Durante La Segunda Guerra Mundial, pertenecí a la infantería del Octavo Ejército Británico, en la campaña del desierto en el norte de África. Mi compañía se hallaba afuera en una patrulla armada, y por unos días yo conduje un camión de radio comunicaciones. Por lo general nos dispersábamos a derecha e izquierda cuando nos encontrábamos bajo un ataque aéreo, pero cuando éramos atacados por un bombardero en picada, yo esperaba que éste descargara la bomba y entonces me movía a otro lugar. Yo vi caer varias bombas — una, dos, tres — y accidentalmente el camión giró quedando fuera del camino, justo en la línea de la cuarta bomba. Esto hizo explotar el camión, estando yo en su interior. Cuando el humo se disipó, yo me encontraba adentro de un cráter que medía unos siete metros, — vivo — pero muy mal herido.
La única preparación mental que yo tenía para hacer frente a esta situación era la lectura del libro Ciencia y Salud que me había dado mi madre cuando salí de casa. Encontré el tiempo para leer este libro en el buque de transporte cuando viajábamos hacia África y así alcancé un tenue entendimiento acerca de la naturaleza espiritual de todas las cosas. Algunas partes de Ciencia y Salud (tal como “la declaración científica del ser”) y el Salmo 91 de la Biblia predominaban en mi pensamiento. Yo permanecía sereno aun cuando mi pierna estaba destrozada.
Al arrastrarme fuera del cráter sentí que estaba bajo el cuidado de Dios. Permanecí allí por mucho tiempo, rodeado por mis compañeros conductores con quienes recuerdo haber conversado. Fue recién al día siguiente que me recogió una ambulancia. No perdí el conocimiento, y mantuve un claro sentido de la presencia de Dios, y no sentí dolor. Recuerdo el viaje de regreso en la ambulancia por el desierto rocoso. No fui anestesiado sino que tuve un sentido apacible del amor de Dios.
En El Cairo me internaron en un hospital militar. La primera visita que recibí fue la de un capellán inglés de la Ciencia Cristiana para Tiempos de Guerra, el cual aceptó orar por mí. Él me dio otro Ciencia y Salud, pues el mío había quedado destrozado y me dijo que encontrara la manera espiritual de contradecir cada una de las horribles predicciones de los médicos, referentes al estado de mi pierna.
Yo continué orando y pude levantarme unos nueve días después, ante la gran sorpresa de la guardia médica del hospital.
La conmoción que me pronosticaron, a causa del impacto de la bomba, nunca se manifestó en mí, y luego que se produjo la curación completa obtuve la baja del servicio militar. Desde entonces he gozado de buena salud.
Referirme a esto sólo tiene un propósito, a saber: el de confirmar las verdades básicas a las que me adherí entonces y las que ahora entiendo mejor. Estas verdades son: que la materia es una ilusión del sentido material; que el hombre es verdaderamente inmortal, no mortal; y que toda la existencia del hombre es espiritual. Nosotros no perdemos nuestra identidad al declarar estos hechos, sino que encontramos una abundante y alegre manera de vivir de esta forma.
Hace poco, durante una visita a Rusia, adonde fui para producir y dirigir una película cinematográfica durante el invierno, en forma inesperada tuve náuseas y fiebre. Regresé a mi cuarto del hotel y estuve orando hasta el amanecer. Aunque yo estaba solo y sin teléfono, oré con “La oración diaria”: “ ‘Venga Tu reino’; haz que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y quita de mí todo pecado; ¡y que Tu Palabra fecunde los afectos de toda la humanidad y la gobierne!” (Manual de La Iglesia Madre por la Sra. Eddy, Artículo VIII, sección 4.) Después que esto se estableció con firmeza en mi pensamiento, estudié la palabra verdad. La verdad, recordé, es que el hombre es espiritual, no material, de modo que yo no estaba a merced de la materia y mi salud era una realidad espiritual. El Amor Divino me rodeaba.
Por la mañana me encontraba completamente sano. Así que pude terminar la película a mi entera satisfacción de productor. Fue muy agradable para mí poder compartir una traducción al ruso de Ciencia y Salud con mi intérprete, que era profesor en la Universidad de Kiev. A su vez él lo dio a conocer a sus alumnos, quienes mostraron gran interés en el libro, anotándose en una lista de espera para poder leerlo.
Yo apliqué la Ciencia Cristiana en cada etapa de mi vida y la compartí con mis hijos, los que a su vez tienen hoy sus propios hijos, que asisten a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana en varias partes. A través de toda clase de dificultades, en tiempos malos y buenos, la Ciencia Cristiana ha sido y es una tremenda fuerza guiadora en mi vida.
Studio City, California, E.U.A
