La Primera Curación que tuve por medio de la lectura de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, ocurrió cuando estaba en la escuela primaria. Antes de dejar mi hogar para asistir a un colegio anglicano como alumno interno, mi madre me regaló un ejemplar de este libro. Me recomendó que lo leyera durante mi estadía en Inglaterra.
Recuerdo que en una ocasión, el médico del colegio me diagnosticó múltiples verrugas en los pies y las manos. El médico no tenía ninguna medicina para esta dolencia, y las verrugas crecían en número y tamaño, al punto de que ya no podía correr cómodamente.
Para entonces ya había comenzado a leer varias páginas de Ciencia y Salud por las noches, hasta el momento en que se apagaban las luces del internado. El capítulo “Los frutos de la Ciencia Cristiana” llamó mi atención. Una mañana noté con asombro que las verrugas habían desaparecido, dejando solo unos pequeños agujeros en los pies y las manos. Sentí que esa tenue vislumbre de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana había sido suficiente para agregar otro testimonio al Capítulo de “Los frutos”. Ya podía correr nuevamente sin impedimento alguno, y la piel recobró su estado natural rápidamente.
Ciencia y Salud cita el Salmo que promete que Dios es un “pronto auxilio en las tribulaciones” (pág. 13). Durante mi segundo año en la universidad sufrí ataques de depresión al punto de que la idea del suicidio se transformó en una obsesión. Cuando la situación se volvió insostenible, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana. Ahora, al recordar esta experiencia, comprendo lo inútil que fueron estos meses de angustia, mientras que una sola llamada a la practicista me encaminó de inmediato hacia una rápida recuperación. La practicista me transmitió un sentido tangible del amor de Dios por todos Sus hijos, y me alentó a que leyera de principio a fin ese capítulo corto de Ciencia y Salud titulado “El Apocalipsis”.
Cuando leí lo siguiente: “Desde el comienzo hasta el fin, la serpiente persigue con odio a la idea espiritual” (pág. 564), me impresionó descubrir cuál había sido el verdadero enemigo en esta experiencia tan dolorosa; no habían sido los defectos y fracasos que yo había percibido en mi vida, sino la creencia en una supuesta fuerza aparte de Dios, que trataba de despojar al hijo de Dios de su herencia perfecta. De pronto, por primera vez, el hecho de estudiar en la universidad se volvió importante para mí, e incluso me resultó divertido. Cuando me gradué, no me fue nada fácil dejar esta universidad para aceptar una beca de trabajo para postgraduados en otro lugar.
Cuando entré en el mundo de los negocios comencé a despertarme por la noche con agudos dolores de estómago. En esa época mi esposa no era Científica Cristiana, y tenía mucho temor. Por lo tanto, fui a un hospital, donde me diagnosticaron duodenitis.
Pedí a una practicista que orara por mí, y comencé a estudiar las Lecciones Bíblicas de la Ciencia Cristiana con mayor dedicación. Me esforcé por expresar más paciencia, paz y amabilidad, cualidades que Jesús expresaba. Comencé a atesorar el concepto de que como soy el hijo de Dios, no puedo estar separado de Él; esta verdad me llevó a desprenderme de la imagen que tenía de mí mismo como un mortal con rasgos de carácter violentos que actúa bajo la influencia del estrés. (Amigos y compañeros de trabajo posteriormente comentaron que durante ese período en particular notaron un cambio favorable en mi carácter; yo atribuí esta transformación a la Ciencia Cristiana.)
La curación completa se produjo en una ocasión en que volví a experimentar los dolores de estómago, después de muchos meses de haber creído que ya estaba libre de ese malestar. Era Navidad y yo estaba de visita en casa de un buen amigo mío; me sentía tan molesto que me puse a pensar cómo iba a hacer para participar del tradicional almuerzo de Navidad que había sido preparado con tanto esmero. En particular, el budín inglés de Navidad con su sabroso almíbar parecía amenazante.
No obstante, no existía ninguna contradicción en el mensaje de la Lección Bíblica de esa semana; las citas de la Biblia incluían Lucas 10:8: “En cualquier ciudad donde entréis, y os reciban, comed lo que os pongan delante”. La obediencia literal, en este caso, de las Escrituras, expulsó el temor que sentía; pude disfrutar libremente y con gusto de todos los platos que se sirvieron (¡incluso el postre!). Y esta curación que ocurrió en forma instantánea ha sido permanente, ya que después mi familia y yo nos trasladamos a Singapur, donde he disfrutado de su cocina típica, famosa por sus platos sabrosos y picantes.
Éstas y otras curaciones han sido muy importantes para mí, y mi gratitud a Dios es infinita. También valoro el progreso que estoy experimentando.
Al chico de la escuela primaria que comenzó leyendo Ciencia y Salud por su propia cuenta, le resultó más fácil empezar por el último capítulo “Los frutos de la Ciencia Cristiana”. Ahora que soy un lector más experimentado, mi propósito es comenzar desde el principio, con el Prefacio, donde la Sra. Eddy dedica sus páginas “a los que sinceramente buscan la Verdad” (pág. xii). Lo que se busca es la Verdad, y la Verdad tiene su propia recompensa.
Singapur