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“Lo Trajo Alrededor, lo instruyó,...

Del número de octubre de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Lo Trajo Alrededor, lo instruyó, lo guardó como a la niña de su ojo”. Esta maravillosa expresión del amor de Dios por nosotros que nos da el libro de Deuteronomio, describe un hecho que podemos demostrar.

Un día en el trabajo noté como una nube que empezaba a cubrir la porción central de un ojo. Con el pasar de los días, la mancha se hizo más opaca hasta que solo quedaba un círculo de luz. Al final de la semana, ya no podía ver con ese ojo.

Sentí temor a causa de la predicción de que esto podría extenderse al otro ojo, y que sería necesaria una intervención quirúrgica.

Hacía ya diez años que me apoyaba en el tratamiento de la Ciencia Cristiana y sabía que ésta era la decisión correcta. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana y le expliqué mi situación. Con toda la seguridad y el amor que usted se puede imaginar, calmó mis temores, y estuvo de acuerdo en orar conmigo para que sanara.

Oramos diariamente durante nueve o diez semanas reconociendo pensamientos que no eran armoniosos, pensamientos basados en la materia y reemplazándolos con las verdades espirituales de Dios y el hombre. Declaramos que mi identidad espiritual es la imagen y semejanza de Dios, y afirmamos que yo reflejaba todas Sus cualidades y facultades perfectas, entre ellas la vista espiritual. Aprendí a seguir las admoniciones de Pablo: “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses).

Durante este tiempo aprendí que no recurrimos a Dios como si fuera un “mecánico”. Su propósito no consiste en esperar hasta que algo en su creación se descomponga, y ponerlo en su lista para una visita de reparación. Dios no sabe nada sobre la materia: desprendimiento de retina, lentes desgarrados o nervios sin sensibilidad. Mas bien, la oración reconoce la unidad del hombre con Dios que todo lo ve, todo lo sabe, y es todopoderoso. Dios lo hizo todo bueno, espiritual y perfecto; la materia no es parte de esta creación.

Esta comprensión fue muy decisiva para mí. Aprendí que el hecho verdadero es que el hombre, por ser el reflejo de Dios, ve solamente como Dios ve, espiritualmente, sin ayuda de la materia. Me aferré a este hecho espiritual día y noche y rechacé tanto los síntomas físicos como los pensamientos de temor que eran contrarios a esta verdad. Permanecí confiado de que veo porque Dios todo lo ve.

Poco a poco el punto negro que oscurecía mi vista empezó a desvanecerse, hasta que un día recuperé la vista totalmente. Pocas semanas después, la nebulosidad que lo acompañaba se aclaró.

A través de esta experiencia pude continuar mis deberes cotidianos sin que muchas personas se dieran cuenta del problema. Durante las fiestas tuve invitados y solamente perdí dos o tres días de trabajo cuando sentí la necesidad de estar tranquilo y orar.

Como una prueba más de esta curación, hace poco tuve que renovar mi licencia de conducir que en este estado requiere un examen de la vista. Oré y pensé acerca de todo lo que la practicista y yo habíamos hablado en aquellas semanas. Recordé las palabras en Deuteronomio, a las que me aferré con mucho cariño en las muchas noches que estuve en tinieblas: “Lo guardó como a la niña de su ojo”. Durante el examen, cuando me pidieron que mirara dentro de un aparato, una oficial me pidió que leyera una línea tras otra, hasta donde pudiera. Cuando terminé de leer por completo lo que estaba en la máquina, ella me preguntó si estaba usando lentes de contacto. Con regocijo le respondí: “No, ¡yo puedo ver sin ellos!”

Me siento muy feliz de poder compartir esta curación con aquellos que tal vez estén teniendo una experiencia similar. Estoy muy agradecido por el amor constante, y la dedicación de la practicista, y por los amigos de la iglesia, que calladamente me apoyaron con sus oraciones.


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