La Ciencia Cristiana ha tenido un valor incalculable para mí al ayudarme a resolver todo tipo de problemas en mi vida, desde dificultades financieras hasta serios problemas de relación. Uno de ellos se destaca como un faro en mi crecimiento en la Ciencia Cristiana.
Hace alrededor de ocho años, un martes estaba viendo un programa de invitados en la televisión que trataba sobre asuntos raciales. Decidí no seguir viendo el programa porque sabía que iba a dar lugar a muchas opiniones humanas. Con calma apagué la televisión y me declaré a mí misma: “El amor de Dios es el único sanador, no las trivialidades humanas; y 'todos [somos] uno en Cristo Jesús' ” (Gálatas). No me imaginé que muy pronto iba a tener que usar esta declaración.
También recordé una declaración de Ciencia y Salud Con Clave de las Escrituras escrito por Mary Baker Eddy: “La parte vital, el corazón y alma de la Ciencia Cristiana es el Amor”.
En aquel momento salí a lavar mi coche. A los cinco minutos una mujer joven se me acercó, diciendo que se le había descompuesto el automóvil en la esquina y me pidió usar el teléfono. Estuve de acuerdo. Pero me di cuenta de que no había usado el teléfono por mucho tiempo, ni tampoco me había preguntado la dirección para que alguien la viniera a buscar. Después de que se fue, advertí que mi cartera estaba en la silla al lado del teléfono. Al revisar mi billetera, me faltaban setenta dólares. Sabía que ésa era la cantidad exacta porque había trabajado la noche anterior y había recibido esa cantidad como propina y la había cambiado en tres billetes de veinte y uno de diez.
Inmediatamente pensé en pedirle a Dios que me ayudara. Me pareció apropiado llamar inmediatamente al número de emergencias. Le dije a la operadora lo que había pasado y la descripción de la mujer. Me dijo que llamaría a un coche de la policía para que tratara de encontrarla, pero que no me hiciera muchas ilusiones.
De inmediato declaré la verdad sobre el hombre de Dios de quien nos habla la Ciencia Cristiana. Este hombre espiritual está hecho a imagen de Dios. Esa imagen tiene que ser buena y honesta. Mi oración alivió mucho el temor. Comprendí que aquí estaba la oportunidad para superar cualquier opinión en mi pensamiento que pudiera categorizar a algunas personas como más inclinadas que otras a cometer actos criminales. Todos somos el verdadero hijo de Dios; por lo tanto, en la creación de Dios no hay ni criminales ni víctimas. Unos diez minutos más tarde, me llamó la operadora diciendo que un helicóptero de la policía había ubicado a la mujer que describí a algunas cuadras de mi casa. La operadora me preguntó si podía acercarme e identificarla, y estuve de acuerdo.
Sabía que Dios había creado al hombre bueno, como se afirma en el primer capítulo del Génesis: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó... Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”. Comencé a pensar sobre lo que Jesús enseñó acerca del amor en el Sermón del Monte: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo). Declaré estas verdades mientras viajaba hacia donde se encontraba detenida la mujer. Comencé a amarla, no como un mortal imperfecto sino como espiritualmente perfecto, de la manera que Dios la ama. Al llegar, me sentí muy asustada debido a que la mujer les estaba gritando a los oficiales de policía, y a mí me gritaba obsenidades. Decía que yo estaba equivocada y que no me había robado nada. Sin embargo, sentí que yo era honesta en mi afirmación.
Un oficial me llevó a casa y me dijo con tono de repugnancia que probablemente nunca recuperaría mi dinero. A menos que la mujer admitiera que lo había robado, no podría recuperar el dinero debido a que hay una ley que declara que los billetes que no están marcados no pueden ser identificados, aun si coincide la descripción. El oficial me dijo que pensaba que la mujer conocía esa ley.
Indudablemente no parecía que esta joven fuera a admitir algo. No obstante, yo sabía que el poder de Dios es supremo, y sabia que Su amor podía y quería sanar. Llené mis pensamientos con pensamientos de amor hacia esa mujer, como Dios la ama. El oficial me dejó en mi casa y dijo: “La llevaremos a la comisaría y la interrogaremos, pero dudo que salga algo. ¿Quiere hacer la denuncia?” Contesté que no la haría. En aquel momento quería dejar el problema en manos de Dios.
Continué declarando estas verdades sobre la honestidad del hombre perfecto de Dios.
Aproximadamente quince minutos después, sonó el teléfono. El mismo oficial con quien había hablado antes me dijo que debía ir a recoger mi dinero. Cuando llegué a la comisaría, un oficial me dijo que la mujer había confesado con remordimiento el robo de los setenta dólares y que había estado ocultando un arma, la cual entregó. Además me comentó que nunca antes había visto que alguien hiciera una confesión con tanto remordimiento. Me dijo: “¡Este debe ser su día de suerte!” Yo sabía que el resultado de este incidente no era debido a la suerte; fue la demostración del amor de Dios por el hombre como se revela en la Ciencia Cristiana. No solo yo fui bendecida, la mujer también debió de haber sido beneficiada.
Indudablemente esta experiencia prueba la verdad de esta declaración de Ciencia y Salud: “Dejad que la Verdad descubra y destruya al error en la forma que Dios determine, y que la justicia humana siga el modelo de la divina”.
Miami, Florida, E.U.A.
