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Un compromiso con las cosas que valen la pena

Del número de junio de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Le Atemoriza La palabra compromiso? De ser así, usted no es el único. Las estadísticas muestran que a la mayoría de nosotros nos cuesta mucho decidirnos a hacer compromisos: con los amigos, el matrimonio, una carrera, la iglesia.. . hasta con Dios.

Por supuesto, todos queremos las recompensas del compromiso. El afecto de la vida familiar, la satisfacción de hacer bien un trabajo, la camaradería con los miembros de la iglesia, la paz espiritual que sentimos como resultado de vivir cerca de Dios.

Entonces, ¿por qué somos tan reacios a comprometernos? Quizás nos atemoriza lo que un compromiso pueda requerir de nosotros o que no podamos cumplir con nuestras obligaciones. Tal vez temamos que nos hieran; que nos abandonen nuestros seres queridos, perder nuestro empleo, o que el mismo Dios nos falle.

Consideremos un poco qué constituye en realidad un compromiso. En parte es el acto de confiar. Quizás nos preguntemos si realmente podemos confiar en alguien o algo. No obstante, la Biblia nos dice que tenemos un Padre-Madre en quien siempre podemos confiar, pues Dios es la fuente del bien en nuestra vida. El salmista escribe: "Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará". Salmo 37:5.

Esto no significa que debemos confiar en un dios semejante a un hombre que dirige el tránsito en el cielo. En lo que podemos confiar es en el Amor divino, el Amor que nuestro corazón sabe que es real y eterno. Lo vislumbramos en la preocupación desinteresada de un miembro de la familia, el afecto franco de un niño, el entendimiento sin palabras entre buenos amigos.

¿Acaso nuestro compromiso con Dios excluye otros compromisos? Por supuesto que no. De hecho, requiere que nos ocupemos de los demás. El apóstol Juan escribió: "El que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?" 1 Juan 4:20.

En realidad, nuestro compromiso con Dios, enriquece nuestros otros compromisos. El hecho de acercarnos a la fuente de todo el amor verdadero simplemente nos tiene que volver más considerados y fieles: como amigos, esposos, empleados y miembros de la iglesia. La Sra. Eddy escribe en Escritos Misceláneos: "El Científico Cristiano ama más al hombre porque ama a Dios sobre todas las cosas".Esc. Mis., pág. 100.

El amor claro e inalterado que procede de Dios es un modelo con el cual medir nuestros otros compromisos. Podemos preguntarnos: ¿Es el afecto que siento puro, desinteresado, constante, indulgente, tal como el amor de Dios? ¿Me acerca más a Dios? Si es así, entonces es verdadero y bueno; y bendecirá a todos los involucrados.

¿Pero, cómo saber si una relación, un trabajo, o una causa no es digna de nuestra devoción? Si está en pugna con nuestro compromiso fundamental con Dios, es una señal muy certera de que nuestro afecto está fuera de lugar. La Biblia nos cuenta que en una ocasión Juan reprendió a la iglesia cristiana en Efeso precisamente por hacer esto. Habían trabajado mucho para mantener pura la doctrina y eliminar de la congregación a aquellos que falsamente pretendían ser cristianos. Pero al hacerlo, de alguna manera habían "dejado [su] primer amor" a Dios y a cada uno de ellos. Entonces Juan los instó a que se arrepintieran, y que regresaran a su verdadera misión de sanar y salvar a la humanidad. Véase Apoc. 2:4, 5.

Tal vez, como los efesios, hemos cometido una honesta equivocación al elegir un compromiso. Hemos prodigado amor a alguien que nos partió el corazón. No obstante, algunas veces estos mismos desengaños constituyen el impulso que nos hace regresar a nuestro "primer amor", a Dios. Y puede consolarnos el saber que cada vez que hemos sentido un impulso de amor desinteresado — aun si estuvo mal dirigido— nos ha dado una nueva visión del amor de Dios que nunca falla. La Sra. Eddy lo expone así en Ciencia y Salud: "El afecto humano no se prodiga en vano, aunque no sea correspondido. El amor enriquece nuestra naturaleza, engrandeciéndola, purificándola y elevándola".Ciencia y Salud, pág. 57.

Por supuesto que hay veces en que podemos sentirnos acobardados debido a las responsabilidades que involucran ciertos compromisos. Así me sentí en una ocasión con respecto a servir en la iglesia. Había asumido una serie de compromisos — estudios de postgrado, enseñar durante todo el año y actividades cívicas —, además de mis responsabilidades hogareñas (marido y dos hijos pequeños). Asistía a todos los servicios religiosos de la iglesia como una esponja.. . que absorbía todo y no vertía nada. Cada vez que los miembros de la iglesia querían darme alguna responsabilidad, secretamente me acobardaba.

Finalmente, mi carrera llegó a un callejón sin salida. Aunque había completado los estudios necesarios para enseñar en la universidad, no podía encontrar un trabajo de tiempo completo. Y, créanme, ¡busqué mucho! Para poder llegar a fin de mes, acepté trabajos de maestra por hora en tres localidades diferentes. Había muchas horas de trabajo, montañas de hojas para corregir, y poca paga.

Entonces, un miembro de mi familia me sugirió que utilizara el tiempo en que viajaba para orar, en lugar de escuchar la radio o sentir pena por mí misma. Al principio me resistí a hacerlo, pero esas horas de comunión silenciosa con Dios se convirtieron cada vez más en el eje central de cada día. Recordé mi integridad como imagen espiritual de Dios que no carece de nada, porque al Amor divino inagotable, no le falta nada. Mi vida empezó a girar alrededor de Dios y no alrededor de mi carrera. Podría decirse que volví a entregarle mi vida a Dios.

En ese entonces, los miembros de mi iglesia me eligieron para un cargo muy importante, uno que requería muchas horas de servicio semanal. Sin embargo, estuve encantada de aceptar este compromiso, y comprendí que era una manera de expresar el renovado amor que sentía por Dios.

Al cabo de una semana no tuve una sino ¡dos ofertas de trabajo de tiempo completo! Estaba emocionada y acepté uno de ellos. Sin embargo, a pesar de lo mucho que significaba para mí ese nuevo puesto de profesora (y en ese momento era realmente el empleo soñado), yo pensaba honestamente que mi cargo en la iglesia era mi principal trabajo. Fue volver a mi "primer amor".

Los compromisos que concuerdan con nuestro amor a Dios simplemente no nos pueden hacer daño ni requerir más de lo que podemos cumplir. Pueden desafiarnos a que progresemos espiritualmente, y algunas veces a que avancemos rápido. Hasta puede que requieran que soportemos fuertes golpes. Pero nuestro amado Padre-Madre estará a nuestro lado, el amigo que nunca nos abandona. Y El hará que podamos mantener nuestros compromisos para que seamos la clase de Científicos Cristianos que la Sra. Eddy describe en Escritos Misceláneos: "En las horas de tinieblas, los Científicos Cristianos prudentes se mantienen más firmes que nunca en su lealtad a Dios. La sabiduría está desposada con su amor, y sus corazones no están perturbados".Esc. Mis., págs. 276—277.

Esta clase de compromiso salva matrimonios, sana vidas destrozadas, e ilumina las iglesias con el fervor de su "primer amor".

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