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¿Pobre Dios? ¡De ningún modo!

Del número de mayo de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Era sábado por la mañana. Andrés aún estaba en cama. Paula estaba recostada en el sofá leyendo un libro cuando la mamá la llamó.

Paula se sorprendió cuando la mamá le dijo: “Andrés no se siente bien. No quiere levantarse. He estado orando con él, pero ahora tengo que prepararme para ir a trabajar. Tal vez tú puedas ir a verlo y hablar con él. Mientras tanto yo continuaré orando”.

Paula sabía que cuando la mamá le pedía que hablara con Andrés era porque quería que ella lo ayudara a recordar algunas de las cosas que él estaba aprendiendo acerca de Dios y el hombre en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Paula dijo: “Bueno”, pero ella no estaba tan segura de lo que le iba a decir.

Sentada en el borde de la cama de su hermanito, Paula reflexionó durante un minuto. Ella recordó lo rápido que ellos dos se habían sanado de paperas y como el pie de Andrés, cuando se le cayó un ladrillo encima, también se había sanado muy rápidamente. Además, había otras curaciones. Paula se dijo a sí misma: “Gracias, Dios” y lo hizo por todo el cuidado y amor que Dios había mostrado por ellos.

Andrés había comenzado a asistir a la Escuela Dominical hacía muy poco y ya conocía mucho sobre Dios. Él sabía que Dios es Amor y que Dios es bueno. En la Escuela Dominical, él también estaba aprendiendo que Dios es perfecto y que el hombre es Su reflejo perfecto. Ser el reflejo de Dios significa ser la semejanza de Dios, el Espíritu. Andrés sabía que el reflejo de Dios tiene sólo lo que procede de Dios. Dios, el bien, no puede estar enfermo ni ser imperfecto, de modo que Su reflejo, el hombre, no puede estar enfermo ni tampoco ser imperfecto. Como reflejo de Dios, Andrés tenía que ser tan perfecto como Dios.

Andrés estaba acostado boca abajo con su cabeza debajo de la almohada. Él sabía que Paula estaba allí, pero no dijo nada.

De repente, le vino a Paula lo que había de decir: “¡Pobre Dios!” Andrés levantó la almohada y miró a su hermana.

Ella repitió: —¡Pobre Dios! — y agregó: Debe de sentirse muy mal. Creo que no nos va a poder ayudar ni cuidar porque está demasiado enfermo.

Andrés se dio vuelta y miró a su hermana, incrédulo. —¡No! — dijo él —. Dios no está enfermo. Él no puede. Él es perfecto.

— Entonces tú tampoco puedes estar enfermo — dijo Paula. Tú eres el reflejo de Dios y sólo puedes ser Su semejanza. Así que si tú estás enfermo, Dios también debe de estar enfermo.

Andrés vio que no lograba convencerla. ¿Cómo podía hacerle entender? Quizás él necesitaba hablar más alto para hacerle comprender. —¡Eso no es verdad! — gritó Andrés —. Mi maestra de la Escuela Dominical, dijo que Dios es Espíritu. Lo mismo dice la Biblia. Por eso, es perfecto. Dios no es material, así que no puede estar enfermo. Él conoce sólo el bien y no sabe nada sobre enfermedades. Él nunca hizo la enfermedad.

—¿Eres tú el reflejo de Dios? — preguntó Paula.

—¡Sí! — gritó Andrés.

— Bien, si Dios no está enfermo, entonces ¿cómo puedes tú estar enfermo? — preguntó Paula.

—¡No estoy enfermo! — gritó Andrés.

— Entonces, ¿por qué estás en la cama? — preguntó Paula rompiendo a reír.

—¡No estoy enfermo! — gritó Andrés, riendo también, al mismo tiempo que echaba a un lado las frazadas.

La mamá entró en el dormitorio para detener el griterío en el mismo instante en que Andrés se estaba bajando de la cama. Él la miró y le dijo: — Dios no está enfermo hoy y yo tampoco —. La mamá le dio un fuerte abrazo y le recordó lo que Cristo Jesús dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48.

Andrés dijo: — Dios es perfecto, así que nunca está enfermo. Él me ama tanto que me hizo tan perfecto como Él Mismo —. Después de decir eso, Andrés se vistió y luego todos bajaron a tomar el desayuno.

Andrés se sentía muy bien Después del desayuno, se fue a buscar a su mejor amiguito que vivía en la casa de al lado. Los dos niños lo pasaron muy bien jugando con los camioncitos en la caja de arena.

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