mensajes que me llegaban de miembros de mi familia que estaban teniendo dificultades debido a mi ausencia. Fui a una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana en el país donde me refugié, en la que una bondadosa señora me aseguró que la residencia permanente del hombre es el reino de Dios que, como Cristo Jesús enseñó, está cerca y en cada uno de nosotros. Me dijo que si yo persistía en estar consciente de la presencia de Dios, no sólo yo estaría a salvo y protegido sino que los pensamientos de la verdad espiritual que yo estaba afirmando ayudarían también a mis familiares. Esto eliminó mi temor y en poco tiempo encontré un trabajo que incluía también alojamiento. Y mis familiares también recibieron ayuda.

A medida que reflexionaba sobre muchos pasajes en la Biblia, con las explicaciones metafísicas de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, la verdad que afirmaba San Pablo sobre nuestra relación inseparable con Dios se hizo más tangible. Cualesquiera fueran las adversidades que el apóstol tuvo que enfrentar: naufragio, prisión, tortura, hambre, él sabía que nunca podía estar fuera del cuidado infinito de Dios, el Amor universal. Dijo a los atenienses: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos”. Hechos 17:28.

Si “vivimos, y nos movemos” en Dios, que es el Espíritu incorpóreo e infinito, “nuestro ser” debe ser algo diferente de lo que los sentidos físicos muestran. Nuestra verdadera naturaleza, como linaje del único Espíritu que es completamente bueno, es necesariamente espiritual, no material. Una vez que captamos este hecho científico y primordial, podemos probar que Dios, el Amor divino, es nuestro refugio seguro en el cual no puede existir ningún desplazamiento ni temor a ser desplazado. Mediante la oración, que nos hace volver hacia la realidad de la presencia y el poder de Dios, comprendemos que El no es un Dios de desorden. La naturaleza bondadosa del Amor no incluye discordancia alguna que perturbe la relación inquebrantable que tiene el hombre con su Hacedor.

El estar consciente de la presencia del amor de nuestro Padre-Madre Dios nos da confianza y seguridad cuando nos asedian las dificultades. En razón de que la discordancia de cualquier índole no representa la voluntad o naturaleza de Dios, El nos capacita para combatir el mal y restablecer la armonía en nuestra vida. El Amor divino nos capacita para vencer cualquier resentimiento, pesar o condenación propia que puedan estar ocultos en nuestro pensamiento. Este Amor imparcial también nos impulsa a obedecer la ley soberana de la que Jesús fue el paladín: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 19:19.

Cuando oramos consecuentemente de esta manera, no sólo disminuye nuestra preocupación por el problema de los refugiados (o por cualquier situación angustiante), sino que simultáneamente ayudamos al resto del mundo a destruir las fuerzas que suprimen, reprimen y sumen a la gente en el miedo y la huida. Cuando el amor fraternal y cristiano se practique de manera más amplia, persistente y comprensiva, veremos que los gobiernos opresivos cederán a la libertad y a la cooperación.

Recuerde que dondequiera que usted se encuentre, Dios está allí mismo con usted. En El hallamos refugio y la respuesta a todas nuestras necesidades. Ciencia y Salud proyecta luz espiritual sobre el mensaje imperecedero del Salmo 23, que concluye así: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa [la consciencia] del [Amor] moraré por largos días”.Ciencia y Salud, pág. 578.

Si amenazas o conflictos nos fuerzan a abandonar nuestros hogares, podemos estar seguros, por medio del discernimiento de la omnipotencia del Amor infinito — la realidad espiritual siempre presente—, de que en verdad jamás hemos abandonado la casa de nuestro Padre, en la cual estamos a salvo de toda intrusión, hostigamiento o expulsión. Cuando moramos en la consciencia del Amor, hallamos que ningún otro poder puede privarnos de nuestro derecho, otorgado por Dios, a la libertad, a ser útiles y a disfrutar de salud y alegría.

La manera de dominar el sentimiento mortal de separación y ayudar a aquellos que pueden estar preocupados por la ausencia de sus seres queridos, es orar para comprender más de la unidad espiritual que tiene el hombre con Dios, el Amor omnipresente. En El todos podemos hallar el santuario. La promesa de las siguientes líneas de uno de los poemas de la Sra. Eddy cobró gran significado para mí, mucho más de lo que puedo expresar:

Amor, refugio nuestro, no he de creer
el lazo que nos pueda hacer caer;
habita con nosotros el Señor,
Su brazo nos rodea con amor.Poems pág. 4.

En cualquier situación que nos encontremos, las buenas nuevas nos aseguran que el Amor divino es siempre nuestro refugio seguro, pues “habita con nosotros el Señor”.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / octubre de 1993

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.