Durante La Segunda Guerra Mundial, pertenecí a la infantería del Octavo Ejército Británico, en la campaña del desierto en el norte de África. Mi compañía se hallaba afuera en una patrulla armada, y por unos días yo conduje un camión de radio comunicaciones. Por lo general nos dispersábamos a derecha e izquierda cuando nos encontrábamos bajo un ataque aéreo, pero cuando éramos atacados por un bombardero en picada, yo esperaba que éste descargara la bomba y entonces me movía a otro lugar. Yo vi caer varias bombas — una, dos, tres — y accidentalmente el camión giró quedando fuera del camino, justo en la línea de la cuarta bomba. Esto hizo explotar el camión, estando yo en su interior. Cuando el humo se disipó, yo me encontraba adentro de un cráter que medía unos siete metros, — vivo — pero muy mal herido.
La única preparación mental que yo tenía para hacer frente a esta situación era la lectura del libro Ciencia y Salud que me había dado mi madre cuando salí de casa. Encontré el tiempo para leer este libro en el buque de transporte cuando viajábamos hacia África y así alcancé un tenue entendimiento acerca de la naturaleza espiritual de todas las cosas. Algunas partes de Ciencia y Salud (tal como “la declaración científica del ser”) y el Salmo 91 de la Biblia predominaban en mi pensamiento. Yo permanecía sereno aun cuando mi pierna estaba destrozada.
Al arrastrarme fuera del cráter sentí que estaba bajo el cuidado de Dios. Permanecí allí por mucho tiempo, rodeado por mis compañeros conductores con quienes recuerdo haber conversado. Fue recién al día siguiente que me recogió una ambulancia. No perdí el conocimiento, y mantuve un claro sentido de la presencia de Dios, y no sentí dolor. Recuerdo el viaje de regreso en la ambulancia por el desierto rocoso. No fui anestesiado sino que tuve un sentido apacible del amor de Dios.
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