“¡Oye, Juanita, vamos a ir a la casa de Emilia para montar el triciclo a motor! ¿Quieres venir?”, dijo Catalina al pie de la escalera.
Juanita no podía creerlo. Había querido montar ese triciclo motorizado con sus tres grandes ruedas desde la primera vez que lo vio. Pero se había figurado que su hermana mayor y su amiga nunca la invitarían. Corrió a decirle a su mamá a dónde iba, y después salió disparada por la puerta para unirse a Catalina y Emilia.
Cuando llegaron a la casa de Emilia, Juanita vio fascinada al papá de Emilia echar a andar el motor del triciclo. Cobró vida con estruendo. Entonces las niñas se amontonaron para hacer un viaje por la colina. De alguna manera en el entusiasmo del momento, Juanita se raspó la pierna contra el guardabarros. Vio que estaba sangrando y le dolía, Juanita casi empezó a llorar, pero entonces recordó la palabra “¡Deséchalo!”
Las palabras vinieron de algo que ella había leído esa mañana en Ciencia y Salud. La Sra. Eddy, la autora, dice que si aparece un pensamiento de enfermedad, dolor, daño, enojo, desobediencia, o cualquier cosa mala, debemos “desecharlo”.Ciencia y Salud, pág. 390. Para Juanita eso significó desechar ese pensamiento. Los pensamientos que vienen de Dios son siempre buenos y los únicos que son reales y verdaderos. De manera que nunca queremos, ni tenemos que tener pensamientos dolorosos.
Le tomó solo unos pocos minutos a Juanita recordar eso, y orar. Rápidamente desechó los pensamientos “tengo miedo” y “me duele la pierna”. Sabía, más bien, que era la hija amada y protegida de Dios. El dolor y el sangrado cesaron de inmediato, y fue el final de ambos.
Al día siguiente, cuando se vestía, Juanita notó que la herida había sanado. “Dio resultado”, pensó para sus adentros. “Recurrí a Dios, deseché el temor, y desapareció”.
Nota de la madre:
Cuando Juanita entró jadeante y riéndose por haber montado en el triciclo, se dejó caer sobre una silla para contarme acerca de su aventura. Inmediatamente noté la profunda cortadura y empecé a lamentar mi decisión de permitirle que fuera en el triciclo. Le pregunté a Juanita cómo había ocurrido, y me dijo: “Me raspé con el triciclo, pero no te preocupes; ¡lo deseché!” y pronto continuó con su relato del viaje en triciclo.
Mientras tanto empecé a orar para afirmar que los accidentes no son parte de la buena creación de Dios y que Sus hijos no son tocados por ninguna clase de mal. Cuando Juanita se levantó para volver a jugar, la abracé y le dije al oído: “Dios te ama y está cuidando de ti aquí mismo”. Me respondió suavemente, con una mirada de asombro en su rostro: “Muchas gracias mamá, pero ¿de qué hablas?”
Tuve que reírme de mí misma. Juanita había desechado el accidente tan completamente que ni siquiera sabía a qué se referían mis afirmaciones.
Fue entonces que recordé el pasaje de Ciencia y Salud que habíamos leído esa mañana: “No permitáis que ninguna pretensión de pecado o enfermedad se desarrolle en el pensamiento. Desechadla con la constante convicción de que es ilegítima, porque sabéis que Dios no es el autor de la enfermedad, como no lo es del pecado”.
Recordé las palabras de Isaías: “Un niño los pastoreará”. Isa. 11:6. Juanita había reconocido que estaba libre de daño, y yo pude seguirla. Cuando todo temor me dejó, me sentí segura de que todo estaba bien.
A la mañana siguiente sólo había una leve marca donde se había cortado, y pronto no había la más mínima marca. Yo estaba agradecida por esta evidencia del poder sanador de Dios y la eficacia de recordar que hay que “desechar” todo lo que sea desemejante a Dios.
    