El Aumento En el número de Biblias que se han distribuido en el siglo XX ha sido meteórico. En el año 1900 cerca de trece millones de Biblias y Testamentos fueron enviados a través del mundo. Según la Sociedad Bíblica Americana, en 1989 se distribuyeron 300 millones de Biblias y Escrituras, y se espera que a fines de este siglo esta cantidad aumente considerablemente. Este es un logro importante para dar a conocer la Palabra de Dios. Pero junto con este aumento ha habido también una notoria disminución en la obediencia a uno de los fundamentos principales de la Biblia, los Diez Mandamientos. Véase Ex. 20:3–17. Algunos de los indicios de esta época son estadísticas que acusan un mayor número de crímenes, un menosprecio general de la moralidad sexual y un difundido comportamiento carente de ética.
¿Hay algo que se pueda hacer para detener esta epidemia corruptora que está minando la estructura misma de la vida individual y colectiva? ¿Qué pensamos de los Diez Mandamientos en nuestra propia vida? ¿Son algo escrito en dos tablas de piedra miles de años atrás en una remota montaña del Medio Oriente, reglas formales que desde entonces han pasado a ser la base de la ética judía y cristiana y de la civilización del mundo occidental? Muchos consideran los Mandamientos de esta manera, pero, ¿hay acaso un modo más elevado, más espiritual, en que podamos usar y poner en práctica estos Mandamientos en nuestra vida diaria? ¿Hemos orado realmente alguna vez basándonos en ellos?
Por ejemplo, tal oración podría comenzar declarando la totalidad y unicidad de Dios, Su poder y presencia, sin nada que los contradiga. Este es el requisito principal de la oración, y la Sra. Eddy le da alta prioridad al decir que el Primer Mandamiento es su texto favorito. Véase Ciencia y Salud, pág. 340. También escribe en Ciencia y Salud: “El punto de partida de la Ciencia divina es que Dios, el Espíritu, es Todo-en-todo, y que no hay otro poder ni otra Mente — que Dios es Amor, y que, por lo tanto, es Principio divino”.Ibid., pág. 275.
Una vez que establecemos en la consciencia esta comprensión de la totalidad y supremacía de Dios como Espíritu puro, podemos proseguir y ver que no hay falsificaciones que se puedan grabar en la consciencia en forma de materia; nada que tengamos que adorar o temer, nada que pueda ser pecaminoso o enfermizo.“No te harás imagen, ni ninguna semejanza...” Hoy en día, tal vez más que nunca, vivimos en un mundo de imágenes visuales, y esto incluye muchas imágenes de enfermedades, desastres y discordancias. Es, entonces, muy importante no permitir que ninguna de estas imágenes negativas, que presentan el cuadro material en lugar del cuadro espiritual de origen del hombre, se grabe en nuestro pensamiento. Dios, la fuente suprema y única del bien, irradia la imagen de lo que El es, puro, perfecto y completo, y esta imagen es el hombre y el universo.
Al trabajar sobre esta base, podemos saber que debido a que la Verdad divina se impone por sí misma como ley, continua y universalmente, no se puede declarar la Palabra de Dios en vano. El libro de Isaías expuso esto claramente hace siglos cuando describió a Dios diciendo: “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”. Isa. 55:11.
Cuando la declaración de la verdad se comprende, lleva en sí poder para sanar, salvar y restaurar y no vuelve sin cumplir con su propósito sanador. Cuando la verdad se declara y se comprende, tiene un efecto inmediato; su acción puede compararse al soplo del viento: cada pequeña hoja y rama se mueve y siente su efecto. Las palabras “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano” entrañan un mandato, el Tercer Mandamiento del Decálogo, pero tal vez también podríamos pensar que es un estímulo; un mandato que tiernamente está asegurándonos que no podemos declarar la verdad del ser sin que ella produzca un efecto. Si estamos dispuestos a regenerarnos, a obedecer a Dios, cada declaración de la verdad que reconocemos en nuestras oraciones y demostramos en nuestra vida diaria, pasa a ser un factor determinante en la eliminación de las nieblas del sentido material, que revela la realidad espiritual siempre presente.
Una vez que establecemos en la consciencia el hecho espiritual de la totalidad de Dios, del hombre como Su imagen y semejanza, y del poder de la Palabra, podemos enfrentarnos con el concepto de tiempo y afirmar que cada día es un día de reposo. No sólo esto, sino que cada momento de cada día es un momento de reposo, que pertenece totalmente al Amor divino. En realidad, vivimos en la eternidad. Los relojes y calendarios son hechos por los hombres y definen un lapso entre los acontecimientos materiales. En la consciencia divina, que es la Mente, Dios, solo hay un eterno ahora. Por lo tanto, cada momento puede ser el desarrollo armonioso de un momento de reposo, el cual existe para que adoremos a Dios, para alabarlo a El y para revelar Su ser. Al comprender “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”, 2 Cor. 6:2. podemos, literalmente, vivir en el “ahora”. El tiempo no es un sanador, y el reconocimiento de que la perfección está siempre presente, elimina al tiempo como un factor sanador. En el gozoso día de Dios no hay afanes, tensiones ni presiones; sólo hay realización, satisfacción y dominio divinos. “Este es el día que hizo Dios; las gracias da, feliz”.Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 342.
Podemos honrar a nuestro Padre y Madre, Dios, dejando que nuestras oraciones se desarrollen y expandan sobre la base antes mencionada, y así establecemos correctamente todas nuestras relaciones. Por cuanto todos somos hijos de un mismo Padre, en el hecho espiritual todos somos una sola familia, en la cual cada uno se preocupa profundamente por el otro, unidos por el lazo de la verdadera espiritualidad. De esta manera, la armonía genuina y las relaciones humanas correctas resultan cuando comprendemos nuestra relación básica con nuestro amado Padre-Madre Dios. El obedecer los requisitos morales y espirituales de la ley divina hacen que nuestros días y nuestras relaciones humanas sean duraderas y den satisfacción. En la solicitud altruista que tenemos con nuestro prójimo reflejamos la relación tierna y solícita que nuestro amado Padre tiene para con nosotros. Ninguna creencia en condiciones hereditarias, personalidades en conflicto o tensiones familiares puede sobrevivir ante el resplandor de este amor sanador. Es muy alentador saber que nuestro contacto con los demás puede expresar la ternura, comprensión y compasión que entraña esta tierna y prístina relación con nuestro Padre-Madre Dios.
Sobre esta base firme de pensamiento, estamos bien preparados para seguir adelante y enfrentar los desafíos del magnetismo animal, o el mal, que presentan los siguientes tres mandamientos: “No matarás. No cometerás adulterio. No hurtarás”.
No matar. La mente mortal, o sea, la creencia en el mal, trataría de hacernos perdonar ciertos aspectos del homicidio; trataría de endurecernos mediante relatos y cuadros de violencia presentados por la prensa, televisión y cine; trataría de desensibilizar nuestras actitudes normales y espirituales de ternura y solicitud por nuestros compañeros habitantes de este planeta y volvernos insensibles al sufrimiento de los demás. El materialismo, o tendencia mortal, pretendería tener capacidad para matar nuestra alegría, privarnos de la vida y de la actividad, destruir nuestra inspiración y matar nuestros más altos ideales. Es obvio que el mandamiento nos está diciendo que no le quitemos la vida a otra persona; éste es su mensaje básico. Y a medida que mediante la Ciencia Cristiana nos vamos percatando de que el hombre, como reflejo de la Vida, no puede asesinar ni ser asesinado porque la Vida es divina y eterna, obtenemos dominio sobre la tentación de desobedecer.
No cometer adulterio. El materialismo tanto vocifera como susurra que el hombre es carnal, incompleto, sensual, y que al ser indulgente con los actos inmorales, ya sea mental o físicamente, puede lograr felicidad y satisfacción. El adulterio involucra muchos aspectos, algunos visibles, otros ocultos. El permitirse a sí mismo soñar despierto actos sensuales, o el inventar fantasías, tiene que ser rechazado tan positivamente como la flagrante y visible desobediencia a este mandamiento. Todo pensamiento de adulterio emana del error básico expuesto en la segunda narración del Génesis, donde Adán y Eva creyeron la sugestión de la serpiente de que ellos eran incompletos.
En otro aspecto, el materialismo nos llevaría a adulterar la verdad por creer en el bien y en el mal, rebajar nuestras normas, corromper nuestra vida y contaminar nuestra innata inocencia: aquella inocencia otorgada al hombre en el primer capítulo del Génesis, que no es mancillada por las seducciones de la serpiente.
Este mandamiento, contemplado desde el punto de vista del sentido espiritual, tiernamente nos asegura que dado que la creación de Dios es totalmente buena, en realidad no hay mal que pueda sugerir dualismo de ninguna clase; que el Amor divino siempre abastece al hombre de Dios de todo lo que necesita, que está a salvo y satisfecho, y es íntegro, sin nada que ambicionar o desear. Demostrar este hecho en nuestra vida diaria puede que nos imponga una gran autodisciplina. Pero la ley de Dios apoya totalmente nuestros esfuerzos por comportarnos de una manera moral.
No hurtar. Por cuanto la mente mortal basa su sentido de sustancia enteramente en la materia, trataría de decir que hurtar es inevitable en un universo limitado; permisible bajo ciertas circunstancias y un cimiento imprescindible en la estructura de un hombre mortal e incompleto. Esta es una mentira, y parte de las falacias del segundo relato del Génesis que presenta al hombre con carencias y descontento. Este concepto mortal de la vida está lleno de limitaciones, y si uno lo cree, entonces puede ser tentado a hurtar, ya sea que el crimen sea de “ratería” en las tiendas o perpetrado por un ladrón de camisa y corbata o por un astuto burlador de impuestos. El mensaje básico del mandamiento es que no debemos aceptar tal punto de vista limitado del bien que Dios tiene para nosotros.
El materialismo también diría que puede robar nuestro sentido espiritual, despojarnos de nuestra capacidad de ser útiles y consumir nuestro tiempo en trivialidades. Una vez más: considerando el mandamiento en su más alto significado, podemos sentir la dulce certeza de que en razón de que la Vida y la sustancia son infinitas, el hombre de Dios no tiene ni el deseo ni la aptitud para robar o ser robado porque el hombre posee eternamente todas las ideas correctas por ser el reflejo de su Padre-Madre Dios.
Toda sugestión de matar o de cometer adulterio o de hurtar es un atentado de la mente carnal para hacernos creer que hay vida en la materia. Cuando “la declaración científica del ser”, que aparece en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, se comprende, destruye totalmente las seducciones de las creencias de placer o de dolor en la materia que nos inducirían a matar, adulterar o hurtar. La declaración dice así: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo...” Ciencia y Salud, pág. 468.
Habiendo tratado firmemente las pretensiones mesméricas de la creencia de que la vida es material, y habiéndolas reemplazado con el reconocimiento consciente de la supremacía de Dios, podemos ver que la única evidencia que realmente hay es la evidencia de la presencia de Dios y Su creación. El Noveno Mandamiento dice: “No hablarás... falso testimonio”. Esto es por cierto un hecho eterno del ser: que es imposible que el hombre, creado a la imagen y semejanza del Dios único y del todo bueno sea otra cosa que el testigo y la evidencia de la perfección de Dios. Si hemos de obedecer este mandamiento, no podemos entregarnos a mentiras de ninguna clase. Además, yendo un poquito más allá en el análisis de esta regla vemos, desde el punto de vista de la Ciencia, que tampoco podemos permitirnos ser testigos de imperfección o discordancia o dar evidencias de ellas, ye sea verbal, visual o mentalmente. Jesús le dice a Pilato: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad”. Juan 18:37. Esta es la verdadera vocación y ocupación de cada uno de nosotros.
Las curaciones instantáneas se manifiestan cuando se da testimonio de la verdad. Como lo dice Ciencia y Salud: “Si el Espíritu o el poder del Amor divino da testimonio de la verdad, éste es el ultimátum, el procedimiento científico, y la curación es instantánea”. Ciencia y Salud, pág. 411.
Por último, nuestra oración, o tratamiento en la Ciencia Cristiana, finaliza con el maravilloso reconocimiento de la completa satisfacción, integridad y entereza sobreentendidas en “No codiciarás”. No hay nada que el hombre espiritual — su verdadera identidad y la mía— pueda anhelar, desear o necesitar, porque este sentido del ser lo incluye todo. Eì hombre y Dios son uno, inseparables y completos. La satisfacción de sí mismo no expresa ese estado de pensamiento, el cual es ilustrado por el dominio que resulta de saber quiénes somos realmente, en qué consisten nuestros derechos divinos y lo que ya poseemos como amados hijos de Dios.
Al tomar los Diez Mandamientos, usarlos como la base de nuestras oraciones, y practicarlos en nuestra vida diaria en su más alto significado, cobrarán vida nuevamente. Cuando estos Mandamientos son escritos en la tabla de nuestro corazón, son tan poderosos ahora como lo fueron en el Monte Sinaí.
 
    
