Muchas Personas Consideran sinceramente el esfuerzo que significa imponer la obediencia a reglas o leyes, ya se trate de la política de una empresa, de reglamentos escolares, de reglas familiares o de leyes nacionales.
Las leyes o reglas humanas tienen por lo general la finalidad de ayudar, de brindar protección, libertad y progreso. Sin embargo, puesto que tienen un origen humano, no son una realidad que tiene vigencia por sí misma, sino que son decisiones humanas sujetas al cambio, que requieren de poder físico y/o aceptación popular para que funcionen.
En contraste con esto, la ley espiritual o divina es una realidad que tiene vigencia por sí misma, que es inmutable, que revela que Dios, el bien, es la única causa y poder, y que por lo tanto Su reflejo, el hombre y el universo, debe expresar sólo las cualidades del bien. Esta ley es un decreto divino imperativo, el cual adquiere vigencia por sí mismo en todo el universo espiritual de Dios.
Hace varios años fui testigo en mi propia familia de un ejemplo significativo del poder que tiene Dios para poner en vigencia Su ley. Poco después de haberme casado nuevamente, me detuve con el coche en la entrada de mi casa y encontré a mi hija de doce años llorando. Ella estaba planchando, cuando su hermano mayor la molestó, y entonces se persiguieron por toda la casa. Como resultado, la plancha cayó al suelo y se rompió. Me pareció correcto separar a los niños por un rato, ya que yo tenía que cumplir con un compromiso previo aquella tarde y no podía quedarme en casa. Le pedí a mi hijo que me acompañara el resto del día, pero él se escabulló por la puerta de atrás para asistir a su clase de tenis. Cuando descubrí esto, mi primer impulso fue imponer mi autoridad y la ley humana de obedecer a los padres, siguiéndolo e insistiendo en que él debía pasar toda la tarde conmigo. Mi segundo pensamiento: “Bueno, espera hasta esta noche y deja que tu esposo se ocupe de esto”, me hizo reaccionar repentinamente. ¿Acaso mi nuevo marido tenía más poder para imponer disciplina o una acción correcta que Dios que es el verdadero Padre de este niño?
Entonces elevé mi pensamiento para afirmar la presencia de la ley o regla divina. Reconocí con gozo que Dios es el Padre-Madre de todos, amoroso, poderoso y siempre presente, y me negué a considerar la imagen de un adolescente que había desafiado a su madre humana en ausencia de su padre o padrastro humano.
La preocupación genuina por corregir mi propio pensamiento respecto a la ley y a la imposición de la ley prevaleció sobre el deseo de disciplinar al niño por desobedecerme.
Al regocijarme por comprender que Dios no sólo promulga la ley espiritual, sino que también la pone en vigencia, me di cuenta de que los cuarenta y cinco minutos que debía manejar para llegar a mi cita pasaron volando a medida que más y más verdades de la Ciencia CristinaChristian Science (crischan sáiens) llenaban mi pensamiento. Comprendí que Dios es el Principio perfecto del hombre, y que el hombre es la expresión perfecta de este Principio. En mi oración reconocí que Dios creó al hombre, Su semejanza, para que exprese bondad, obediencia y salud. Puesto que el hombre refleja a Dios, no puede hacer nada por sí mismo, no puede expresar de ninguna manera cualidades desemejantes a Dios, o el bien. Pablo vislumbró parte de esta realidad absoluta cuando dijo en su epístola a los Filipenses: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. Filip. 2:13. Puesto que el hombre refleja a la Mente que es Dios, él expresa la voluntad de Dios, o el bien; y dado que el hombre refleja el poder de Dios, expresa la capacidad para hacer la voluntad de Dios.
Llena de gratitud, con una confianza absoluta en la promesa de la Biblia de que “todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y se multiplicará la paz de tus hijos”, Isa. 54:13. recordé que la palabra de Dios no sólo es un mensaje, sino una fuerza causativa que hace cumplir el mensaje mismo. Cuando llegué a mi destino, dejé de lado este episodio doméstico.. . hasta que regresé a casa y me encontré con dos hermanos abrazados y contentos que me entregaron notas pidiéndome miles de disculpas y una plancha nueva y hermosa que habían comprado con sus escasos y duramente ganados ahorros. Ninguna solución o reprimenda humana hubiera podido resolver mejor esta situación.
En respuesta a la pregunta “¿Cómo puedo disciplinar a un niño metafísicamente?” Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, dice en su libro Escritos Misceláneos: “Los móviles gobiernan los actos, y la Mente gobierna al hombre. Si al niño se le explican los móviles correctos de acción, y se le enseña a amarlos, estos móviles lo guiarán correctamente... Esc. Mis., pág. 51. Y en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras también escribe: “La Verdad, la Vida y el Amor son las únicas exigencias legítimas y eternas que se le hacen al hombre, y son legisladores espirituales, que obligan a obediencia por medio de estatutos divinos”.Ciencia y Salud, pág. 184.
Dios hace que el hombre obedezca Su voluntad, que conozca, que ame y que exprese el bien en virtud del hecho de que el hombre es reflejo, la imagen de Dios. Fue la Verdad la que me exigió que cambiara mi pensamiento respecto a la autoridad, respecto a quién o qué impone disciplina. La Verdad me exigió que pusiera mis pensamientos y mis acciones bajo la autoridad de la ley de Dios y dejara de lado todo razonamiento humano que se basara en las evidencias externas que contradecían esta ley. Y fue el Amor el que hizo que mis hijos pusieran en práctica su innato amor al bien y dejaran de lado las discusiones y la desobediencia.
Cuanto más comprendamos la Verdad, la Vida y el Amor (todos nombres de Dios) y pongamos nuestro pensamiento y nuestras acciones de acuerdo con la ley espiritual, tanto más se manifestará la realidad espiritual — la omnipresencia del bien— en nuestra experiencia. Las eternas demandas de la Vida, la Verdad y el Amor hacen que el hombre ame y esté dispuesto a cumplir con gozo la ley de Dios. La demostración de esta verdad eterna siempre resulta en una forma de pensar correcta, en la actividad correcta, en la obediencia a las reglas humanas, y en solícitas obras cristianas.
Cristo Jesús practicó el cristianismo científico hace alrededor de dos mil años. Sanó a los enfermos y resucitó a los muertos por medio de su comprensión de la ley espiritual y de su poder para imponerse: la ley de la salud, la compleción, la vida, la alegría y la abundancia aquí y ahora. Otros también reconocieron que estas curaciones eran el resultado de la ley divina, no del poder personal. ¿Recuerda cómo el centurión que le rogó a Jesús que sanase a su siervo habló de que él también era un hombre bajo autoridad? Véase Mateo 8:5-13. El centurión entendió que los soldados bajo su mando obedecían porque ellos sabían que sus órdenes estaban respaldadas por el poder autoritario del gobierno romano. De la misma manera, el centurión reconoció que el enfermo y el pecador respondían al mandato de Jesús de ser sanos porque Jesús tenía autoridad divina. El Maestro demostró que la ley de Dios se hacía valer por sí misma, y que la perfección del hombre es inmutable por ser la semejanza de Dios.
Cuando nos vemos ante la necesidad de hacer cumplir la ley humana, tal vez nuestra mayor necesidad sea saber cuál es la ley espiritual o divina. A medida que afirmamos nuestro entendimiento y convicción del poder que tiene Dios para hacer cumplir Su ley — para hacer que todo lo que El ha creado exprese Su naturaleza— seremos guiados a dar los pasos prácticos necesarios para llevar a cabo nuestra función humana. Cuando se hace esto, nuestras acciones reflejan mucho amor, ausencia de temor, y esa serena autoridad espiritual que resulta de una inquebrantable confianza en la capacidad y el poder que tiene Dios para mantener Su ley del bien en toda Su creación, para imponer Su voluntad aquí, ahora y en todas partes.
Esto no significa que algunas veces no tengamos que dar humanamente los pasos firmes necesarios para exigir obediencia. Pero esta firmeza estará respaldada por una comprensión del poder que tiene la ley de Dios para hacer que la misma se cumpla. La opinión humana, que insiste en forzar su propio sentido de justicia a su manera, se rinde en humildad ante la ley espiritual, ante el reconocimiento de que el poder de Dios impone la bondad bajo toda circunstancia.
La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús
me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.
Romanos 8:2
