Un Niño Pequeño silbaba y canturreaba mientras caminaba por la calle. Un hombre que lo observaba le preguntó: “¿Por qué estás tan feliz?” El jovencito pensó por un momento y luego respondió: “¿Es necesario tener una razón para estar feliz?”
Es obvio que hay ciertas cosas que nos hacen felices, cosas normales y apropiadas que expresan algo del cuidado que Dios tiene por Su linaje, por ejemplo: un trabajo satisfactorio o un lugar adecuado donde vivir o buenas amistades.
Pero a medida que progresamos en nuestro entendimiento espiritual de Dios, gradualmente dejamos de buscar tanto nuestra felicidad en personas, lugares y cosas, y recurrimos cada vez con más frecuencia a nuestro creador, que es la fuente de alegría y satisfacción verdaderas y perdurables.
¿Estamos deprimidos porque no hemos alcanzado una meta deseada? ¿Necesitamos este logro para ser felices? Entonces, quizás necesitemos obtener una mejor perspectiva de la alegría que ya pertenece al hombre por ser la semejanza de Dios. Hoy en día la alegría debería ser natural y continua.
Las circunstancias no pueden darnos satisfacción duradera porque fluctúan, a veces en extremo: son agradables un momento y desagradables el otro. Se basan en la medida que utiliza la mente mortal y humana para medir lo que es bueno y agradable o malo y deprimente. Pero la única fuente genuina e invariable del pensamiento es la Mente divina, Dios, el Amor perfecto.
Básicamente la verdadera felicidad se basa en el entendimiento espiritual de nuestra inseparabilidad del Amor divino. A medida que espiritualizamos nuestro pensamiento por medio de la oración, de un estudio más profundo del inspirado mensaje de la Biblia, de una creciente comprensión de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras escrito por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), y de una cada vez mayor expresión de pureza y amor, cultivamos ese entendimiento y nuestra vida es así regenerada. Volvernos a Dios, ponerlo a El primero, se convierte en el propósito y meta de nuestra vida. Despacio pero seguro nos apartamos del sentido limitativo y deprimente de que el bien se basa en personas, lugares y cosas. Entendemos, en cambio, que como reflejo de Dios incluimos todo el bien, y que Dios es su fuente. Entonces, a medida que dejamos de lado firmemente la perspectiva estrecha y materialista, todo lo que es normal y correcto comienza a aparecer. Cristo Jesús lo dijo muy sucintamente: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Mateo 6:33.
Sin embargo, el pensamiento mundano afirma lo contrario. Dice: “Yo necesito algo o alguien para hacerme feliz o por lo menos satisfacerme. Quizás pueda salir de este pozo de depresión tomando drogas o bebiendo alcohol. O quizás necesito entretenimiento o placeres sensuales. Al menos puede liberarme temporariamente de mi depresión”.
Pero el hecho es que la felicidad tiene una fuente divina. Como dice la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: “La felicidad es espiritual, nacida de la Verdad y el Amor. No es egoísta; por lo tanto no puede existir sola, sino que requiere que toda la humanidad la comparta”. Ciencia y Salud, pág. 57.
Sí, la felicidad es una cualidad de la Verdad y el Amor. Y cuando se expresa en una manera de vivir y amar cristiana, reluce con alegría y aumenta dentro de nosotros. Satisface nuestras necesidades, enriqueciéndonos. Satisface también la necesidad de nuestro prójimo en la medida que permitimos que fluya hacia afuera. En cierta medida satisface la necesidad del mundo porque su fuente es el manantial efervescente y rejuvenecedor de la Vida divina misma.
Esta maravillosa cualidad espiritual se nos hace más natural a medida que comprendemos que es intrínseca a nuestro ser, que es parte de nuestra herencia divina. Vemos, entonces, que la voluntad de Dios es que expresemos alegría.
Pero ¿cómo tratar la depresión? ¿No es realidad la falta de sentirse amado? Esto puede parecer muy legítimo, pero no es un sentimiento que proviene de Dios. Dios está siempre amándonos, abrazándonos en la totalidad de Su cuidado y ternura. De modo que si queremos sentirnos amados y despojarnos del pesado manto de la depresión, podemos hacerlo. ¿Cómo? Volviéndonos al Amor divino en oración y dejando que los tiernos pensamientos de Dios llenen nuestra consciencia con su poder y luz vitalizantes.
Pero una vez que nuestros almacenes mentales están llenos, no podemos dejar que el grano se desperdicie. Tenemos que compartir el amor que sentimos, expresarlo a los demás mediante un interés en su bienestar, una sonrisa, una palabra de aliento, una buena acción. Y sobretodo podemos verlos como hijos de Dios, espirituales, inteligentes, bienamados. Podemos saber que, en realidad, ellos no son personajes físicos sujetos al cambio de las circunstancias, sino el linaje de la Mente amorosa, divina e inmortal. Este modo correcto de ver es cristianamente científico, y sana.
A medida que vislumbramos estas grandes verdades y las ponemos en práctica, vemos que el hombre (el verdadero ser de todos) está totalmente aislado del mal. Su verdadera y dinámica identidad como idea espiritual de Dios ya está, y siempre estuvo, libre de depresión o de cualquier otra condición negativa. Esta identidad verdadera mora por siempre en el amor y la misericordia de Dios, inspirada, libre y completa.
En una ocasión, de pronto tuve que combatir ataques de depresión. Después de orar, comprendí que estaba perturbado por las penurias que estaba padeciendo la gente en todo el mundo, lo que es obviamente una preocupación para todo aquel que se preocupa por y quiere ayudar a la humanidad. Me venían pensamientos desalentadores que insistían que no había soluciones prácticas. Esta depresión me impedía comprender que a través de la oración se pueden manifestar las soluciones adecuadas. Mientras que esos intrusos golpeaban con fuerza a la puerta del pensamiento, me pregunté: “¿Cuál es el remedio?” Era obvio que un estado mental de depresión no ayudaría. Percibí la necesidad de proteger más celosamente mi pensamiento y de expresar hacia todos, incluso a mí mismo, más del gozo y el amor que provienen de Dios y que producen la curación.
Comprendí que debía ser obediente a la admonición de la Sra. Eddy de defendernos de la sugestión mental agresiva (véase Manual de La Iglesia Madre, Art. VIII, Sec. 6). Necesitaba morar más en la tierna totalidad de Dios, que desaloja — excluye — todo pensamiento que haga del mal una realidad. Esto no significa que pasamos por alto el sufrimiento humano. Significa simplemente que no debemos permitirnos perder de vista el poder de Dios que sana. A medida que acepté y afirmé la omnipresencia y omnipotencia de Dios y continué animado y firme en dicha realidad — rechazando toda desemejanza al bien — la depresión comenzó a desaparecer rápidamente. Y a medida que manifesté un mejor ánimo y amor hacia todos, la depresión se desvaneció.
Entonces comencé a ver algunos indicios positivos de ayuda para países lejanos y sus pueblos, evidencia de que el amor de Dios estaba realmente presente. Y fui llevado a aumentar mi contribución a una organización humanitaria que por muchos años ha desempeñado una función significativa al aliviar con dignidad la pobreza de pequeñas poblaciones.
Dios nos ama. Por lo tanto, es vital para nuestro bienestar que nos amemos a nosotros mismos y a los demás con un amor espiritual, una semejanza al Cristo que refleja la bondad sanadora de Dios. Es reconfortante saber que nuestra habilidad para hacerlo proviene de Dios mismo y, por tanto, es ilimitada.
Cuando estamos deprimidos por las condiciones mundiales o por cualquier desafío, la respuesta sanadora es acordarse que solo el bien es real; que, a pesar de las apariencias, Dios está reinando y podemos regocijarnos de que Su gobierno es supremo. Su universo espiritual está intacto ahora mismo, y un claro reconocimiento de esta verdad ayuda a abrir el camino para que se haga más evidente, aun en los rincones más oscuros del mundo.
Esta percepción sanadora, basada en la ley espiritual, nos reanima. Nos renueva, vivifica y restaura. Otorga dominio. Satisface nuestra necesidad de ser consolados espiritualmente. Nos puede hacer sentir ganas de cantar. Entonces, como el Salmista, podemos declarar: “La misericordia de Dios es continua”. Salmos 52:1.
Engrandeced a Jehová conmigo,
y exaltemos a una su nombre.
Busqué a Jehová, y él me oyó,
y me libró de todos mis temores...
El ángel de Jehová acampa alrededor
de los que le temen,
y los defiende.
Salmo 34:3, 4, 7