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Una iglesia evangélica en una era científica

Del número de agosto de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En la primavera de 1879, un pequeño grupo de sinceros buscadores de la Verdad se reunieron para considerar la manera de formar una iglesia sin credos, que habría de llamarse “CHURCH OF CHRIST, SCIENTIST”. Eran miembros de iglesias evangélicas que habían estudiado Ciencia Cristiana bajo la dirección de la Sra. Mary Baker Eddy, y eran conocidos como “Científicos Cristianos”.Manual, pág. 17.

Con Estas Palabras comienza el primer párrafo de la “Reseña Histórica” que la Sra. Eddy incluyó en el Manual de La Iglesia Madre. Es interesante hacer notar que a estos primeros miembros de la Iglesia de Cristo, Científico, se les identifica como “miembros de iglesias evangélicas”. ¿Acaso esta descripción específica de los primeros fundadores está indicando que en los comienzos de la Iglesia hubo un elemento significativo que debiera ser reconsiderado y hasta reavivado hoy día?

Varias otras referencias en los escritos de la Sra. Eddy también muestran la importancia de la verdadera evangelización y la función que debería desempeñar en el movimiento de la Ciencia Cristiana. Consideremos, por ejemplo, el comentario incisivo que nuestra guía hace en el artículo “Lecciones Bíblicas” en su libro Escritos Misceláneos: “Doctrinas que niegan la sustancia y la naturaleza práctica de todas las enseñanzas de Cristo, no pueden ser evangélicas; y la religión evangélica no puede ser establecida sobre ninguna otra autoridad que la autenticidad de los Evangelios, los que sostienen inequívocamente la prueba de que la Ciencia Cristiana, tal como la definió y practicó Jesús, sana al enfermo, echa fuera el error, y destruirá la muerte”.Esc. Mis., pág. 193.

Es obvio, entonces, que el cristianismo evangélico tiene sus raíces en el ministerio de Cristo Jesús mismo y de sus primeros discípulos, cuando sanaban la enfermedad, salvaban al pecador, y difundían las buenas nuevas de que el reino de Dios está al alcance de la mano. El Apóstol Pablo, por ejemplo, habiendo recibido la llamada inconfundible para predicar el evangelio de Cristo, se sintió impulsado a escribir a su vez a sus compañeros cristianos sobre sus propias obligaciones. Le indicó a Timoteo, a quien llamaba mi “verdadero hijo en la fe”: “que prediques la palabra, que instes a tiempo y fuera de tiempo.. . Sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio”. 1 Tim. 1:2; 2 Tim. 4:2, 5. El evangelismo era un requisito natural de la misión que el Maestro había encomendado a los discípulos, un requisito que debía llevarse a cabo con mucha alegría y valor, y con una firme expectativa del bien, aun en medio de la oposición o la persecución. Y estos primeros cristianos fueron testigos vivientes del poder redentor y la presencia de Dios que obraba en los corazones de los seguidores de Cristo.

En griego, el idioma original del Nuevo Testamento, evangelizar significaba “anunciar las buenas nuevas, en especial el evangelio; declarar, traer buenas nuevas, predicar (el evangelio)”.Strong’s Exhaustive Concordance of the Bible, “Greek Dictionary”, pág. 33. Con todo lo que su Maestro había realizado — su obra incomparable de curación y salvación, su propia resurrección y ascensión, y todo esto en el nombre y para gloria de Dios — la Iglesia primitiva ciertamente tenía “buenas nuevas” que compartir con el mundo. Y los discípulos compartieron esas alegres nuevas con los demás no solo por medio de la palabra oral y la predicación, sino con demostraciones del poder divino; como su Maestro, ellos también sanaban a los enfermos y echaban fuera demonios.

Hoy el mundo necesita, como nunca antes, escuchar las buenas nuevas del reino de Dios. Hoy el mundo necesita, como nunca antes, curación y salvación, gracia y redención; necesita la alegría del Cristo. Y hoy el mundo sin duda necesita, como nunca antes, una iglesia consagrada totalmente a llevar ese evangelio fundamental y viviente a todo corazón hambriento.

A medida que nos aproximamos a un nuevo siglo, la humanidad está buscando su identidad, nuevos objetivos y un modo más eficaz de enfrentar los numerosos desafíos de la vida contemporánea. En esta “era científica”, la Iglesia de Cristo, Científico — que nació de la revelación divina y cuyos fundamentos están realmente basados en la demostración de la curación cristiana, científica y práctica — está capacitada de manera singular para ayudar a la humanidad y guiar al cristianismo a cumplir con el mandato eterno de evangelización que Jesús encomendó a sus seguidores. El propósito fundamental de nuestra Iglesia se encuentra registrado en la “Reseña Histórica” del Manual de la Iglesia, a continuación del párrafo inicial citado anteriormente. Este propósito está delineado en una moción votada por los primeros miembros, moción que oficialmente puso en marcha el movimiento de la Ciencia Cristiana: “Organizar una iglesia destinada a conmemorar la palabra y las obras de nuestro Maestro, la cual habría de restablecer el cristianismo primitivo y su perdido elemento de curación”.Man., pág. 17.

Conmemorar “la palabra y las obras” de Cristo Jesús es sin duda alguna una misión verdaderamente evangélica. Es el aspecto principal de la teología del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Este propósito impregna cada actividad y función de la Iglesia, desde El Cuerpo de Conferenciantes de la Ciencia Cristiana hasta el Comité de Publicación; desde la Escuela Dominical hasta las reuniones de testimonios de los miércoles; desde las Organizaciones de la Ciencia Cristiana en las universidades hasta la difusión de las Lecciones Bíblicas a través de la radio y en su forma impresa, las publicaciones religiosas y el diario que nuestra Guía fundó.

No obstante, este evangelismo vital no es simplemente una responsabilidad institucional. Todo Científico Cristiano que se une a la Iglesia también se está uniendo a su misión fundamental de evangelizar, y se hace igualmente responsable de llevar a cabo esa misión en su propia vida y en su comunidad. Cada miembro está en realidad aceptando la misma tarea que Pablo le encomendó a Timoteo “delante de Dios y del Señor Jesucristo”, “sé sobrio en todo, cumple tu ministerio”. Esto lo vemos expresado en los Artículos de Fe de la Ciencia Cristiana que los miembros se comprometen a cumplir voluntaria y formalmente cuando firman la solicitud de afiliación a La Iglesia Madre. Como el sexto Artículo de Fe confirma: “Y solemnemente prometemos velar, y orar porque haya en nosotros aquella Mente que hubo también en Cristo Jesús; hacer con los demás lo que quisiéramos que ellos hicieren con nosotros; y ser misericordiosos, justos y puros”.Ciencia y Salud, pág. 497. En esa forma cada miembro está aceptando la llamada a sanar y bendecir a sus semejantes en nombre de Cristo.

La iglesia evangélica en una era científica no solamente declara constantemente las buenas nuevas de las palabras y obras de Jesús. También proclama tanto la ley como la Ciencia divina de las enseñanzas del evangelio, mostrando claramente la relación que tiene el hombre con Dios como la semejanza pura y perfecta de la Mente, la Vida, la Verdad y el Amor divinos. La Ciencia de los Evangelios, según lo revela la Ciencia Cristiana, muestra que el poder salvador y sanador del Cristo, la Verdad, está a nuestro alcance y es tan poderoso ahora como en tiempos de Jesús. La única realidad de un Dios perfecto y Su creación perfecta, incluso el hombre, se encuentra en el corazón mismo de la práctica y la teología de la Ciencia Cristiana. Que el ser verdadero del hombre es puro y perfectamente bueno porque está creado por el único Dios, perfecto y puro, el Amor infinito, es una verdad espiritual absoluta que Jesús demostró cada vez que sanaba a los enfermos, redimía a los pecadores, y al vencer a la muerte misma.

Hoy día, Ciencia Cristiana está evangelizando al mundo con esta verdad científica y absoluta de Dios y el hombre. Está evangelizando la consciencia humana a través de las publicaciones y la oración, la predicación y la curación. La palabra oral y escrita de la verdad está llegando a tierras lejanas; la oración que afirma silenciosamente la verdad, llega donde las palabras no pueden llegar; y la práctica sanadora, al confirmar esa verdad en todos los aspectos de la vida humana, demuestra de modo categórico lo que las palabras proclaman. Este es un evangelismo que instruye e ilumina a la humanidad, quitando las cadenas de la ignorancia y el prejuicio, y que triunfa sobre el miedo y el sufrimiento; que reanima, redime y sana a los enfermos.

La salvación total de la humanidad de todo tipo de mal, de todo error, de la mortalidad y el materialismo, puede que no se logre en un momento o en una vida, “pero”, como escribe la Sra. Eddy, “el yo humano debe evangelizarse”. Y después agrega: “Dios exige que aceptemos esa tarea con amor hoy mismo y que abandonemos lo material tan pronto como sea posible, y nos ocupemos en lo espiritual, lo cual determina lo exterior y verdadero”.Ibid., pág. 254.

Cuando cada uno de nosotros se dedique activamente y con alegría a evangelizar a nuestro propio “yo humano”, estaremos equipados y preparados para consagrar nuestra vida activamente a una labor de evangelización más amplia, compartiendo las buenas nuevas de la Ciencia del Cristo con otros honestos y sinceros buscadores. Oraremos con menos egoísmo y practicaremos más públicamente, más libremente “en el mundo”. Sanaremos con mayor eficacia y más firmeza. Y la Iglesia llevará a cabo la misión que le ha sido divinamente encomendada y autorizada.

¡Cuán amables son tus moradas,
oh Jehová de los ejércitos!
Anhela mi alma y aun ardientemente
desea los atrios de Jehová;
mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo...
Bienaventurados los que habitan en tu casa;
perpetuamente te alabarán...
Bienaventurado el hombre
que tiene en ti sus fuerzas.

Salmo 84:1, 2, 4, 5

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