Los Cristianos Generalmente reconocen que Dios es incorpóreo, que es Espíritu, tal como lo enseñó Cristo Jesús. Y la Ciencia Cristiana nos demuestra que el hombre, como manifestación de Dios — como Su expresión — debe ser, por esa misma razón, espiritual e incorpóreo. La verdadera naturaleza del hombre, como expresión de Dios, está establecida en la Biblia desde el Génesis hasta el Nuevo Testamento. En el Génesis, leemos que “creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”. Gen. 1:27. En el libro de Job, dice: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida”. Job 35:4. Y Pablo declaró: “En él [Dios] vivimos y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos”. Hechos 17:28.
Estas declaraciones autorizadas y tan reconfortantes, nos muestran nuestra verdadera identidad. Nos permiten emerger de la ciénaga de pensamientos limitados y confusos acerca de nosotros mismos, y nos ubican sobre la cima de la montaña desde la cual obtenemos vislumbres de salud, bondad y finalidad inherentes a nosotros mismos, y que provienen directamente de Dios, nuestro Padre.
En la Ciencia Cristiana, la base para la curación es la presente perfección de Dios y de Su linaje, el hombre, o sea, la comprensión de que, debido a que la armonía es nuestro verdadero estado, por ser la expresión de Dios, debe manifestarse en nuestra vida. Cuando el pensamiento se espiritualiza y se purifica, percibimos con mayor claridad nuestra identidad inmortal. Ya no nos decepcionan los conceptos falsos que hacen alarde de ser nuestra identidad, e incluyen rótulos tales como: propenso a accidentes, enfermo, pecador o incapaz de hacer frente a todo tipo de situaciones.
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