Los perros aterrorizaban a Rosita. Le saltaban encima. Casi la hacían caer, y ¡seguían saltando sobre ella! Le lamían la cara y se la mojaban. A ella eso no le gustaba.
Siempre que Rosita veía un perro, corría hacia donde estaba su mamá y trataba de subir a sus brazos. Cuando Rosita creció y ya era muy grande para los brazos de su mamá, corría en rededor de sus piernas, tratando de esconderse del perro.
Cuando Rosita se calmaba lo suficiente, su mamá la abrazaba tiernamente y le recordaba que Dios la estaba protegiendo. Hablaban acerca de lo que Rosita estaba aprendiendo en su hogar y en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana: que el amor de Dios está con todo lo que El ha hecho, incluso con Rosita y los animales. Rosita oraba continuamente para ver ese amor cuando junto a algún perro.
Se dio cuenta de que los perros saltaban y le lamían la cara para decirle: “Te queremos mucho”. A ella le hubiera gustado que “hablaran” de otra manera.
Dos perros grandes vivían en un jardín cercado muy cerca de la iglesia de Rosita. No podían tocarla porque estaban detrás de la barda, pero ladraban tan fuerte que aun así la asustaban.
Un domingo estaba tan asustada cuando llegó a la iglesia que una de sus amigas grandes, la Srta. Diego habló con ella. Le preguntó a Rosita si les había dicho “¡Hola!” a los perros. Rosita no lo había hecho. La Srta. Diego le explicó que los perros querían saber si ella era su amiga. Que era importante decirles “¡Hola!” .
Aunque Rosita quería que los perros fueran sus amigos, ella nunca, nunca les había mostrado que ella era su amiga. Pero ésa no era la manera en que Cristo Jesús nos enseñó a amar. Jesús amaba de la misma manera en que Dios, su Padre, amaba. El dijo: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado” y “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado”. Juan 15:9, 12.
Rosita había orado para ver el amor de Dios. Pero ahora ella vio que tenía que ser como Dios. Es decir, amar como Dios ama. Mary Baker Eddy dice en su libro Ciencia y Salud: “El hombre es la expresión del ser de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 470. Rosita sabía que el ser de Dios es Amor. Amor es incluso un nombre para Dios. Como expresión de Dios, Rosita era espiritual y buena, hecha para expresar amor de la manera en que Dios expresa amor.
Después de eso, siempre que Rosita veía a un perro, se acordaba de decirle “¡Hola!” al perro. Se aseguraba de que su “¡Hola!” fuera alegre y afectuoso.
Rosita seguió orando. Un día, después del jardín de infantes, Rosita estaba jugando con sus amigos en el patio de recreo. De pronto vio a un perro a su lado. Rosita se asustó. Pero en ese momento recordó este versículo del libro de los Salmos: “Estad quietos, y reconoced que yo soy Dios”. Salmos 46:10. Cuando Rosita se acordó de Dios y de Su amor siempre presente, ya no tuvo miedo. Estaba tan feliz que le quería contar a todos sobre su curación.
Después de eso, cada vez que Rosita veía u oía a un perro, ya no corría para alejarse de él ni se refugiaba detrás de su mamá. Se paraba y pensaba en Dios y sobre cómo El había hecho todo espiritual, bueno y afectuoso. Dejó de escuchar pensamientos temerosos acerca de los perros. Pronto se dio cuenta de que en lugar de atemorizarse de los perros, quería acariciarlos.
Cuando Rosita iba caminando hacia el jardín de infantes una mañana, Gaucho, el perro grande y juguetón de un vecino, ladrando fuerte corrió hacia donde estaban Rosita y sus amigos. A Rosita le dio gusto verlo.
Lo esperó pacientemente a que llegara, parándose firme mientras le saltaba encima y le lamía la cara. Cuando el perro terminó de lamerle la cara, ella lo acarició cariñosamente. “Gaucho es cariñoso”, le dijo feliz a su mamá.
Pero amar a un perro es más que acariciarlo; tenemos que cuidarlo de la manera adecuada. Algunas veces amar con el amor de Dios puede significar no tocarlo. El escuchar a Dios nos muestra cómo amar.
Rosita ha aprendido mucho acerca del amor de Dios, acerca de que todo lo que Dios hizo expresa ese amor.
