La madre embarazada, lejos del hogar y lista para dar a luz, buscó con urgencia un lugar seguro para el nacimiento. Pero cuando ella y su marido llegaron a la posada, no les permitieron quedarse. Encontraron refugio en un establo cercano, y fue allí donde nació el niño.
Quizá los huéspedes de la posada no se dieron cuenta del inminente nacimiento. Si hubieran sabido, alguien podría haberles dado un lugar. Tal vez María y José llegaron tan tarde por la noche que los huéspedes ya se habían ido a dormir. No obstante, uno se pregunta, cómo puede ser que los Reyes Magos de un lejano país hayan sabido del nacimiento y seguido la estrella tantos kilómetros para alcanzarla, mientras que aquellos que estaban en la posada dormían.
Hagamos lugar para el toque del Cristo en nuestra vida.
Es interesante notar que los animales del establo cedieron a la venida del Cristo. Las vacas se movieron a un lado, y compartieron incluso el pesebre — de donde comían el heno — para que fuera acostado el recién nacido. Fueron las toscas comodidades del establo, en comparación con los lujos de la posada, las que dieron refugio al nacimiento de Jesús. La luz del Cristo alboreó en el universo desde ese contorno humilde — una luz que nunca dejará de brillar.
La gente había estado aguardando al Mesías durante siglos, ansiando ver "el principado sobre su hombro". Isaías 9:6. Pero quizás ellos no esperaban que la luz naciente del Cristo significara restablecer la vida como Dios la hizo: completa, sana, libre, recta, exenta de trabas. Y probablemente tampoco hayan pensado que el Cristo era poder espiritual, el poder eterno que tiene la Verdad para reemplazar la falsedad, y el amor para derrotar el odio. Mary Baker Eddy posteriormente describiría el poder del Cristo en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras como sigue: "... Cristo no es tanto un nombre como el título divino de Jesús. Cristo expresa la naturaleza espiritual y eterna de Dios. El nombre es sinónimo de Mesías y alude a la espiritualidad que es enseñada, ilustrada y demostrada en la vida de la cual Cristo Jesús era la encarnación".Ciencia y Salud, pág. 333.
Jesús encarnaba al Cristo, esa luz de Verdad, y lo expresó en sus palabras y acciones. Él probó su existencia y utilidad. Demostró que el Cristo sana, liberando a la gente de la ceguera, la sordera, la cojera y la demencia. Demostró el poder del Cristo sobre los elementos naturales cuando calmó una tormenta y caminó sobre el mar. Ilustró el poder infinito del Cristo para vancer las limitaciones cuando alimentó a miles con unos pocos panes y peces. Y varias veces, incluso en su propia crucifixión, probó el poder del Cristo sobre la muerte misma.
Al terminar su obra, Jesús había demostrado el poder del Cristo para dominar toda fase limitante y debilitante de la mortalidad. Había insistido en que el poder del Cristo está al alcance de cada uno de nosotros. Dijo: "El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre". Juan 14:12. Enseñó dondequiera que iba, bendijo a las multitudes que venían a él en busca de curación, y hoy su ejemplo es conocido y seguido en diferente medida por mucha gente de todo el mundo.
Estas fiestas navideñas, ya sea que abracemos a nuestra familia y amigos en el confort de nuestro hogar, o las celebremos en tranquila contemplación divina, podemos recordar las humildes circunstancias que rodearon el nacimiento del cristiano original. Podemos dejar que la esencia de la Navidad amanezca en nuestra vida, y ceder a esta luz. Como los Reyes Magos de antaño, podemos estar atentos a su aparición y avanzar hasta encontrarla; y al igual que los mansos animales de aquel establo ancestral, hacer lugar para la venida del Cristo en nuestros corazones.